Se insiste en que el llamado “marxismo cultural” tiene su origen en la Escuela de Frankfurt, una corriente de pensamiento originariamente europea, pero que se hizo popular en la década de 1960 cuando algunos de sus principales exponentes emigraron a los Estados Unidos. Esta fijación ha permitido que la transcendencia de Suecia, en lo que se refiere a la propagación de la ingeniería social incremental, pasara desapercibida. «Lo cierto es que, —explica Javier Benegas, director de Disidentia.com, en El Quilombo— mientras los integrantes de la Escuela de Frankfurt se dedicaban a desarrollar modelos teóricos con los que rescatar partes del pensamiento marxista, los suecos ya habían pasado a la acción.
En efecto, en los años 20 del siglo XX el partido socialdemócrata sueco abandonó los postulados marxistas ortodoxos y diseñó una nueva ruta. La sociedad capitalista debía ser erradicada, pero de forma paulatina, sin violencia y utilizando una nueva vía. No se expropiarían los medios de producción, porque era mucho más eficiente que siguieran en manos privadas, se condicionarían los bienes que consumían los ciudadanos. Para ello, era necesario “modernizar” la forma de pensar de las personas, para que llevaran un tipo de vida sana y correcta. Así el capitalismo no se controlaría por el lado de la oferta… sino por la demanda.