Baeza: De la Edad Media al siglo XX

(PD).- La difusión y fusión de saberes semíticos y grecolatinos en torno al olivo empezó desde el siglo V antes de nuestra Era. En la Edad Media, la cultura árabe incorporó los adelantos ya existentes en espacios mediterráneos del medio-Oriente y Norte de África, donde el olivo era esencial desde hacía más de diez siglos y mejoró cultivos y técnicas, como prueban los arabismos (empezando por “aceite”); los escritos árabes medievales describen esas mejoras.

Préstamos latinos (olivo, oliva, óleo) y árabes (aceite, aceituna) se combinan en nuestro vocabulario. Ambas culturas, latina y árabe, se entrelazan desde la Edad Antigua y la Media para dar el resultado de las amplias atenciones dedicadas a este árbol, a su fruto, a su jugo, esenciales los tres, pasando por una etapa andalusí muy característica: del aceite, olivo y aceituna trataron aquí varios tipos de obras árabes (sobre todo: crónicas, literatura, tratados de geografía, de jurisprudencia, medicina y farmacia, agricultura, cocina), mostrándonos los diversos modos con que las gentes de al-Andalus lo cultivaron y usaron, originando múltiples actividades en torno a su producción y a sus aplicaciones esenciales, especialmente como alimento, curación, iluminación y caldeo.

Olivo y aceite tuvieron gran protagonismo en todos los sectores económicos de al-Andalus: producción, elaboración y comercio, debido a los provechos obtenidos del propio árbol (madera para fabricar útiles; leña y picón para caldeo y cocción), de sus aceitunas (preciado alimento) y aceite (alimentación, iluminación, medicina, higiene, cosmética, abono).

Más tarde, desde los primeros años del siglo XVI se sucedieron los intentos de aclimatación del olivo en América. Por mandato real viajaron hacia las Indias estacas y plantones. A partir de mediados de siglo, algunas plantas lograron aclimatarse en Perú y en México, desde donde fueron llevados a Chile, Argentina y otros países del Cono Sur, en el primer caso, y hacia las misiones californianas en el segundo. Con el paso de los siglos, el olivo descubriría nuevos mediterráneos en los viajes que emprendió hasta lugares tan lejanos como Australia o Japón.

A mediados del siglo XIX las plantaciones regulares de olivar se habían extendido por las campiñas y por las colinas y piedemontes de las serranías mediterráneas. Las exportaciones aumentaron bajo el impulso de la Revolución Industrial, que hizo que países como Inglaterra demandaran el aceite de oliva para usos industriales o para la iluminación de las calles de sus ciudades en pleno crecimiento. El aceite de oliva se convirtió en un producto de activo comercio, favorecido por el tendido de líneas de ferrocarril y por la mejora de los caminos.

No obstante, años después, con motivo de la Primera Guerra Mundial, aumentó la demanda internacional de aceites españoles, por lo que el olivar entró en una fase de franca recuperación que duró hasta la Guerra Civil, en lo que se conoce como la Edad de Oro del olivar.

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