Probablemente, muchos de ustedes saben mejor que yo qué es la Fiscalía General del Estado y qué funciones tiene.
De acuerdo con nuestra Constitución, es el órgano encargado de promocionar la acción de la justicia ‘en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público’, así como de velar por la independencia de los Tribunales.
Sobre el papel, el Fiscal General actúa con imparcialidad y es independiente, sin que pueda recibir instrucciones ni órdenes del Gobierno.
Pues bien. Imaginen un país donde ese puesto es ocupado por una ex ministra, militante feroz del partido que controla el Parlamento y que la señora de marras está liada, además, con un juez condenado por prevaricador, que se forra haciendo apaños con dictaduras extranjeras.
Pues ese país es España, la paisana de marras se llama Dolores Delgado y el ente que dirige se ha convertido en el mejor abogado defensor de los zarrapastrosos de Podemos.
Sin disimulos y la prueba son sus frenéticas maniobras para cerrar todas las líneas de investigación abiertas tras las denuncias de ‘El Pollo’ Carvajal.
Fue el socialista Sánchez, en 2019, cuando todavía era candidato y presumía de que iba a meter en vereda a los golpistas catalanes y traer a España al prófugo Puigdemont, quien soltó aquello de que la Fiscalía depende del Gobierno.
Sonaba a aberración, pero se ha convertido en una triste realidad.
Por fortuna, el juez Gadea ha desestimado la petición del Ministerio Público, de modo que la UDEF seguirá rastreando los millones de dólares entregados por los torturadores chavistas a Monedero, Iglesias y compinches, para ayudarles a montar en España una sucursal bolivariana.
A uno, que es buena persona, se le ocurre que nos vendría a todos mucho mejor que el Gobierno Sánchez, en lugar de seguir metiendo palos en la rueda de la Audiencia Nacional, se centrase en evitar que se siga hundiendo la economía.
Ha sido la OCDE el enésimo organismo que deja en evidencia las mentiras oficiales sobre nuestras expectativas económicas.
Antes de la OCDE, fueron el Fondo Monetario Internacional, el Banco de España, el INE y la propia Comisión Europea.
No vamos a crecer al fantasioso 6,8 por ciento que anunciaban no hace mucho Calviño y Sánchez, sino a tasas bastante más modestas y seguimos en el furgón de cola de Europa, en lo que a empleo, libertad y eficiencia se refiere.
Pintan bastos y tal como aumenta la inflación, ya verán como cada día les llega el sueldo para menos cosas.
Eso de que íbamos a salir todos más fuertes de la crisis era otro cuento. Son ellos, los ministros, los líderes sindicales, los enchufados, los asesores, los de los chiringuitos, los amiguetes, amiguetas y amigotes de Podemos y del PSOE, quienes salen forrados de este desastre.
Por cierto, la gente normal, el español de pie que va a trabajar todos los días, se preocupa por su familia y se gana decentemente el pan, ve con naturalidad que un padre deje sus propiedades a sus hijos.
Es lo lógico, se trate de una tienda de ultramarinos, un taller, un despacho o una multinacional.
Y luego está la chusma ultraizquierdista, un nutrido ecosistema de vagos cuarentones, que se opone firmemente a que Amancio Ortega haga con su dinero lo que le sale del forro.
Si ha sido él quien montó Inditex y todo es suyo, me parece mucho más lógico que deje el imperio a su hija Marta, a que ponga de presidenta a Irene Montero, Ione Belarra o Rita Maestre.
Sería chocante que hubiera nombrado heredero al rastas de Podemos.
¿O no?
