Insolidaridad humana

Le atropella un motocarro y agoniza una hora en el arcén, ignorado por 140 coches, 82 calesas y 181 ciclistas

¿Es erróneo creer que dentro del hombre hay a menudo un buen samaritano?

¿Es el ser humano realmente solidario?

Esta pregunta ha intrigado a filósofos, psicólogos y antropólogos durante siglos.

A primera vista, las noticias diarias parecen pintar un cuadro sombrío de la naturaleza humana, lleno de conflictos, egoísmo y avaricia.

Sin embargo, una mirada más cercana a nuestra historia y comportamiento revela una realidad mucho más compleja y, sorprendentemente, esperanzadora.

Desde los albores de la Humanidad, la solidaridad ha sido una fuerza motriz en nuestra evolución y supervivencia.

Ya en la prehistoria, encontramos evidencias de comportamientos altruistas que desafían la idea del «más apto» como único motor de la evolución.

Un ejemplo fascinante lo encontramos en la Sima de los Huesos, en AtapuercaEspaña. Aquí, hace unos 450.000 años, nuestros antepasados cuidaron de individuos con discapacidades severas, permitiéndoles sobrevivir hasta edades avanzadas.

Uno de los casos más conmovedores es el de un anciano apodado «Miguelón«.

Este individuo sufrió una grave infección dental que le deformó el rostro y le impidió alimentarse por sí mismo.

Sin embargo, sus compañeros no lo abandonaron.

Como explica un experto del yacimiento: «Sus compañeros tuvieron que cuidarle, cazar por él, recolectar por él, e incluso masticarle la comida para que pudiera sobrevivir unos meses».

Este acto de compasión, ocurrido hace casi medio millón de años, nos muestra que la solidaridad está profundamente arraigada en nuestra especie.

Avanzando en el tiempo, la historia está salpicada de ejemplos de solidaridad que han cambiado el curso de los acontecimientos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Oskar Schindler, un empresario alemán, arriesgó su vida y fortuna para salvar a más de 1.000 judíos del Holocausto.

Su historia, inmortalizada en la película «La lista de Schindler«, es un poderoso recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros de la humanidad, la luz de la compasión puede brillar con fuerza.

Pero la solidaridad no se limita a los grandes gestos heroicos. A menudo, son los pequeños actos cotidianos los que tejen el verdadero tapiz de la bondad humana.

En México, tras el devastador terremoto de 2017, miles de ciudadanos comunes se lanzaron a las calles para ayudar en las labores de rescate.

Como relata un testigo: «De manera instintiva, quienes estaban cerca de los derrumbes, corrieron a quitar, a veces con las manos desnudas, los escombros para buscar a gente atrapada».

Esta reacción espontánea demuestra que, ante la adversidad, nuestro instinto de ayudar a los demás puede superar incluso al de autopreservación.

En tiempos más recientes, la pandemia de COVID-19 ha puesto a prueba nuestra capacidad de solidaridad a escala global.

Y aunque ha habido momentos de egoísmo y acaparamiento, también hemos sido testigos de innumerables actos de generosidad. Desde médicos y enfermeras que han arriesgado sus vidas para cuidar a los enfermos, hasta vecinos que han hecho la compra para los ancianos de su comunidad, la crisis ha sacado lo mejor de muchos de nosotros.

Sin embargo, sería ingenuo afirmar que todos los seres humanos son inherentemente altruistas.

La realidad es más matizada.

Estudios psicológicos sugieren que nuestra tendencia a la solidaridad está influenciada por una compleja interacción de factores genéticos, culturales y situacionales.

El famoso «Experimento de la Prisión de Stanford«, llevado a cabo por Philip Zimbardo en 1971, demostró cómo las circunstancias pueden llevar a personas comunes a comportarse de manera cruel.

