LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

La contundente cifra que deja para el arrastre la Diada de los golpistas: 7,4 millones de catalanes se quedaron en sus casas

La contundente cifra que deja para el arrastre la Diada de los golpistas: 7,4 millones de catalanes se quedaron en sus casas
Torra no seduce a los independentistas.

El comentario es unánime este 12 de septiembre de 2019 en las tribunas y editoriales de la prensa de papel, que la Diada de los golpistas fue un auténtico fiasco.

El editorial de El Mundo considera que el fracaso de la Diada se debe a la falta de carisma del actual presidente, Quim Torra:

Con casi la mitad de asistentes que el año pasado y la manifestación menos multitudinaria desde que se inició el procés, la Diada celebrada ayer en Cataluña evidenció el cansancio y la decepción de quienes llegaron a creer que la independencia no era un sueño disparatado. Pero la realidad es que ha terminado por dividir incluso a sus propios impulsores, que no encabezaron juntos la marcha por las calles de Barcelona. ERC y JxCAT están más distanciados que nunca, justo en el momento crítico que vivirá el separatismo cuando se haga pública la sentencia del Tribunal Supremo. Quizá por eso el presidente de la Generalitat, Quim Torra, que se enfrenta a una posible inhabilitación, hizo gala de su más provocador radicalismo para compensar la evidencia de que no ha logrado convertirse en un líder carismático.

Arcadi Espada da cifras contundentes que definen el fracaso de la Diada:

Siete millones cuatrocientos cincuenta mil catalanes declinaron asistir ayer a la manifestación convocada por los nacionalistas. La cifra es notablemente superior a la de otras convocatorias. Yo intuí la avalancha desde que vi que los que salían este año iban con la segunda equipación, una camiseta color turquesa caribe. Hay millones de catalanes que nunca han participado en la Diada y que nunca lo harán. Su visibilidad ha sido casi nula en estos últimos cuarenta años. Solo el 8 de octubre de 2017 muchos de ellos pisaron la calle por primera vez deseando que fuera la última. Se trata de la otra mitad de Cataluña y la principal razón de que la independencia unilateral –unilateral quiere decir no solo al margen del Estado, sino también al margen de la mitad de los catalanes– haya fracasado.

David Gistau se mofa de que los asistentes a la Diada hayan perdido la confianza en sus representantes políticos y se lamenten de la ausencia de Messi:

A ver qué camiseta sacan el año próximo, que será, como en esta edición, el de la última Diada como españoles obligados a serlo. Si el Barcelona también cultivó un fatalismo de «Este año sí» hasta que lo rescató Cruyff, se diría que el independentismo, perdida la confianza en sus representantes, queda tan sólo a la espera de un ser providencial. A quién puede extrañar que pidan a Messi que vaya a la Diada.

El editorial de La Razón habla de una Generalitat que se ha dedicado a dividir a los catalanes:

Ha provocado un honda división social y la evidencia de que ya no es una institución de todos los catalanes. Tampoco lo es la celebración de la Diada, hoy una movilización más del independentismo, exclusivista y reflejo de la Cataluña que ha diseñado el nacionalismo: la de un «solo pueblo». Las cifras de asistentes reflejan esa pérdida de apoyo: del millón en 2018 –según fuentes de la Guardia Urbana– a los 600.000 de ayer. El proyecto de «construcción nacional» no cuenta con el apoyo de la mayoría de la sociedad catalana y todo lo que sea imponerlo supondrá el deterioro de la propia comunidad, de sus instituciones y del bienestar de los ciudadanos. Por más que les duela a los dirigentes independentistas y a sus fieles –la verdad es así–, la intentona de octubre de 2017 fracasó.

Sabino Méndez asegura que a Torra se lo toman a chacota:

El mejor símbolo del pinchazo catalanista en la Diada de este año sería la cara de fastidio de Torra cuando en su ofrenda anual al monumento de Casanova unos bromistas hicieron sonar a todo volumen el himno de España mientras él intentaba cantar «Els Segadors». Todo su semblante reflejaba un hastío milenario, el tedio infinito de aquel que, por más que insiste, lo único que consigue es que sus paisanos se lo tomen a chacota. Sabotaje. Más de la mitad de los catalanes lo respetan tan poco que no ven inconveniente en gastarle bromas pesadas incluso en los momentos más sagrados.

Pedro Narváez asegura que los separatistas en vez de ver la luz al final del túnel se han puesto a construir otro:

Y así, fueron enredándose cada vez más hasta que se enroscaron como una serpiente que se mordió a sí misma y a cierta parte de la anatomía de Pilar Rahola. Tanta es la libertad de expresión, la cúspide de la Escuela de Atenas, que la Generalitat ordenó identificar al sujeto o sujeta que puso el himno de España mientras Torra se hacía el acongojado por los hechos acaecidos hace más de tres siglos y que aún nos mantienen sonrojados. La Stasi catalana es una manera de alcanzar el nirvana. Sin delación, y sin las famosas tetas, no hay paraíso. Y así, en lugar de alumbrar el final del túnel, pidieron voluntarios para construir otro.

El País tampoco oculta que la Diada de 2019 ha sido un soberano fracaso:

Como estaba descontado, la concentración independentista de la Diada fue muy nutrida, lo que vuelve a dar fe del amplio núcleo social adscrito a ese ideal y de que sigue expresando un problema sociopolítico que requiere encauzamiento político. Como también se sospechaba, la asistencia fue una de las menos masivas desde que el soberanismo ocupó los espacios públicos catalanes en 2012. Fue una jornada en do menor, que vino marcada no solo por el descenso del número de asistentes (así y todo, considerable), sino por su causa evidente: la desafección que provoca en la base independentista la desunión de los partidos que la dirigen.

Ignacio Camacho, en ABC, detecta la dejadez del Estado en una Cataluña donde el separatismo sigue latente a pesar del fiasco de la Diada:

El independentismo catalán está políticamente dividido y socialmente melancólico. Sus dirigentes esperan en la cárcel un veredicto que los mantendrá unos años encerrados y el horizonte de la república vuelve a ser un mito lejano. Sin embargo, un importante sector de Cataluña, territorial y demográfico, vive en estado de independencia psicológica, en una especie de secesión mental que impregna su comportamiento cotidiano. La insurrección ya no es una posibilidad que nadie contemple en serio a corto plazo, pero desde octubre de 2017 tampoco han aumentado en la comunidad los anclajes del Estado. Y pese a la evidente deflación del movimiento rupturista, patente ayer en la Diada, y a sus notorios problemas de liderazgo, los partidos que lo representan continúan siendo necesarios para la conformación de un Gobierno que no les hace ascos.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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