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REPORTERO DE GUERRA: «Sangre, sudor, fatiga y lágrimas» (LXI)

Cuando los esforzados del micrófono fueron los comunicadores preponderantes

REPORTERO DE GUERRA: "Sangre, sudor, fatiga y lágrimas" (LXI)
La prensa británica jugó un papel vital, durante la Batalla aérea de Inglaterra, en 1940. GM

Se ha culpado exclusivamente a Adolf Hitler de haber iniciado la destrucción sistemática de ciudades enemigas y provocado la guerra total, pero la objetividad obliga a puntualizar que los alemanes bombardearon Londres el 24 de agosto y los ingleses hicieron lo propio con Berlín al día siguiente.

Esas dos necias y fútiles acciones fueron el origen de lo que se conoce como el Blitz, la forma corta de denominar el Blitzkrieg aleman: la guerra relámpago.

Comenzó el 10 de Julio de 1940 durante un ataque de la Luftwaffe a los convoyes que cruzaban por el estrecho de Dover.

La fábula se fraguó con crónicas radiofónicas como la enviada ese día por Charles Gadner, el corresponsal de la BBC destacado en la zona.

Gadner describió los combates aéreos con el entusiasmo y el vocabulario que emplearía un comentarista deportivo en un partido de fútbol:

«… es un Junker 87 y se va a estrellar contra el mar… ahí va… ¡Smash!… ¡Oh muchachos!… nunca había visto algo mejor que esto…».

Charles Gadner, corresponsal de la BBC.

En el reportaje de guerra actual la única emisora de radio que cuenta internacionalmente -aunque declinando y ahora muchísimo menos que hace 25 años- es la majestuosa BBC. La cosa viene de lejos, pero en la II Guerra Mundial no fueron los únicos destacados.

Durante el verano y el otoño de 1940 los esforzados del micrófono y la grabadora,  de todos los orígenes lenguas, fueron los comunicadores preponderantes.

El periodista Edward Murrow de la CBS.

De los corresponsales de la época pocos fueron tan perseverantes como Edward Murrow de la CBS, sobre quien George Clooney hizo en 2015 la genial película -a veces documental- titulada ‘Good night, and good luck‘.

Su sepulcral «This… is London», con que abría la emisión noche tras noche, galvanizó a la audiencia norteamericana y contribuyó a empujar a Estados Unidos a participar en la lucha.

El bombardeo de Londres en las portadas de los diarios británicos.

Murrow era un genio. Relataba pausadamente y en tono mesurado el desarrollo del bombardeo y, cuando era necesario, sacaba el micrófono por una trampilla del sótano para que sus oyentes pudieran escuchar el estampido de las bombas sobre el pavimento londinense.

«Si el propósito del bombardeo es infundir terror en el corazón de los británicos -informó la noche del 15 de septiembre de 1940-, entonces los alemanes han desperdiciado sus bombas.»

El truco, la técnica o el recurso profesional de sacar el micrófono por la ventana para insuflar mayor dramatismo a la crónica radiofónica o televisiva, con un impactante fondo sonoro, es muy habitual, pero entraña riesgos.

Algunos casi chistosos. En junio de 1995, estando en Sarajevo y justo un día después de que entrara en la sitiada ciudad un raquítico convoy humanitario compuesto por cuatro camiones con remolque de color blanco cargados con 120 toneladas de harina, me sorprendió poco después de la amanecida una nueva rotura del frágil alto el fuego.

Al escuchar las explosiones, corrí como pude hacia la habitación de la primera planta del Hotel Holyday Inn, donde tenían montado su chiringuito Kurt Shork y los de Reuters, a la busca de un teléfono por satélite.

El horario era perfecto, porque en España empezaban a esa hora las tertulias de radio y podía aprovechar la privilegiada relación que tenía entonces con Luis del Olmo para marcarme una crónica de relumbrón y sacar algo de brillo a los entorchados de veterano corresponsal de guerra.

Muertos en la calle, durante el cerco de Sarajevo, en la Guerra de Bosnia.

La Agencia Reuters, como hacían France Press y varias cadenas de televisión, nos permitía usar sus equipos y después facturaba a precio de oro a la empresa respectiva.

Había cola y cuando me llegó el turno ya había empezado el debate en Onda Cero; aquel día con la participación de Pedrojota Ramírez, el entonces abogado y ahora europarlamentario Javier Nart, el ex embajador Gonzalo Puente Ojea y un cuarto cuyo nombre no recuerdo.

