Los dueños de Podemos se quitan la máscara

Pablo Iglesias e Irene Montero: la Larga Marcha hacia la Casta de los Marqueses de Galapagar

Lo de «¡yo asumo mis contradicciones!«, no es de ahora ni tampoco original.

Era la fórmula mágica, la versión progre del célebre refrán «ande yo caliente, ríase la gente«, que usaban los rojillos caviar, en tiempos del difunto Franco, cuando la derechona les echaba en cara lo bien que vivían mientras clamaban por la revolución proletaria.

La utilizó en su momento Pablo Iglesias, cuando le sacamos los papeles de Venezuela y le restregamos por la cara que cobrase de los ayatolás iraníes y es la respuesta tipo que da su consorte Irene Montero, a quienes le preguntan por el casoplón de Galapagar.

Según la ahora ministra de Sánchez, hay una gran diferencia entre los que compran casas para especular y los que las adquieren para vivir y dar inicio a un proyecto familiar como Dios manda. En su caso, como manda el tío Stalin.

Iglesias e Irene, Marqueses de Galapagar.

En Periodista Digital creemos que Pablo​ e Irene pueden hacer lo que quieran con su dinero y con el que les preste el banco a interés cero, pero la ética y la estética suelen ir mezcladas, y el hecho de que el líder de Podemos, el partido del pueblo puteado por el capital, se pille una casa de millonetis queda fatal, por mucho que uno asuma sus contradicciones.

Menos mal que no les ha dado por decir que algún día todos los españoles tendrán un chalé con piscina y casa de invitados como el suyo, en la línea de aquello que dijo Lenin de que, en el futuro, todos los rusos disfrutarían en sus hogares de un retrete de oro.

Aunque los precios se están desplomando, no fue mal negocio la compra del chalé en Galapagar –1.600 euros mensuales de hipoteca a treinta años–, pero chirría lo ostentoso de la elección, sobre todo cuando antes has dicho cosas muy feas sobre los pisazos que se compran los del PP y otros ‘ricos‘ del montón.

Cuando vas de líder de la extrema izquierda, hay que cuidar un poquito más las formas: un ático en el barrio de Moncloa o en Ventas, habría pasado más desapercibido que la mansión de Galapagar, aunque costase lo mismo.

Y el banco, el suyo, igual les hubiera facilitado una hipoteca tan barata y de tanta duración.

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