Retirar a la televisión estatal del mercado publicitario (como lo está la radio) debía haberse hecho desde que el sector se abrió a la competencia hace veinte años. Mejor les hubiera ido a todos y, probablemente, ahora tendríamos un sector más potente y con presencia e influencia en la comunidad del español. No se hizo por mezcla de miedo, rutina y algo más.
RTVE se explica como servicio público, y por ello debe disponer de una financiación suficiente y transparente.
Y además de una gestión estable -subraya Fernando González Urbaneja en ABC-, independiente y profesional. Al Gobierno y al Parlamento corresponde redactar los contratos programa, controlar su cumplimiento y no interferir.
Y a la oposición otro tanto. Lo cual requiere practica, hábito, sinceridad y buenas intenciones. Con esos mimbres RTVE tendría ganado el futuro, podría aspirar a una audiencia interesante y una reputación envidiable, a parecerse a la BBC y a influir, para bien, en los contenidos de las privadas.
El Gobierno admite ahora algo que algunos defendimos sin éxito antes. Releo el voto discrepante que emití en la Comisión de Reforma que creó el Gobierno Zapatero en 2004 y tengo que sonreír con pesar.
Se podría haber hecho entonces, con menos agobio. Ahora, los medios, también los escritos, tendrían más resistencia y oportunidades.
A la actual RTVE, que goza de autonomía y capacidad, cabe pedirle que librada de la carga del «share» comercial, haga lo que deben: buenos productos, calidad, servicio público. Puede descubrir que interesa, que gana audiencia, influencia y reputación.
Si algo justifica la RTVE pública y bien financiada es que tenga calidad. Ahora va a tener una oportunidad histórica, si no la aprovecha irá al cierre por ausencia de objeto social. Más vale tarde que nunca.
Y la historia sirve para las autonómicas, que gastan más que la nacional y parecen cortijos de intereses menores.
