Con esta bestial ejecución declara el ISIS la guerra a los yihadistas de Hamas

Los asesinatos cometidos por el autoproclamado Estado Islámico (EI) y grupos afines son asociados por muchos con fanatismo y locura, o con el Corán.

Pero el vínculo entre violencia e islam es mucho más complejo, como explica en BBC Mariano Aguirre, director del Centro Noruego de Construcción para la Paz (NOREF), en Oslo.

Y, para entenderlo, hay que tomar en cuenta una serie de circunstancias históricas, debates teológicos y las relaciones entre el mundo árabe y el sistema colonial, especialmente desde el siglo XIX hasta hoy.

Además, como ocurre con otros textos sagrados, en el caso del Corán lo que cuenta es la interpretación, así como el uso de la religión y la historia como justificación.

En el mundo hay aproximadamente 1.600 millones de musulmanes.

Y una confusión extendida es que ser musulmán y parte de la cultura del islam es lo mismo que ser islamista religioso practicante, fundamentalista e, inclusive, tener un programa político yihadista violento.

Pero no todos los musulmanes apoyan los movimientos políticos islamistas, y menos aún los violentos.

Aunque como explicó el fallecido profesor y experto en Relaciones Internacionales irlandés Fred Halliday: «Como con otros mitos políticos, el hecho mismo de que estas ideas sean propagadas, les dota de una cierta realidad, tanto para los que se intenta movilizar como también contra los que están dirigidas».

Las rupturas internas

Desde la fundación del islam por parte de Mahoma en el siglo VI hubo enfrentamientos violentos por su liderazgo.

A partir de su muerte y luego de sucederse cuatro califas entre 632 a 661, se produjo la ruptura interna del islam entre sunitas y chiitas, que desarrollaron diferentes identidades y prácticas religiosas.

Esa ruptura, que se mantiene hasta hoy, está representada especialmente por Irán (chiita) y Arabia Saudita (sunita).

Y el autodenominado Estado Islámico (o Daesh) se autoreivindica como vanguardia del renacimiento sunita y el resurgimiento del viejo califato.

Entre los siglos VII y IX, el califato se extendía desde India hasta lo que ahora es España.

A partir del siglo XIII, fue perdiendo autoridad central y fragmentándose hasta que surgió el Imperio Otomano en el siglo XV.

Su colapso entre 1917 y 1918, en parte producto de la guerra declarada contra Rusia, Francia y Gran Bretaña en 1914, generó un intenso debate en las filas del islam.

Los orígenes

Las raíces de los movimientos violentos dentro del islam, por su parte, se encuentran en el salafismo y el wahhabismo.
Una serie de teóricos, entre ellos Taqi al-Din Ahmad ibn Taymiyyah en el siglo XIV, propugnaron que el islam había sido corrompido por diversas interpretaciones y prácticas y que era necesario volver a una lectura estricta del Corán y de la sunnah (las prácticas de Mahoma)..

Sus ideas inspiraron movimientos yihadistas siglos más tarde.

El salafismo promueve el regreso a la época (supuestamente) pura y dorada del islam como respuesta a los cambios en el mundo.

Y el wahhabismo emergió en el siglo XVII como una interpretación todavía más rigurosa del salafismo, criticando diversas prácticas religiosas.

El teólogo radical Mohamed ibn Abd al-Wahhab se alió con la Casa de los Saudí a principios del siglo XIX con el objetivo de construir un Estado que recuperase las esencias del islam.

El intento fue frustrado varias veces pero continuó siendo promocionado por las milicias del rey saudita y se prolongó hasta hoy como un componente de la ideología y la estructura de poder de Arabia Saudita.

Desde este país se han apoyado, por ejemplo, las milicias sunitas más radicales que luchan contra el régimen de Bashar al Assad en Siria.

Los Hermanos Musulmanes

Dentro del salafismo, que se expandió más allá de Arabia Saudita, surgieron diversas facciones, como explica Megan K. McBride, de la Universidad Brown, en Estados Unidos.
Una de ellas es favorable a una política proactiva capaz de responder a la creciente influencia occidental que producía el colonialismo.

Y así, en 1928, el teólogo Hasan al Banna fundó los Hermanos Musulmanes promoviendo una yihad militante.

Pero, ¿qué es la yihad?

La yihad es una obligación colectiva para los musulmanes, diferente de las obligaciones personales, como hacer ayuno.

En la doctrina clásica del islam el mundo está dividido en dos campos hostiles: el de la esfera del islam (dar al-islam) y el de la esfera de la guerra (dar al-harb).

Hubo yihads contra el colonialismo europeo en los siglos XIX y XX inspirados por mujaddids, miembros de órdenes sufíes, que lucharon contra lo que consideraban la corrupción y la infidelidad en sitios como Java, India, el Cáucaso y Argelia, explica el experto Malise Ruthven, de la Universidad de Aberdeen.

