La historia, los secretos, los vicios y las virtudes de los corresponsales

REPORTERO DE GUERRA: Las torres de señales, el ‘semáforo óptico’ y el ansia de novedades (III)

Por muy sofisticada que sea la maquinaria, por muchos electrones, pulsos y bits informáticos, al final la clave es el 'factor humano'

REPORTERO DE GUERRA: Las torres de señales, el 'semáforo óptico' y el ansia de novedades (III)
El emperador francés, Napoleón Bonaparte. PD

Consumen su vida saltando de un extremo a otro del planeta, para ser testigos directos y poder relatar en vivo los horrores, calamidades y espantos que provoca la estupidez humana

Poco después de que, el 27 de agosto de 1792, apareciera el anuncio del Times, ofreciendo un empleo profesional a un ‘caballero con idiomas‘, la meteórica escalada de Napoleón Bonaparte y la conmoción generada por sus triunfos militares intensificaron la alarma del público británico y el ansia de noticias.

Como ocurría durante la transición española, la competencia se hizo feroz y los corresponsales, al igual que en la actualidad, empezaron a arrancarse mutuamente la piel y a dejarse las pestañas o la salud en un intento enfermizo por ser los primeros en llegar a los sitios y publicar un suceso relevante antes que los demás.

El avión a reacción ha aniquilado las distancias y actualmente permite que bandadas de reporteros afluyan en horas a cualquier acontecimiento internacional relevante.

A eso se suman los avances electrónicos, la evolución fantástica de la telefonía, la proliferación de los satélites, que permiten transmitir en cualquier momento y literalmente desde el lugar mas insospechado y sobre todo Internet.

Vivimos, en 2015, en un planeta inundado de información, en el que las fuentes -partidos políticos, empresas, personalidades, científicos y hasta famosillos- han descubierto que pueden llegar directamente al público sin necesidad de utilizar como intermediario al periodista. Pero entonces y estoy hablando de 1976, las cosas no eran así ni se le parecían.

Por no haber, no había ni ordenadores, los váteres de las gasolineras de carretera eran un horror, los supermercados una ‘castaña‘, las cámaras de fotos llevaban carrete, se revelaba en el laboratorio, los teléfonos móviles no estaban ni en la imaginación del personal y se escribían cartas para enviarlas por Correos, porque el ‘mail‘, Whatsapp, Twitter, Facebook, Facetime, Photoshop y esas zarandajas ni se vislumbraban.

Cuando arrancamos con Diario 16, en el otoño de 1976 hacía escasamente dos años que se había instalado en España el primer cajero automático -en una sucursal del Banco Popular en Toledo en 1974-, las crónicas se dictaban por teléfono a las secretarias, no sabíamos ni que estaba incubándose Internet, redactábamos las piezas tecleando como posesos en ruidosas máquinas de escribir, se pimplaba de lo lindo en las redacciones y al cerrar, enviada la portada a linotipias y cuando arrancaban las rotativas en los talleres, los había que se quedaban hasta las tantas en una redacción sucia y sembrada de papeles, jugando al póker o tonteando.

Ahora todo es diferente y mucho más vertiginoso. Con la ayuda de una tecnología, cada día más barata y sencilla de manejar, cualquiera, con dos dedos de frente y un mínimo sentido gramatical, puede recabar información, jerarquizarla y transmitirla de forma efectiva a grandes masas de público, sin necesidad de tener detrás una empresa periodística.

Cualquier viandante es capaz, en cuestión de segundos e indiferente de su idioma, nivel cultural o técnico, de subir a la red un vídeo o una foto y hacerla circular por el planeta.

A eso se suma que la gente lee cada día de forma más superficial, soporta peor textos que superen en extensión el tiempo que un ciudadano sano pasa sentado en el cuarto de baño, se nutre esencialmente de titulares y tiene delante una oferta tan variada y enorme, que no va a pagar por lo que puede obtener gratis y moviendo sólo un dedo. Pero todo eso es un asunto que trataremos más adelante, al final.

En cualquier caso, es importante recalcar que, por muy sofisticada que sea la maquinaria, por muchos electrones, pulsos y bits informáticos que existan, al final sigue siendo necesario cubrir la historia.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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