La historia, los secretos, los vicios y las virtudes de los corresponsales

REPORTERO DE GUERRA: La ley del péndulo (LXXI)

La mejor manera de evitar que la opinión pública se movilice es impedir que esté informada

REPORTERO DE GUERRA: La ley del péndulo (LXXI)
El monje vietnamita Thich Quang Duc, quemándose a lo bonzo en Saigón. Malcom Browne.

Un síntoma de lo parroquiano que sigue siendo el periodismo español es lo poco que perseveran como reporteros los notables de la «tribu».

En cuanto llegan a cierta edad o a un nivel de prestigio conveniente, por voluntad propia o seducidos por sus empresas, muchos renuncian a las excursiones por «territorio comanche» y se asientan en los despachos a lidiar con los cierres de edición, los días de libranza de los subalternos, las pesadillas administrativas y los mal llamados «almuerzos de trabajo».

Es raro encontrar en los campos de batalla del mundo un corresponsal español cincuentón. El reportaje de acción requiere cualidades juveniles, pero entre los anglosajones, la corresponsalía en zona caliente no parece incompatible con peinar canas, echar kilos y haber rebasado la barrera del medio siglo.

Un ejemplo refulgente es Peter Arnett -calvo, enano, sesentón y con un poco de panza-, quien triunfó arrolladoramente con la CNN en Irak durante la Guerra del Golfo, veinte años después de impartir una lección profesional y ganar un Pulitzer en Vietnam como reportero de AP.

Una década después reapareció en lo que restaba de la antigua Yugoslavia, ahora con la Cadena Fox y creo que sigue dando la lata.

No es el único caso. El corresponsal más relevante de la Revolución cubana fue  Herbert Lionel Matthews, quien había cumplido los cincuenta y siete años cuando subió a Sierra Maestra y entrevistó en exclusiva mundial a Fidel Castro.

En el momento que Matthews encontró a Fidel, el comandante solo contaba con dieciocho «barbudos».

La diminuta pandilla de revolucionarios estaba rodeada y parecía al borde de la extinción.

El periodista Herbert Lionel Matthews con Fidel Castro.

El ‘scoop‘ fue publicado el 17 de febrero de 1957, cuando el entonces ‘piadoso‘ guerrillero andaba a trompicones por los montes y la manigua. La entrevista comenzaba así:

«Fidel Castro, el líder rebelde de la juventud cubana, está vivo y peleando con éxito en la intrincada Sierra Maestra, en el extremo sur de la Isla».

El gobierno de Fulgencio Batista declaró que la entrevista era falsa y que Fidel Castro se encontraba muerto. El New York Times respondió publicando una foto de Matthews con Fidel Castro en su campamento de Sierra Maestra.

«Fidel Castro, el líder rebelde de la juventud cubana, está vivo y luchando con éxito en la impenetrable jungla de Sierra Maestra, en el extremo sur de la isla -decía Matthews en su crónica-. El presidente Fulgencio Batista tiene la élite de sus tropas alrededor del área, pero el ejército parece incapaz de destruir al enemigo más peligroso que el general Batista ha afrontado en su larga y azarosa carrera como dictador.»

Fidel Castro en Sierra Maestra.

El tono épico y el romanticismo insertado por el veterano reportero en sus crónicas encandiló a la opinión pública norteamericana.

Washington abandonó a su suerte a Batista, y en la noche del 31 de diciembre de 1958 las columnas guerrilleras entraron en La Habana.

«Esta no es una revolución comunista y no hay comunistas en puestos de control… el premier Castro no solo no es comunista sino un decidido anticomunista», escribió Matthews en la edición del New York Times del 16 de julio de 1959.

Andaba algo despistado y tardó en comprender la idiosincrasia del movimiento guerrillero, de la misma manera que una década después, en otro continente y otras selvas, sus colegas tampoco captaron inicialmente la naturaleza brutal de la revolución que se incubaba en Vietnam.

La derrota de Dien Bien Phu en la prensa francesa de la época.

En 1954, tras la derrota de los franceses en Dien Bien Phu, Vietnam quedó dividido entre un norte comunista, bajo la batuta de Ho Chi Minh, y un sur dominado por el católico y corrupto Ngo Dinh Diem.

