Los corresponsales de guerra de la «Edad de Oro» eran un grupo colorista y valiente, pero hicieron gala de escasa humanidad y carecían de perspectiva histórica.
Con raras excepciones, compartieron el gusto por la sangre de la época y reseñaron la muerte atroz de miles de personas sin más preocupación que enviar reportajes arrebatadores.
Fueron, en el sentido más literal del término, «mirones profesionales de la miseria humana».
Archibald Forbes, quien inició su ascensión a la cumbre durante la guerra franco-prusiana y fue el corresponsal más notable de su generación, era muy diferente.
El escocés Forbes poseía amplia experiencia militar y, desafiando los pronósticos de los expertos, dio por supuesto que los prusianos iban a ganar.
Sobre esa conjetura, obró como todo reportero sagaz debe hacer para incrementar sus probabilidades de salir indemne de un conflicto y cubrirlo con cierta seguridad: desplazarse con el vencedor.
Una ventaja adicional del escocés fue hablar alemán, lo que le permitió establecer estrechas relaciones con algunos oficiales germanos, incluido el canciller Otto von Bismarck.
El Canciller de Hierro, precoz antecesor del siniestro nazi Paul Joseph Goebbels, en el uso de la información, era consciente del valor propagandístico de una prensa amistosa:
«Nada será más favorable a nuestra posición en Inglaterra y América que la aparición en los diarios influyentes de estos países… de un detallado relato de la actuación de nuestro ejercito sobre el terreno.»
La primera batalla importante de la guerra, librada en agosto de 1870 en Gravelotte-Saint-Privat, concluyó con dos hechos de extraordinaria relevancia. Uno bélico -la desbandada masiva de los franceses- y otro periodístico: el nacimiento del press-pool.
El responsable de esta revolucionaria innovación fue George W. Smalley, que había escrito para el New York Tribune durante la Guerra de Secesión y tuvo la idea de proponer que su rotativo y el London Daily News firmaran un acuerdo para compartir los despachos enviados por todos los corresponsales destacados en el frente por ambas publicaciones.
Para rentabilizar al máximo su montaje, Smalley ordenó a los reporteros que, antes de redactar sus historias, remitieran a toda prisa y desde el telégrafo más cercano un sumario de lo acontecido.
Una consecuencia inmediata de esto fue la introducción de un nuevo estilo, mucho más conciso, directo y repleto de datos. El periodista se veía forzado a explicar en pocas líneas el «quién, qué, cómo, cuándo y dónde» de la noticia.
Es lo que en las escuelas de periodismo y en las universidades se conoce como las seis W -también como las cinco W y una H– Who? (¿Quién?) What? (¿Qué?) Where? (¿Dónde?) When? (¿Cuándo?) Why? (¿Por qué?) How? (¿Cómo?).
Las «cinco W (y una H)» fueron resaltadas por Rudyard Kipling en su trabajo Just So Stories (1902), en donde un poema que acompaña a la historia de «The Elephant’s Child» abre con:
Tengo seis honestos sirvientes
(me enseñaron todo lo que sé);
sus nombres son Qué y Por qué y Cuándo
y Cómo y Dónde y Quién.
Esa concreción, que sigue siendo norma básica del periodismo actual sobre todo en las agencias de noticias, no formaba parte del estilo de Forbes.
El éxito del escocés fue el resultado lógico de la mezcla de planificación, dinero, capacidad de observación y destreza narrativa.
Basta leer su descripción de un episodio de la batalla de Gravelotte para captar su singular pericia:
«El viejo rey, con la espalda apoyada en el muro, aguardaba sentado en una escalera, un extremo de la cual descansaba en un destrozado carro de artillería y el otro en un caballo muerto. Bismarck, intentando reforzar su imagen de frialdad, pretendía estar ensimismado leyendo una carta. El rumor de la cercana batalla iba hinchándose basta hacer temblar el suelo detrás de nosotros. Los cascos de un caballo al galope traquetearon en el sendero. Al cabo de un rato, el general Moltke, con el rostro estremecido por la emoción, saltó de la silla, corrió hacia el rey y gritó: «¡Hemos tomado la posición y la victoria es de su majestad!» El rey se incorporó, pronunció un ferviente «¡Gracias a Dios!» y rompió a llorar. Bismarck, con evidentes síntomas de alivio, arrugó la carta en el hueco de su mano…»
La fortuna fue adversa a los franceses en Gravelotte y siguió siendo penosa para ellos a todo lo largo del conflicto.
En la Batalla de Sedan quedaron rodeados por los prusianos y Napoleón III fue hecho prisionero. Forbes, que tuvo el raro privilegio de contemplar con sus propios ojos la captura del emperador galo, se centró a partir de entonces en la cobertura del asedio de París.
Al igual que ahora cualquier reportero con dos dedos de frente soluciona antes de nada el problema de la transmisión telefónica o por internet, la primera medida que adoptó el escocés fue organizar una ruta rápida y segura para hacer llegar sus crónicas a Londres.
Aprovechando su amistad con la oficialidad prusiana, consiguió que le garantizasen que cualquier carta que depositase en una estafeta militar alemana sería despachada en un tren hacia Sarrebruck y desde allí, a través del telégrafo, rebotada hacia Londres.
Tan eficiente era ya el correo germano entonces que las crónicas de Forbes llegaban regularmente al Daily News en las veinticuatro horas siguientes a su escritura.
Otra de las habilidades de Forbes, imitada posteriormente por centenares de corresponsales de guerra, fue escribir «en adelanto».
Tuvo la inconmensurable fortuna de acceder a los detallados planes alemanes para bombardear el barrio parisino de Saint-Denis y los envió al Daily News, donde los tipógrafos se encargaron de dejar el material listo para ser impreso en cualquier momento.
Al amanecer, cuando sonó el primer cañonazo, Forbes, quien esperaba en el quicio de la puerta de la oficina de telégrafos alemana, dictó al operador dos palabras: «Go ahead.»
Apenas llegar ese «adelante» a Londres, la imprenta se puso en marcha y al mediodía de esa misma jornada el periódico estaba en la calle, batiendo espectacularmente a todos sus competidores.