El concepto es extremadamente controvertido y sujeto a muy diversas interpretaciones, como indica McBride, que oscilan entre hacer cambios a través de la acción política o la revolución violenta, o si se debe seguir un plan central o actuar de forma descentralizada.

Los movimientos yihadistas salafistas actuales no obedecen a un mando unificado y tienen grandes divergencias entre sí.

Por lo demás, perseguidos en Egipto, los Hermanos Musulmanes se refugiaron en las décadas de 1960 y 1970 en Arabia Saudita y desde ahí, siguiendo las enseñanzas del teólogo Sayyid Qutb, promovieron, enseñaron y alentaron las prácticas salafistas.
Qutb, el más prominente de los ideólogos de la época, reaccionó en sus escritos contra los colonialismos británico y francés, y el ascendente papel de Estados Unidos, elaborando su teoría de un sistema islámico que compitiera con el comunismo, el capitalismo y la que consideraba corrupta democracia liberal.

Para Qutb –quien luego de intentar ser cooptado fue ejecutado por el gobierno egipcio en 1966– el mundo vive en una época de ignorancia (jahiliy-y-a) pre-islámica hasta que llegue la era del dominio de Dios, con el Corán como guía (hakimiy-y-a).

En sus últimos escritos desde prisión promovió la idea de crear una «vanguardia» que luchara para crear un «Estado islámico», idea recogida por Abu Bakr al-Baghdadi, actual líder de EI.

En poco tiempo los Hermanos Musulmanes ganaron adeptos en Medio Oriente, así como en Pakistán, Indonesia, Malasia, y apoyo económico y retaguardia en Arabia Saudita.

Las ideas radicales de Sayyid Qutb tuvieron un profundo impacto en el mundo sunita, inspiraron el nacimiento del movimiento palestino Hamas contra Israel y una serie de ataques, entre otros, el asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat (1981) por haber firmado la paz de Camp David con Israel.

Por otro lado, la revolución chiita liderada por el ayatola Jomeini en 1979 fue otra fuente decisiva de la radicalización del islam, inspirando la creación de Hezbolá en Líbano y otros grupos armados chiitas en Arabia Saudita, Bahréin, Afganistán, Yemen, Irak y Pakistán.

Los yihadistas sunitas consideran «apóstatas» a estos grupos.

La guerra contra los poderes locales

La revolución en Irán, el fracaso del comunismo como ideología liberadora y de las revoluciones nacionalistas y modernizadoras árabes en proveer libertad, participación y servicios a los ciudadanos de los países post-coloniales, junto a la corrupción de las élites locales, y el apoyo de Estados Unidos a Israel fueron otros factores que provocaron diferentes grados de radicalización.

Las ideas revolucionarias se expandieron gracias a canales modernos de comunicación (desde los casettes que enviaba Jomeini desde el exilio en París hasta las campañas de Estado Islámico en redes sociales).

En muchos núcleos urbanos, las mezquitas se transformaron en centros de reunión, organización, adoctrinamiento y apoyo social, sustituyendo a Estados no proveedores de servicios.
Y, en ese contexto, la religión emergió como un factor de identidad frente a la modernidad del colonialismo y del nacionalismo con toques marxistas que, no sólo trajeron pocos beneficios, sino que pretendieron borrar o remplazar muchas señas de identidad.

Y también se convirtió en el arma de preservación de lo tradicional contra lo moderno; la pureza originaria ante la corrupción proveniente de fuera.

La modernización, sin embargo, penetró en las sociedades provocando tensiones alrededor de cuestiones como el papel de la mujer o cómo conciliar las tradiciones, algo especialmente dramático para las comunidades de emigrantes musulmanes.

Por otro lado, gobiernos como el de Pakistán y Turquía trataron de uniformar las prácticas religiosas como legitimación de sus planes nacionalistas, lo que produjo choques con diferentes tradiciones musulmanas.

Esto agudizó la tensión violenta entre los movimientos yihadistas y los gobiernos locales a los que ven como delegados de la modernización imperialista exterior.

De hecho, una de las ideas claves de Osama bin Laden era destruir los poderes corruptos en el mundo árabe y sus aliados internacionales.

Los internacionalistas, desde Afganistán a Badgad

Las guerras en Afganistán y Argelia también influyeron en la radicalización.

Durante la ocupación del primer país por las fuerzas soviéticas (1979-1989), militantes de diversos países, entrenados en la ortodoxia religiosa en Arabia Saudita fueron a combatir la ocupación de la Unión Soviética, en parte apoyados (debido a la lógica de la Guerra Fría) por Estados Unidos, Gran Bretaña, Arabia Saudita y países del Golfo Pérsico.