Estados Unidos, como parte de su política de contención frente a la China Roja y de expansión a cuenta de los declinantes poderes europeos, apoyaba a Diem y trató de apuntalar su régimen despachando hacia Saigón unas docenas de asesores militares.

El comunista Ho Chi Minh.

Hasta noviembre de 1960, cuando cuatrocientos civiles resultaron muertos en una revuelta protagonizada por paracaidistas locales, los medios de comunicación norteamericanos no mostraron el mínimo interés por lo que ocurría en Indochina.

Para descrédito de la prensa mundial, es necesario reseñar que en los cruciales años del declinar de Diem, y a pesar de que Estados Unidos se iba implicando progresivamente, el único periódico que tuvo un corresponsal permanente en Saigón fue el New York Times.

El resto se conformó con lo que enviaban, con enormes impedimentos, los caballeros de las agencias.

Trincheras en Vietnam.

Diem no veía motivo alguno para permitir que unos periodistas extranjeros publicaran cosas desagradables sobre él.

Los miembros de la misión estadounidense conocían a la perfección el desbarajuste del régimen, pero se sentían compelidos a engañar a los gacetilleros. No se trataba de grandes mentiras, sino de medias verdades y muchas pequeñas falsedades, que es la técnica mas idónea para despistar a un periodista.

Milicianos comunistas capturados en Vietnam.

A partir de 1960 comenzaron a desembarcar corresponsales, pero hasta muy avanzado el conflicto los editores solían ignorar lo que enviaban sus hombres sobre el terreno y a dar por buena la versión de Washington.

El presidente John F. Kennedy y su Administración hacían todo lo posible para asegurarse de que el volcán que bullía en el sudeste asiático pasaba desapercibido a los ojos del público.

Desde la Casa Blanca se dieron instrucciones aconsejando no facilitar transporte a los periodistas en misiones militares y puntualizando que las críticas al régimen de Diem hacían difícil mantener la relación amistosa con el gobierno sud vietnamita.

Comunista Vitcong capturado en Vietnam.

Los escasos reporteros destacados en la zona se negaron a cooperar. Cerraron filas, compartieron información y rehusaron someterse a la censura.

En esa fase la guerra continuaba siendo un cómodo pasatiempo, muy parecido a lo que había sido el periodo inicial de la Segunda Guerra Mundial en el Frente Oeste o a lo que fue en sus inicios, en 1980, el conflicto salvadoreño para Leo Gabriel, el holandés Ian y para mí.

Los corresponsales podían tomar un taxi en Saigón al amanecer, bajar por la Ruta 4 hasta el Delta del Mekong, almorzar opíparamente en un restaurante de la ribera regando el pescado con vino francés, polemizar un rato sobre la coyuntura con un oficial sud vietnamita y retornar a la capital antes de la puesta de sol.

Con la llegada de la oscuridad, los guerrilleros del Vietcong se adueñaban de la zona y controlaban las carreteras. Todavía había muy pocos periodistas occidentales y cuando se reunían a cenar podían hacerlo en una sola mesa.

Los guerrilleros del Vietcong.

El interés fue subiendo paulatinamente. Primero fueron los británicos, que no estaban coartados por las restricciones que afectaban a sus colegas norteamericanos. Después los franceses, atraídos por el morbo de Dien Bien Phu y la remembranza de su pasado colonial.

Durante la guerra de Indochina, apurada con una urticante derrota de Francia apenas diez años antes, los reporteros galos pertenecientes al Servicio de Prensa Inter-Armas (SPI) escribieron páginas gloriosas.

El general De Lattre de Tassigny había creado el SPI como un organismo destinado a suministrar información de primera mano al grueso de los periodistas, que permanecía bloqueado en ciudades como Hanói o Saigón.

El fotógrafo Daniel Camus, que en 1954 tenia veintidós años, se lanzó en paracaídas sobre Dien Bien Phu acompañado por su colega René Martinoff y por el cineasta Lebon.

Recogida de heridos en Vietnam.

