El Barça en el momento de la la gloria y la diferencia entre la prensa de Madrid y Barcelona

El Barça en el momento de la la gloria y la diferencia entre la prensa de Madrid y Barcelona

(PD).- Honor y gloria a los campeones de Europa, a su fútbol sublime y sobre todo a la excelencia del liderazgo de su entrenador Guardiola, pero una vez formulados los parabienes que merece su rutilante victoria me parece oportuno añadir entre las vaharadas de incienso un par de cosas antipáticas.

La primera, de índole menor, es que tan excelso equipo llegó a la final europea previo escandaloso atraco arbitral al Chelsea, piadosamente soslayado por la crítica en aras de una cierta justicia poética con tan brillante manera de jugar a la pelota.

Y la segunda es que ya podrían aprender ciertos dirigentes políticos y sociales catalanes -también muchos periodistas y medios de comunicación- de la elegancia con que la opinión pública española ha hecho suyo el éxito del Barça, sin la cicatería mostrenca con que ellos se han manifestado cuando la selección nacional o el Real Madrid jugaban torneos internacionales de prestigio.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que, digan lo que digan las balanzas fiscales, en el ámbito sentimental España se muestra con Cataluña mucho más generosa que Cataluña con (el resto de) España.

Y ha aceptado sin reservas como un triunfo propio el de un equipo en el que bastantes directivos y numerosos partidarios blasonan a menudo de no sentirse españoles.

Y ello a pesar de que una buena parte de ciudadanos de España deseaban que ganase el Manchester. Desde luego por rivalidad deportiva los españoles madridistas, que son muy numerosos, y por despecho social o político también los ofendidos por los pitos al himno en el reciente partido de Mestalla.

Prácticamente nadie, sin embargo, ha expresado en voz alta este deseo, y menos que nadie diputados, cargos públicos o líderes de opinión, como a menudo hacen los nacionalistas cuando la selección de fútbol se enfrenta a una escuadra extranjera.

Ello puede deberse a una cierta timidez o complejo, pero también a un elemental resorte de educación y respeto. Los que faltan en esos dirigentes y aficionados que no pierden ocasión de desatornillar los vínculos afectivos que los demás consideran necesario estrechar por el bien de todos.

En los últimos tiempos, mientras el Barça gana adeptos con su fútbol deslumbrante, sus responsables y parte de sus seguidores se empeñan en perderlos con una actitud política excluyente. Tengo amigos culés que sostienen que éxitos como el del miércoles desbordan la perspectiva mezquina del nacionalismo al diluir en una oleada de entusiasmo general sus intentos de apropiación indebida.

Ojalá llevasen razón, pero el silencio oficial ante la pitada de Mestalla me suscita serias dudas sobre el sentido que cierta dirigencia catalana otorga a los merecidos triunfos de ese club que Vázquez Montalbán definió como «el ejército simbólico de una nación sin Estado».

Cuando una sociedad entera se quita el sombrero ante un artístico despliegue de precisión y de belleza, está de más que algunos aprovechen para ponerse la barretina con ánimo reivindicatorio.

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