No le ha caído en suerte a la presidenta Meritxell Batet el Congreso de los Diputados más fácil de pastorear de la historia de la democracia. Tampoco el clima político más conveniente para ello. Sesión a sesión, extremistas y nacionalistas se enseñorean de la Cámara y convierten sus intervenciones en un aquelarre de ocurrencias, mofas e injurias más propio de las redes sociales que de la institución que representa la voluntad popular de los ciudadanos españoles.
Pero a esa peligrosa deriva populista —como dice Cristián Campos— no parece ajeno el hacer de una presidenta de la Cámara cuyo doble rasero –frecuentemente inflexible con la derecha, habitualmente tolerante con la izquierda y el nacionalismo– acabó dejando desamparado ayer miércoles al Rey frente a los insultos de Gabriel Rufián, tensando la interpretación del Reglamento de la Cámara hasta extremos difícilmente justificables desde el punto de vista jurídico y provocando las quejas de PP y Ciudadanos.