BODAS REALES QUE FUERON FUNERALES

El tipejo abofetea a su novia en plena boda por una inocente broma de ella

Los comentarios sobre cómo pudo ser la 'noche de bodas' de esa infeliz, los hemos excluido por simple piedad

El video muestra el momento en el que un esposo recién casado abofetea a su esposa frente a todos los invitados.

Lo hace en en plena ceremonia de boda.

Las imágenes, grabadas en un país de Asia Central, una de las antiguas repúblicas soviéticas, muestran a la chica que se levanta el velo para que el novio le ofrezca un pedazo de pastel.

Ella se dispone a hacer lo mismo, pero en el último momento retira, juguetona, el pastel de su boca.

La reacción del tipejo es brutal.

Responde con rabia, golpeándola con fuerza en la cara.

Como no podía ser de otra manera, en las redes sociales se impone la tesis de que la mujer debería dejarlo lo antes posible «en lugar de vivir un infierno con él».

Los comentarios sobre cómo pudo ser la ‘noche de bodas‘ de esa infeliz, los hemos excluido por simple piedad.

BODAS REALES QUE FUERON FUNERALES

Hubo un tiempo en que las bodas reales eran un asunto estrictamente privado, un ritual cortesano al que las cámaras de televisión y los periodistas no tenían acceso. Sin embargo, los libros de historia revelan muchas anécdotas interesantes sobre estas ceremonias, que en la mayoría de los casos no tenían nada que ver con el amor.

