Apenas nos dimos cuenta, pero más que la trepidante música de las bandas de rock o los engolados discursos de los políticos, la prueba evidente del vertiginoso cambio que se operaba en la URSS estaba en los periódicos.
No en las críticas portadas, los descarnados editoriales o los acerados comentarios de los columnistas, envalentonados tras el fracaso del golpe neocomunista, sino en el interior, casi al final, en las grises páginas de los anuncios por palabras.
Las inserciones privadas ofreciendo amor eterno, botas irrompibles, videos japoneses, exóticos colmillos de mamut o sólidas latas de escabeche, comenzaron en 1986. Primero tímidamente y después como un torrente, dando origen a nuevos diarios, publicaciones especializadas y suplementos extraordinarios.
A mediados de 1991, poco antes del fracasado golpe comunista, había aparecido en los kioskos moscovitas Vsyo Dlya Vas (Todo para usted), una versión rusa del semanario español Segunda Mano, en formato tabloide y 16 páginas, donde las inserciones privadas eran gratuitas.
La atenta lectura de Vsyo Dlya Vas, el suplemento de Vechernaya Moscú, Moskovski Komsomolets o Kuranti podría ser por sí sola la base documental de una fascinante crónica sociológico-periodística sobre la profunda transformación económica y de costumbres, en marcha en el ex Imperio Soviético.
El 18 de noviembre, en la página 11 de Vsyo Dlya Vas, una moscovita «de 1,76 centímetros, piernas largas y leonina cabellera» se manifestaba dispuesta a amar de todo corazón a un «hombre rico y con éxito», capaz de protegerla en este «loco mundo».
La maciza y ambiciosa rusa puntualizaba al final que la edad del potencial benefactor carecía de importancia.
Poco más abajo, un fornido ex agente del KGB ofrecía sus servicios a particulares, empresas y extranjeros, como detective privado, garantizando «confidencialidad, probada eficacia y contundencia».
En la misma edición, un periodista anunciaba estar dispuesto a escribir «poesías por encargo», para felicitar cumpleaños, bodas y otros acontecimientos sociales.
Dos muchachas «muy guapas» proponían un buen rato y «sexo caliente» a hombres, añadiendo su dirección y aclarando que en el interior de las cartas de respuesta era imprescindible introducir un billete de 50 rublos.
Un ciudadano exponía su ferviente deseo de cambiar su coche Volga por un apartamento de una habitación en la ciudad de Moscú y un ginecólogo alardeaba de ser capaz de practicar abortos «con métodos de medicina oriental».
La lista de mensajes era interminable y de una variedad asombrosa, pero nada reflejaba mejor hasta qué punto se desmoronaba la vieja ética socialista y el carcomido armazón del primer Estado Proletario del mundo que las ofertas de empleo.
En el desapacible otoño de 1991, en el corazón urbano de la, durante tanto tiempo, cacareada sociedad sin clases, más de la cuarta parte de los anuncios eran de personas dispuestas a «cuidar niños», «atender la casa» o «cocinar».
Dos mujeres que se autoproclamaban «expertas cocineras», sugerían la posibilidad de alquilarse por días para preparar el menú de a pantagruélicos banquetes, en cualquiera de las casas de los nuevos millonarios moscovitas.
Lo que no aclaraban es cómo se las habían arreglado para aprender secretos culinarios y sugestivas recetas, teniendo en cuenta que en Moscú hasta la hogaza de pan era algo difícil de encontrar