La invasión de Washington y sus aliados en 2001 ayudó a que Afganistán continuase siendo una fuente de lucha y entrenamiento para yihadistas internacionales.

La presencia soviética en Afganistán y, a través de bases militares, de Estados Unidos en Arabia Saudita, fueron justificaciones suficientes para algunos teólogos para lanzar ofensivas.

Los ataques del Ejército de los Puros (Lashkar-e-Taiba) es un ejemplo de yihad contra la ocupación de Cachemira por parte de India.

En Argelia, el Frente Islámico de Salvación (FIS) tenía todas las cartas para ganar las elecciones en 1991, pero el gobierno del Frente de Liberación Nacional (FLN) canceló los comicios.

La dramática guerra entre grupos islamistas crecientemente radicales y el gobierno duró hasta 2002.

También aquí participaron milicianos extranjeros, provenientes de Afganistán y otros sitios.

La invasión de Estados Unidos y sus aliados de Irak en 2003 tuvo diversos efectos.

Por una parte, dio mayor poder a los chiitas, hasta entonces sometidos a los sunitas.

El surgimiento de milicias sunitas fue acompañado de una profunda violencia sectaria que continúa hasta hoy.

Oficiales y miembros sunitas de las fuerzas armadas de Sadam Hussein huyeron durante casi una década, y muchos han reaparecido como estrategas de Estado Islámico.

Objetivos del yihadismo

Por otra parte, las prácticas de tortura, traslado ilegal de prisioneros y la prisión indefinida sin juicio de musulmanes en las cárceles de Abu Ghraib y Guantánamo fueron usadas como justificación para acciones terroristas contra los «apóstatas», respondiendo en sus propios territorios.

El uso de drones por parte de Estados Unidos en Yemen aceleró la idea de que es legítimo tomar represalias sobre civiles occidentales.

Y la operación militar de Francia en Mali contra grupos yihadistas en 2013 y su participación en la coalición internacional en Siria ha situado a ese país como un alto objetivo del yihadismo.

Igualmente, Rusia, que ha sufrido diversos ataques de terrorismo checheno, es un objetivo debido a la radicalización de sectores de su población musulmana (14 millones) y los actuales bombardeos sobre objetivos yihadistas y de Estado Islámico en Siria.

Cómo Estado Islámico se convirtió en una amenaza internacional

Las fuerzas del yihadismo moderno no son fáciles de cuantificar: algunas fuentes hablan de centenares de grupos, pero hay alrededor de 16 con una alta capacidad letal.
Y dentro de esa corriente hay debates sobre la legitimidad de asesinar civiles musulmanes y no musulmanes, aunque crecientemente se acepta que la población civil occidental es cómplice por apoyar el «corrupto sistema democrático» y a sus gobiernos.

El líder de al-Qaeda Ayman al-Zawahiri considera que el único lenguaje que Occidente entiende es el de la violencia, y eso justica asesinar civiles. Y los musulmanes afectados por sus ataques, como ha ocurrido en Mali o en Francia en días pasados, son vistos como mártires necesarios de la causa revolucionaria.

Los yihadistas actuales, la mayor parte de ellos basándose en superficiales conocimientos de las tradiciones y debates del islam, justifican prácticas brutales como cortar las cabezas de sus prisioneros o someter sexualmente y esclavizar a mujeres no musulmanas, además del suicidio como arma.

El Corán nada dice sobre esto, pero los miembros de grupos como Boko Haram (en Nigeria), Al Shabab (Somalia), Al Murabitún (Sahel), Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), el Frente Al-Nusra (Siria), Shariat Jamaat (Chechenia) o el Estado Islámico imbuidos en una cultura brutal de exhibicionismo y machismo violento, invocan a Dios y el anti-colonialismo antes de cada crimen.

Estas prácticas son una lectura perversa del islam, una violación del derecho internacional humanitario, y una caricatura grotesca de las luchas anti-coloniales de líderes de figuras como Frantz Fanon o Patrick Lumumba.

La guerra en Siria ha sido el último episodio que ha alentado al yihadismo.

La represión de la que acusan al gobierno de Bashar al Assad (que representa a una rama del chiismo) contra los sunitas volvió a operar como un llamado a jóvenes de Europa, Estados Unidos, Marruecos y otros países para ir a luchar a Siria.

Muchos de esos jóvenes de familias inmigrantes en Europa o Estados Unidos se sienten marginados y ven, gracias a una eficaz propaganda, a Estado Islámico y sus acciones en Libia, Túnez, Líbano, Mali, París o el Sinaí como un horizonte revolucionario para la construcción romántica y sangrienta de un ilusorio nuevo mundo.

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