LA ODISEA DE LA TRIBU BLANCA DE AFRICA (VII)

Emigrantes británicos engañados como chinos y el ‘matadero’ de la frontera

La fascinante historia de los blancos de Sudáfrica

Emigrantes británicos engañados como chinos y el 'matadero' de la frontera
La Reina Victoria. PD

Obsesionados por la existencia de una montaraz población no británica, las autoridades impusieron una vigorosa política de anglicanización general.

El holandés fue eliminado como lengua tanto en la Administración Publica como en la Corte de Justicia y postergado gradualmente en iglesias y escuelas.

Para cerrar el circulo, el Parlamento de Su Majestad aprobó una suculenta partida presupuestaria destinada a financiar una emigración en gran escala desde las Islas Británicas hacia el África Austral.

Cuando se clavaron los carteles ofreciendo pasajes y tierras gratis para establecerse en Sudáfrica, 90.000 personas solicitaron algunas de las 5.000 plazas disponibles.

El Gobierno de Su Majestad, deseoso de demostrar su igualitarismo, eligió a candidatos de todos los rincones del país y de todas las clases sociales, exceptuando la aristocracia.

El resultado fue una muestra representativa de la Inglaterra victoriana: esencialmente conservadora, respetable, temerosa de Dios y antirrevolucionaria, pero también con un cierto numero de personas preocupadas por las cuestiones humanísticas y filantrópicas del momento.

Las familias que, entre abril y julio de 1820, pusieron pie en la playa de Algoa Bay, el actual Port Elizabeth, en la costa este de la colonia de El Cabo, tenían una cosa en común: habían sido  engañadas.

Pocos grupos de emigrantes estuvieron nunca tan equivocados sobre lo que se iban a encontrar o sobre el papel que iban a representar en su destino.

Colonos británicos llegando a Algoa Bay, el actual Port Elizabeth.

Aunque se suponía que el lugar del asentamiento era ideal para la agricultura y estaba prácticamente deshabitado, el Zuurveld era una llanura costera con pastos invernales pero inadecuada para el cultivo.

Era además un territorio disputado a cara de perro entre los trekboers y las tribus negras, que se robaban ganado y competían por un espacio cada vez mas reducido.

Cinco guerras de frontera se habían librado en la zona cuando desembarcaron los despistados colonos.

Sin embargo, ésta era la razón por la cual las autoridades habían inducido a los nuevos pobladores a establecerse allí.

La maniobra británica era separar a los boers de los negros, colocando entre ellos el tampón de una comunidad neutral, que se dedicaría a la agricultura y no dispondría de ganado.

Era una forma barata de cerrar y estabilizar la frontera, que permitía ahorrarse el costoso despliegue de unidades militares y policiales.

La calamidad fue que nadie advirtió a los colonos. Los incautos carpinteros, herreros, zapateros y campesinos que arribaron a Algoa Bay con sus mujeres e hijos no teman ni idea del verdadero propósito de su presencia.

Eran corderos camino del matadero: en los 33 años siguientes, se vieron envueltos en cuatro guerras devastadoras con las tribus negras en las que perecieron 120 de ellos.

A los británicos, igual que le había ocurrido inicialmente a Van Riebeeck, se les prohibió emplear indígenas.

Combate entre granjeros sudafricanos blancos y tribus negras.

La estricta normativa hizo la vida en sus diminutas granjas doblemente difícil.

Al negárseles tanto los esclavos como la mano de obra indígena, no había manera de que sus empresas fueran viables.

No podían competir con los granjeros afrikáners ya establecidos, que poseían grandes fincas, esclavos y estaban mas próximos al mercado de Ciudad de El Cabo.

La única solución hubiera sido comerciar con los negros del otro lado de la frontera, pero las autoridades coloniales no to permitieron.  El propósito del asentamiento era separar las razas y las relaciones mercantiles habrían hecho fracasar el proyecto.

La interacción se produjo, sin embargo, como se había producido antes y se produciría después.

Resultó que la línea de demarcación trazada arbitrariamente por las autoridades, impedía el acceso de los xhosa a un yacimiento de «imbola», una arcilla roja utilizada como cosmético en los ritos tribuales.