Sin embargo, el mismo Zimbardo ha dedicado gran parte de su carrera posterior a estudiar lo que él llama «héroes cotidianos», personas que eligen hacer lo correcto incluso cuando es difícil o peligroso.

Entonces, ¿somos buenos samaritanos por naturaleza o es la excepción a la regla?

La evidencia sugiere que tenemos la capacidad para ambos extremos. Como especie, hemos demostrado una y otra vez nuestra capacidad para la crueldad y la indiferencia. Pero también hemos mostrado una y otra vez nuestra capacidad para la compasión y el autosacrificio.

Quizás la pregunta más importante no sea si somos inherentemente solidarios, sino cómo podemos fomentar y cultivar esa solidaridad. La educación, la empatía y la exposición a diferentes culturas y perspectivas pueden jugar un papel crucial en este sentido.

Como dijo una vez Martin Luther King Jr.:

«La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: solo la luz puede hacer eso. El odio no puede expulsar al odio: solo el amor puede hacer eso».

En última instancia, la solidaridad no es solo una cuestión de naturaleza, sino también de elección.

Cada día, en grandes y pequeñas formas, tenemos la oportunidad de elegir la compasión sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo.

Y aunque no siempre estemos a la altura de nuestros ideales más elevados, el mero hecho de que sigamos intentándolo, que sigamos admirando y celebrando los actos de bondad, es en sí mismo un testimonio de nuestra capacidad para el bien.

Así que la próxima vez que te preguntes si el ser humano es realmente solidario, recuerda: la historia de nuestra especie es tanto una historia de conflicto como de cooperación, tanto de crueldad como de compasión.

Pero en cada acto de bondad, por pequeño que sea, vemos un reflejo de lo mejor de nosotros mismos y un recordatorio de lo que podemos ser cuando elegimos ponernos del lado de la humanidad.

Curiosidades sobre la solidaridad humana:

  1. El «Efecto Bystander» muestra que las personas son menos propensas a ayudar cuando hay más gente alrededor.
  2. Estudios demuestran que los niños de tan solo 14 meses ya muestran comportamientos altruistas.
  3. La «oxitocina», conocida como la hormona del amor, también aumenta los comportamientos solidarios.
  4. En algunas culturas, como la de los Aka en África Central, compartir es tan fundamental que no tienen palabra para «gracias».

UN VÍDEO ACONGOJANTE

¿Puede haber mayor tristeza que perecer así?

Una cámara de videovigilancia graba la agonía de un peatón en las calles de Nueva Delhi ante el desprecio generalizado del mundo circundante.

Después de haber sido golpeado por un camión de reparto, cientos de viandantes, ciclistas y conductores de automóvil o bus dejarán al transeunte morir sin inmutarse.

El fallecido, que ha sido identificado como Matibool, regresaba a su domicilio tras terminar un turno de noche como guardia de seguridad.

A pesar de que el conductor del camión que lo atropella se baja del vehículo inicialmente, echa un vistazo, comprueba que su espejo retrovisor sigue entero y rápidamente decide marcharse.

Un total de 140 coches -incluido un vehículo policial-, 82 calesas, 181 ciclistas y 45 peatones los que pasaron de largo ante el cuerpo moribundo. La única persona que se detuvo, un conductor de calesa, ignoró al hombre por completo y fue directo a robarle su teléfono móvil.

Después de que el atropellado, padre de cuatro hijos, permaneciera tirado en la cuneta durante 30 minutos, una persona que caminaba por el lugar trata de auxiliarle y alerta a la Policía.

Por desgracia, la ambulancia tardó más de 40 minutos en llegar y Matibool murió a causa de una hemorragia de camino al hospital.

La Policía ha identificado y detenido el conductor del camión de reparto y se encuentra buscando al conductor de la calesa que le robó el móvil. Este jueves, el gobierno de la capital india ha anunciado la elaboración de un «sistema de incentivos» que premie a aquellos que lleven a las víctimas de accidentes al hospital.

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