La prueba era de latín y el autor tenía 14 años. Sintió “la impotencia de no saber lo que le preguntaban” pero cuando le dieron la oportunidad de repetirlo “lo bordó por amor propio”.
Con 22 años ya tiene tres carreras y está inmerso en dos doctorados. Sólo con esta pequeña parte de su currículum es comprensible que se haya atrevido a publicar un libro en que responde a 1001 preguntas de 15 áreas diferentes de conocimiento. Respuestas de ‘nivel medio’ dirigidas a aquellas personas inquietas y que quieran obtener un “cum laude” en cultura general.
“Este libro es un medio y no un fin. Un diccionario de conceptos fundamentales que a todo el mundo le puede servir como vocabulario básico”.
Pero con «Toda la cultura en 1001 preguntas» (Ed. Espasa-Calpe), Carlos Blanco también quiere poner el acento en la importancia que tiene para un ser humano hacerse, constantemente, preguntas.
“La pregunta es algo esencial, somos humanos porque nos hacemos preguntas”
“Es básico aunque no tengamos respuesta para todas. Si dejásemos de hacernos preguntas uno creería que ya lo sebe todo y se agotaría el misterio que nos rodea”.
“Y aunque puede haber cuestiones que nos parezcan irresolubles con el tiempo obtendremos la respuesta”.
Carlos Blanco cree que cuando mejor se vive, hay más peligro de perder lo esencial: conocimiento, belleza o amor. En este sentido, diluimos estos términos en otro tipo de objetos que parecen satisfacernos momentáneamente. Para el autor, cada uno, tenemos la responsabilidad de la autorrealización para no caer en el desarrollo puramente material.
“A veces nos dejamos llevar por intereses demasiado fugaces y no pensamos en lo realmente fundamental”
“La constante búsqueda de la verdad me ayuda a creer en la humanidad”.