En Sarajevo estábamos todos agachados, casi pegados al suelo, sin saber si el fuego era ‘outgoing‘ o ‘incoming‘, ignorando si disparabn los serbios o los musulmanes bosnios y sin poder precisar nada, pero yo levantaba mucho el auricular, para que se colasen por la línea, además de mis palabras los estampidos y tableteos.

En medio de la transmisión, acuciado por las prisas y lógicamente nervioso, a uno de los asistentes locales de Reuters, a quien habían pedido que hiciera café, se le cayó al suelo el tenderete, con cafetera, vasos y cubiertos incluidos.

El estruendo fue de espanto, pero lo escalofriante fue lo que escuché por la línea telefónica procedente del estudio de radio de Madrid y que soltó tan pancho uno de los tertulianos: «Eso ha sido un mortero del 85».

El ‘experto’ se quedó tan fresco y yo no osé corregirle.

Los letales efectos del bombardeo alemán sobre Londres.

El tipo de reportaje bélico, en el que fue excelso el gran Murrow, sirvió para cimentar desde el inicio de la II Guerra Mundial una leyenda según la cual la Royal Air Force (RAF) -superada en número por los alemanes- evitó la invasión de la isla a base de coraje e improvisación.

A la consolidación del mito de la ‘Batalla de Inglaterra’ contribuyó bastante el cine de Hollywood, pero hasta el gigantesco Winston Churchill aportó su granito de arena.

La frase «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos» fue una aportación personal de Churchill, quien también pronunció el discurso en el que se pedía a la ciudadanía «sangre, sudor, fatiga y lágrimas».

Sobre el arrojo y la imaginación derrochada por los británicos no hay duda alguna, pero es necesario matizar que la RAF no partía de una situación de inferioridad con respecto a la Luftwaffe.

Pilotos de la RAF corren hacia sus aviones.

Los alemanes atacaron Gran Bretaña con 702 monoplazas y 261 cazas pesados: en total, 963 aparatos.

Poseían 1.000 bombarderos de largo alcance y 300 de ataque en picado. Los británicos disponían de 666 aviones operativos y de otros 750 en reparación: un total de 1416.

Un ojeador trata de avistar los bombarderos alemanes en dirección a Londres.

Uno de los puntos débiles de los británicos era la falta de pilotos entrenados, pero contaban con la ventaja de luchar sobre su territorio, lo que les permitía recuperar a los aviadores de los Hurricane y Spitfire que sobrevivían tras lanzarse en paracaídas. El destino de los germanos era la muerte o el campo de concentración.

Telefonistas británicas con máscaras antigás, durante el bombardeo alemán.

Otra baza de la RAF eran las estaciones de radar -término derivado del acrónimo inglés ‘radio detection and ranging’, «detección y medición [de distancias] por radio») que es un sistema que usa ondas electromagnéticas para medir distancias, altitudes, direcciones y velocidades de los aviones-, que permitían saber cuándo venían los alemanes, cuántos eran y por dónde lo hacían.

Efectos del bombardeo alemán.

Era una falacia lo de la hidalguía en los cielos: uno y otro bando se dedicó a ametrallar a los enemigos que descendían suspendidos del paracaídas y a rematar a los que estaban inermes en el mar.

Desde el punto de vista de un periodista, no era mucho lo que se podía hacer.

Un avión alemán, descargando bombas sobre Londres, en la II Guerra Mundial.

Como verifiqué en Bagdad el 17 de enero de 1991, cuando el inicio de la «Tormenta del Desierto» me sorprendió en plena calle de la capital iraquí, se escucha el rugido lejano de los motores a reacción, el tableteo de las ametralladoras antiaéreas, el chisporroteo de las balas trazadoras, el rebote de casquillos y metal sobre el pavimento, los estallidos que acompañan la ruptura de la barrera del sonido y, con mucha suerte, se vislumbran fogonazos y se huele la cordita, pero nunca se sabe si los de la artillería le han dado a algún aparato, donde ha caído el avión y si venía del este o el oeste.

Basta releer las crónicas que se publicaron en 1940 para concluir que los reporteros de la batalla de Inglaterra tampoco atinaron mucho.

Su margen de acción se limitaba a recoger el triunfalista parte de incidencias oficial y tratar de encontrar los restos de las docenas de aparatos enemigos supuestamente derribados esa noche.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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