A las 04.00 de la madrugada del 19 de agosto, cuando en Madrid todavía eran las 02.00 y no se sabía nada, el vicepresidente Gennady Yanaev declaró con voz trémula el estado de emergencia en la URSS y asumió plenos poderes.
El mensaje oficial fue muy escueto:
«La medida ha sido adoptada ante la incapacidad de Mijail Serguevitch Gorbachov, debido a razones de salud, para cumplir sus funciones como presidente de la URSS.»
El golpe estaba en marcha. De acuerdo con el proyecto, se anunció la creación de un Comité Estatal para el Estado de Emergencia, integrado por ocho personas, todas ellas ultraconservadoras y promovidas recientemente a puestos de responsabilidad por el vacilante Gorbachov.
En la lista, además de Yanaev, figuraban el ministro de Defensa Dimitri Yazov, el director del KGB Vladimir Kriuchkov, el primer ministro Valentín Pavlov, el ministro del Interior Boris Pugo, el jefe de Fábricas de Defensa Oleg Baklanov, el presidente de la Unión de campesinos Vasily Starodubtsev y Alexander Tizyakov, alto responsable del complejo militar-industrial.
A las 04.30 de la madrugada, el ministro de Defensa Yazov cursó el telegrama cifrado «número 8 825», por el que se colocaba a las Fuerzas Armadas en máxima alerta.
Tres divisiones, los Guardias Tamansky, la Dzerzhinsky y la Mecanizada Kantimiroivskaya, así como unidades de la división aerotransportada Ryazan, recibieron órdenes de ocupar puntos estratégicos en Moscú.
A esas alturas, los golpistas seguían plenamente confiados. En las instrucciones, se les instaba a preservar el orden público «evitando a toda costa el uso de la fuerza».
Probablemente Yanaev, Kriuchkov, Pugo y el resto del Comité de Emergencia hubieran actuado de otro modo de haber sabido que Yeltsin había eludido a la patrulla enviada a detenerlo y que los comandantes de las unidades despachadas hacia Moscú carecían de mapas de la ciudad y estaban tratando de localizar sus objetivos recurriendo a folletos turísticos.