Alfonso Ussía le ha metido un buen gancho en toda la mandíbula a Pedro Sánchez en su tribuna de La Razón de este 15 de diciembre de 2019. Todo a cuenta de la ‘gran preocupación’ del presidente en funciones del Gobierno, que no es otra que llevar en el Falcon un selecto suministro de bebidas espirituosas y unos caldos para caerse de espaldas tanto por su calidad como por su precio.
Comienza recordando Ussía como el hoy Rey de España, Felipe VI, cuando aún era bien joven, en plena crisis por los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York un 11 de septiembre de 2001, se tiró toda una maratoniana reunión sin probar gota de alcohol:
El Rey no bebe. Tuve la ocasión de comprobarlo. En un día caluroso de septiembre, 48 horas después del ataque terrorista musulmán contra la Torres Gemelas, mantuve con el entonces Príncipe de Asturias, hoy Felipe VI, en el número 13 de Concha Espina, donde vivía –y vive–, el entonces Jefe de la Casa del Rey, Fernando Almansa, una conversación que superó las tres horas de duración. El calor del ambiente y de la charla los refrescó el Rey con tres «Cocacolas» acompañadas de hielos, como es de suponer. A «Cocacola» por hora. Yo seguí la pauta y me tragué dos, si bien en el último tramo de la conversación acepté con ilusión un «whisky» que me ofreció el Conde del Castillo de Almansa. Y no fue conversación fácil ni frívola. Todo lo contrario.
Insiste en realzar los gustos sencillos de Su Majestad:
Felipe VI es un Rey medido, inteligente, culto, y muy bien educado. No es imaginable en su actitud una grosería, ni un aprovechamiento de su «status», ni una horterada de lujo complacido. El Rey –y es mi opinión personal, sencillamente– es un militar educado en la disciplina y la barrera contra la frivolidad. Es menos cautivador que su padre y su abuelo paterno, pero destaca en su personalidad la austeridad sincera, lejana al populismo, fingimiento o interpretación escénica. A mi modo de ver, y lo ha demostrado, es un Rey que se sabe de memoria sus límites constitucionales y sus riesgos ante el cumplimiento del deber. Me parece un Rey cojonudo, y no bebe. Quizá media copa de vino en las cenas oficiales en el Palacio Real o en una encerrona que le prepare Sánchez, y una copa cuando está entre sus amigos.
Por esa razón, a Ussía le sorprende el excesivo apego que Sánchez le tiene a los productos etílicos, especialmente los más caros:
De ahí que me haya sorprendido que el Gobierno –en funciones–, haya doblado el presupuesto en licores y elixires que se ofrecen a bordo de los Falcon del 45 Grupo del Ejército del Aire que tiene su base en Torrejón de Ardoz. Los aviones que usa Sánchez para viajar hasta la costa levantina con objeto de asistir junto a su señora a un concierto roquero, para acudir a la boda de un cuñado –hermano de su señora–, en La Rioja, o para hacer tiendas –«Shoping»–, en Nueva York, con su señora siempre a su lado, como buena cumplidora del respeto conyugal.
El presupuesto de licores, vinos y elixires que ha aprobado el Gobierno para volar en buenas condiciones alcohólicas por el mundo, se ha doblado. De 20.000 euros a 40.000, según nos informa A. Rojo en La Razón. Es decir, que es Sánchez el que bebe, o la que bebe es ella, o alguien se sopla 40.000 euros de los españoles gratis total. Rajoy, que no era ajeno a los beneficios del buen vino entre las nubes, es abstemio comparado con el comandante Sánchez, que así tendremos que denominarlo y tratarlo desde ahora.
Destaca que entre los artículos del avión, muchos son caros, pero también pelín horteras:
Whisky Chivas Regal – que está muy bien pero sólo impacta a los horteras–, ginebra «Bombay Shapphire», –perfume de nuevo rico–, y Cardhú, que no está mal pero no me provoca. Y vinos del «Pago de Capellanes» y «El Puntido», que serán buenísimos, quizá excesivamente costosos para los españoles por su relación calidad-precio.
Y aprovecha para contar una anécdota:
Lo del precio es singular. Se cuenta en Potes, Liébana, La Montaña, que en un bar abarrotado por vecinos de la localidad y turistas, entró un oso pardo a tomar una copa. Confusión y temor entre los bebedores. Un oso muy bien educado. Pidió al camarero en la barra un whisky normal con hielo y agua, mientras los clientes, aterrorizados, se aglomeraban en una esquina del bar. El oso, todo un señor, solicitó la cuenta. –Nueve euros–, le dijo el camarero. Y el oso pagó religiosamente. Al Abandonar el local, un paisano exclamó: –¡Jamás me figuré que vería a un oso entrar en un bar, pedir un whisky, pagarlo, y marcharse al monte con tanta parsimonía y clase!–. Y el oso, que al oírlo remachó: –¡Y no lo volverán a ver, con estos precios!–.
Concluye asegurando que él no es un abstemio y que también le gustan los lujos, pero con una salvedad, que él se los paga, no como hace Sánchez con el Falcon:
Cuarenta mil euros son ocho millones de las fenecidas pesetas. Mucho licor. O él ánsar y la gansa liban más de lo adecuado, o un tercero se aprovecha, o alguien se queda por el camino con el pedido oficial. En los pequeños detalles se vislumbran los paisajes de los horteras. Y es urgente limitar, por su propio bien, sus dispendios en el «Falcon’s Bar», por motivos de simple comedimiento. No formo parte del mundo de los abstemios. Pero si tomo una copa, tengo la buena costumbre de pagarla, como el oso de Potes.