Saltaron del avión Dakota entre un diluvio de morterazos, y apenas tocaron tierra, la metralla mató a Martinoff y dejó malherido a Lebon.

Todavía aturdido por la trágica recepción, Camus se puso a trabajar y permaneció bajo el fuego 55 días. Cuando los franceses se rindieron, Camus ocultó los rollos en su cuerpo, soldándolos a la piel del vientre con esparadrapo, pero no le sirvió de nada.

Al principio, en compañía del cineasta Pierre Schoendorffer y del fotógrafo Perault -que se habían lanzado también en paracaídas sobre Dien Bien Phu-, marcharon por la jungla confundidos en la columna de seis mil prisioneros.

Al llegar al campo de concentración decidieron revelar al Vietminh que eran periodistas. Los segregaron del conjunto y los acoplaron en un camión con los oficiales.

A medio camino, aprovechando el sopor de los guardianes, Perault brincó y se esfumó en la jungla.

Cuando le llegó el turno a Schoendorffer, tuvo la mala suerte de tropezar con una rama y hacer ruido. Lo capturaron, lo molieron a palos, registraron a Camus y descubrieron los rollos de película.

Los comunistas nortvietnamitas celebran la caída de un avión norteamericano.

Los forzaron a seguir el resto del camino a pie y descalzos. Cuatro meses después, tras otras dos tentativas frustradas de evasión, Camus y Schoendorffer fueron liberados. Perault nunca apareció.

Tras los británicos y los franceses empezaron a asomarse los australianos y el resto. Había tanta gente descontenta con la situación que los corresponsales dejaron de necesitar las fuentes oficiales para saber lo que pasaba o iba a ocurrir.

El 9 de mayo de 1963 las tropas de Diem dispararon contra una manifestación budista, y a partir de ese momento los monjes budistas se convirtieron en un manantial imperecedero de noticias.

El 9 de junio hicieron saber a los periodistas occidentales que algo importante podía ocurrir en la tarde.

Era solo una sugerencia, pero permitio al fotógrafo Malcom Browne apostarse con tiempo en el lugar adecuado y tener su cámara lista en el momento en que el monje Thich Quang Due se roció de gasolina y se inmoló, mientras sus compañeros budistas se interponían para impedir a los bomberos apagar las llamas.

Un monje budista se quema a lo bonzo en Saigong.

Las fotos de Browne fueron transmitidas inmediatamente por el servicio de AP y publicadas en miles de periódicos.

Fue la primera vez que la opinión pública mundial vio un «bonzo» y comenzó a inquirir estupefacta que ocurría en Vietnam.

La reacción de Diem consistió en acusar al fotógrafo de haber sobornado a los monjes para que sacrificaran a Tbich Quang Due.

La de Kennedy se centró en presionar a los editores y directores, instándolos a cerrar filas como se había hecho en la Segunda Guerra Mundial y en Corea.

Manifestación contra la Guerra de Vietnam.

En honor a los corresponsales es imperativo puntualizar que intentaron reportar lo que observaban. En su contra hay que reseñar que tendieron a considerar la corrupción de las autoridades locales como algo periférico al conflicto.

Tampoco cuestionaron casi nunca la participación norteamericana, sino solo su efectividad.

En contra de lo que proclamaban muchos políticos en Washington, muchos periodistas estaban tan interesados en la victoria de Estados Unidos como podía estarlo el Pentágono.

Charles Mohr, enviado por el New York Times, llevó su ímpetu a cubrir la reconquista de la ciudadela de Hue con un fusil M-16 al hombro.

Un miliciano vietcong, capturado por los marines norteamericanos.

En agosto de 1964 el general William Westmoreland asumió el mando del creciente cuerpo expedicionario norteamericano, se desplegaron los primeros aviones en bases terrestres y la VII Flota comenzó a patrullar las aguas internacionales cercanas a Vietnam del Norte.

Se inició una guerra sin precedentes en los anales de la historia militar estadounidense: una contienda sin línea de frente, sin enemigo claramente identificado, sin causa fácilmente explicable, sin un villano sobre el que focalizar el odio popular, sin peligro para el territorio propio, sin necesidad de sacrificios generalizados y sin fervor ni patriotismo.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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