  • Mitad boda, mitad funeral
    La boda de la princesa Margarita de Francia con el duque de Saboya, en 1559, se pareció más a un funeral que a una ceremonia nupcial. El hermano de la novia, el ** reyEnrique II** había organizado grandes fiestas para conmemorar la boda: bailes, galas, banquetes, mercados y competencias en las que el galante rey se lucía ante su esposa, su amante y miles de espectadores. Pero fue precisamente en una de las competencias de justas cuando un trozo de lanza quedó incrustado accidentalmente en la cabeza del rey, cerca del ojo y tocando el cerebro, y nadie podría salvarlo. Los médicos hicieron lo imposible para curar al rey, e incluso incrustaron lanzas en las caras de presos condenados a muerte para “ensayar” la operación del rey. Pero no dio resultado. Consultado sobre su último deseo, el agonizante Enrique II pidió que la boda se celebrara igual. La ceremonia, según un cronista, parecía «más un cortejo mortuorio y un funeral que cualquier otra cosa, pues, en lugar de oboes y violines, todo eran llantos, sollozos, tristeza y lamentos. Y, para que todavía se asemejara más a un entierro, se casaron poco después de medianoche…»
  • Una noche de bodas de pesadillas
    La boda de Catalina la Grande con Pedro III de Rusia fue un evento esplendoroso. La novia, llegada de Alemania para casarse con el desagradable heredero ruso, encantó a todos con su belleza, su elegancia y su forma de adaptarse a la vida rusa. La emperatriz ** Isabel de Rusia** puso en ella sus esperanzas, ya que no confiaba en su sobrino, al que consideraba vago, borracho, mujeriego y poco inteligente. La decepción de Catalina llegó la noche de bodas, cuando esperó durante horas la llegada de su flamante marido. Finalmente, Pedro llegó ebrio, se acostó junto a ella y se durmió. Las siguientes noches fueron de terror. A los 18 años, Pedro se mostraba insensible a la belleza de su esposa y prefería divertirse jugando con soldaditos de madera, cañones en miniatura y modelos de fortalezas. Durante el día, estos juguetes estaban escondidos bajo la cama, pero después de la cena, cuando la pareja se acostaba, se cerraba la puerta del dormitorio y comenzaba la diversión. Acostado junto a Catalina, a Pedro le brillaban los ojos cuando llegaba la hora de jugar y a veces estos jugos se prolongaban hasta las dos de la mañana.
  •  Una “boda gay” en la realeza
    En 1598, el reyFelipe II de España pactó el matrimonio de su hijo, también llamado Felipe, con Margarita de Austria. Al mismo tiempo, se arregló la boda entre la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, con el archiduque Alberto. Pero Felipe II murió en el transcurso de los dobles preparativos nupciales, por lo que era absolutamente necesario adelantar las bodas y, de este modo, evitar que con el rey muerto se rompieran sus acuerdos diplomáticos. Debido al luto cortesano, ni el nuevo rey español, Felipe III, ni su hermanastra Isabel Clara Eugenia pudieron viajar para casarse. La boda de Margarita con Felipe III se celebró en Italia el 18 de abril de 1599, pero como el novio no pudo estar presente, fue representado por el archiduque Alberto, primo de Margarita. Lo curioso llegó después en la misma ceremonia, cuando el Papa Clemente VIII tuvo que casar al archiduque Alberto con su novia ausente, representada por un noble español de muy alta alcurnia, Don Antonio Fernández de Córdoba y Cardona, duque de Sessa. Habrá sido una escena muy curiosa para todos los presentes: arrodillados ante el altar de la Catedral de Ferrara, el archiduque y el duque, recibieron la bendición papal antes de ser declarados “marido y mujer”.
  • Una novia que se quedó sin boda
    La infanta María Ana Victoria de España fue una mujer melancólica y un poco depresiva, y algunos creen que esta personalidad se debía al desplante romántico que le hicieron en la niñez. Cuando tenía solo 3 años, sus padres la ofrecieron como esposa del pequeño rey francés, Luis XV, que tenía 5 años y rompió en llanto al saber que ya le habían elegido novia. La novia, llamada cariñosamente “Mariannina”, fue enviada a Francia. En Versalles, la niña española alegró la vida de todos y Madame de Orleáns la definió como “la cosita más dulce y bonita”. Sin embargo, todo se complicó en 1723, cuando murió el regente francés y fue remplazado por otro, que estimaba que la boda de Luis XV con la infanta no convenía. La pequeña española, entonces de 5 años, no tenía edad para casarse (y menos para tener hijos) . De esta forma, con la excusa de ir a saludar a su hermano, en 1724 la niña fue puesta en un carruaje y enviada de vuelta a España. La pobre Mariannina descubrió el engaño al llegar a Madrid y ver regresar a su hija indignó a los reyes de España. Más adelante, se convertiría en reina consorte de Portugal, pero se asegura que la forma en que fue utilizada como “moneda de cambio” por sus padres y el desprecio que sufrió en Francia la amargaron para toda la vida.
  • Desmayos en el altar
    En 1795 el rey Jorge III de Inglaterra en persona eligió una prometida para su hijo, el príncipe Jorge de Gales: su sobrina Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel. Pensaba el “Rey Loco” que el matrimonio serviría para que su heredero sentara cabeza, pero estaba equivocado. Los novios se conocieron tres días antes de la boda y la primera impresión no pudo ser peor. Jorge se retiró al otro extremo de palacio y se repuso con una copa de brandy. Carolina era sucia, descuidada en el vestuario, inculta y vulgar en las maneras; no era, pues, para un caballero tan exquisitamente fino como el príncipe Jorge. La princesa, mientras tanto, confesaba que su futuro esposo era “más gordo y no tan guapo como lo habían pintado en los retratos”. Los testigos de la boda confesaron que el príncipe, que se casaba contra su voluntad, avanzó por el pasillo central de la capilla con la expresión facial de un condenado a muerte y que se desmayó dos veces. Los testigos aseguraron que el príncipe de Gales miró con tristeza a una de sus amantes mientras hacía sus votos y su llanto retumbó amargamente en la capilla cuando el arzobispo preguntó si alguien tenía alguna objeción al enlace.
  • Viviendo en pecado
    Conocidos como “Reyes Católicos”, la reina Isabel de Castilla (1451-1504) y el rey Fernando II de Aragón (1452-1516) , eran primos, por lo que necesitaban una dispensa papal para poder casarse. El día de la boda, el 19 de octubre de 1469 llegó a último momento una dispensa sospechosamente firmada por el Papa Pío II… que había muerto cinco años antes. Se trataba, obviamente, de una mentira. Era una falsificación hecha por el arzobispo de Toledo, lo que significa que los jóvenes Isabel y Fernando estuvieron viviendo “en pecado”. Dos años más tarde, afortunadamente una bula papal (auténtica esta vez) de ** Sixto IV** legitimó el matrimonio a ojos de Dios.

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