COLUMNA EN EL SUPLEMENTO 'LOC' DE EL MUNDO

Las memorias calenturientas de Carmen Rigalt: «Una mujer iba sola al cine y a mitad de película sentía una mano en su muslo»

"Muy pocas se atrevían entonces a decir “¡Socorro, que me violan!”

Las memorias calenturientas de Carmen Rigalt: "Una mujer iba sola al cine y a mitad de película sentía una mano en su muslo"

Hace tiempo que las columnas de Carmen Rigalt han dejado de merecer la pena. A sus setenta años, la autora de Mi corazón que baila con espigas arrastra cansancio, recuerdos que no le importan a nadie y no deja de meterse en jardines ajenos.

En su columna de este 24 de agsoto de 2019, analiza el caso de Plácido Domingo. Critica al autor por su comunicado —en esto a la periodista hay que darle toda la razón— y le compara con Urdangarin.

VIERNES. Lo de Plácido Domingo se estira como un chicle. Europa defiende y América contraataca. El tenor salió al paso con un comunicado que no parecía amañado por un abogado hábil y cínico. En él, Domingo se autoinculpaba alegando que los estándares han cambiado mucho, y que treinta años atrás los comportamientos eran distintos. El tenor tenía un poco de razón, pero eso no justifica los abusos, en caso de que los hubiere.

Cierto pasaje del comunicado recuerda a Urdangarín, que justificó su afán de enriquecimiento con una frase propia de adolecente: “Todos lo hacían”. Utilizar el poderío para hacer chantaje sexual ha de ser juzgado con la misma severidad en el hombre y en la mujer. Sin embargo el número de hombres que históricamente han abusado de las mujeres es muy superior al de las mujeres que se han aprovechado de los hombres.

Lo interesante viene al final. Cuando recuerda lo mal que lo pasaron las mujeres de su generación ante el machismo hegemónico.

A mis coetáneos, los tengo muy calados. Bastantes de ellos fueron en su día amigos míos y me regalaron su confianza. Eran hombres de éxito, triunfadores y sobre todo, canallas. Las mujeres de mi generación pedíamos hombres tiernos, pero nos enamorábamos de los canallas. Con el transcurso del tiempo, ellos se hicieron más blandos y mandilones, mientras que a nosotras, el latido del feminismo nos hizo más duras y combativas.

Colgada la medalla del #MeToo, viene lo bueno. Rigalt recuerda cómo era ir al cine en España en los años setenta:

Fue un triunfo llegar vivas a los 70. El verbo que mejor define el despertar de las mujeres a la vida es forcejear. La calle estaba llena de salidos que te la jugaban cuando menos lo esperabas. Una mujer iba sola al cine y a mitad de película, cuando más abstraída estaba, notaba un roce por encima de las rodillas que le hacía ponerse en guardia. ¿Será cierto que el vecino de asiento está haciendo una incursión en mi muslo, o es que lo estoy soñando?, murmuraba ella, presa del pánico. Muy pocas se atrevían entonces a decir “¡Socorro, que me violan!” Un salido de manual siempre estaba dispuesto a humillar, replicando:

-¡Eso es lo que tu quisieras, rica!

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