Los xhosas siguieron cruzando el Gran Fish River para pintarrajearse como habían hecho durante siglos, y las familias de John Stubbs y Thomas Mahoney, que residían junto al yacimiento de imbola, comenzaron a mercadear con ellos, intercambiando utensilios metálicos, cuentas y ornamentos por marfil, ganado, cuero y resina de mimosa.

Xhosas de la tribu Matabele en guerra.

Ambas partes estaban satisfechas con la relación, pero al llegar a oídos de las autoridades coloniales, éstas se apresuraron a construir un fuerte para impedir que los negros cruzaran a coger su imbola.

Poco después, en una reyerta entre una patrulla del fuerte y un grupo de negros, Stubbs fue asesinado.

Los primeros colonos, además de la desilusión inicial y del choque cultural, padecieron también las consecuencias de una desastrosa mala suerte.

Diversas plagas destrozaron las cosechas en tres años consecutivos. También tuvieron inundaciones que se llevaron todo cuanto poseían o habían construido.

Desposeídos de sus escasos bienes y desmoralizados, abandonaron sus parcelas y se desplazaron como refugiados a las ciudades y pueblos.

Solo un tercio permaneció en la tierra que se les había asignado.

En este ignominioso chasco germinaron las semillas del temprano desarrollo de Sudáfrica.

Los granjeros fracasados, en su desesperación, regresaron a los oficios que habían realizado en la Gran Bretaña industrial y poco a poco comenzó el auge urbano y comercial.

Algunos colonos de habla inglesa se establecieron como empresarios autónomos.

Soldados británicos y guerreros zulúes.

La marcha de los desertores proporciono espacio adicional a los pocos que permanecieron en el Zuurveld, que ampliaron su territorio y comenzaron a criar ganado.

Algunos avanzaron hacia el interior donde encontraron pastos para las ovejas y una nueva industria de exportación floreció.

El asentamiento agrícola había sido abandonado y en su lugar los campesinos de la frontera se convirtieron en ganaderos.

Esto cambio todo. La única cosa que las autoridades coloniales habían previsto correctamente era que los rebaños significarían robos y el pillaje entrañaría guerras.

Así que el conflicto, que supuestamente se iba a evitar implantando cultivadores ingleses, siguió produciéndose y con mayor intensidad que antes.

Combates en la ‘frontera’ entre blancos y negros.

Los xhosas eran un pueblo enamorado del ganado, para el que los animales tenían una importancia casi mística.

Los hombres jóvenes necesitaban vacas para pagar el precio de la novia.

Robar en la granja de un blanco, aprovechando la noche, era una prueba de hombría.

Los colonos comenzaron replicando con represalias concretas contra los cuatreros, pero la espiral fue ascendiendo y pronto las operaciones de castigo se convirtieron en desvergonzadas expediciones de saqueo.

El paso de la defensa fronteriza al expansionismo fue sutil.

Combate entre granjeros sudafricanos blancos y tribus negras.

Las autoridades coloniales permitían a los granjeros seguir las pistas de su ganado robado hasta recuperarlo.

En caso de que los animales no fueran hallados, los perjudicados podían reclamar a las tribus, arbitrariamente consideradas responsables del latrocinio, una compensación equivalente a su valor.

El sistema dejaba un amplio margen para los abusos y fue explotado cruelmente.

Con el mas nimio pretexto, los comandos de voluntarios cruzaban la frontera para usurpar manadas de ganado.

Ya lo habían hecho los boers antes que los británicos, pero éstos intensificaron la práctica.

Se convirtió no solo en una manera de incrementar sus rebaños sino también de provocar mortíferas trifulcas, que servían de excusa para conquistar nuevos territorios para e1 asentamiento colonial.

Al cerrar la frontera, los colonos británicos dieron el pistoletazo de salida a treinta años de guerras, miseria y aventura: el mayor cambio social en la historia de África, con miles de personas, blancos y negros, recorriendo el subcontinente y enfrentándose de manera sangrienta cada vez que se encontraban.

Cuando asentó la polvareda, los afrikáners habían avanzado 1.500 kilómetros hacia el norte y los negros habían sido desposeídos del 90 % de sus tierras.

ALFONSO ROJO

 

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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