LA SEGUNDA DOSIS

Alfonso Rojo: “La fábula del cocodrilo y los pecados periodísticos del PP”

El socialista José Antonio Griñán, sentenciado a seis años de cárcel por los 680 millones estafados de los EREs andaluces ni ha pisado la trena, ni ha pasado una mala noche, ni ha devuelto un euro y sigue rico y tan campante

Hace unos días, cuando la Audiencia de Valencia acordó, tras cinco años de instrucción, archivar la causa abierta por blanqueo contra 13 exconcejales y asesores de la época de Rita Barberá y sentenció que el caso, que acabó con la carrera y con la vida de la alcaldesa, fue una mesa sospecha, escuché a algunos de los que intervenían en la tertulia de Carlos Herrera quejarse amargamente del acoso al que multitud de diarios y cadenas de televisión sometieron a la dirigente popular.

Hubo incluso una persona, que en tiempo de Rajoy tuvo un cargo de enorme relevancia, que atribuyó su solitaria muerte en una habitación de hotel, a ese feroz e inclemente hostigamiento.

Yo discrepo: lo que mató a Rita Barbera fue el desvergonzado, cobarde y masivo abandono de los suyos.
Y subrayo esto, porque no fue un hecho aislado o algo circunstancial, sino el paradigma de una forma de operar que se ha convertido en el sello de marca del centroderecha español.

Da la impresión de que el PP lleva la ingratitud en sus genes. Y que ese pecado mortal, para mayor inri, va asociado a una falta enfermiza de contundencia.
Paco Camps, a quien ‘El País’ dedicó un centenar de portadas repitiendo una y otra vez que había recibido de regalo cinco trajes de 950 euros cada uno y por lo tanto era reo de ‘cohecho impropio’, perdió la presidencia autonómica y lleva una década de calvario, sin haber sido nunca condenado por nada.

El socialista José Antonio Griñán, sentenciado a seis años de cárcel por los 680 millones estafados de los EREs andaluces ni ha pisado la trena, ni ha pasado una mala noche, ni ha devuelto un euro y sigue rico y tan campante.

Y lo mismo sus camaradas Manuel Chávez, Magdalena Álvarez y todos los que fueron encontrados culpables con él, a los que por cierto el PSOE revindica, honra y arropa.

¿Se preocupan los diputados de centroderecha de recordar esto día y noche?

No, por supuesto, como tampoco que Pablo Iglesias era el contacto de los proetarras en Madrid, usaba un móvil pagado por los ayatolás iraníes o proponía a sus alumnas irse juntos al baño, cuando ocasionalmente daba clases en la Universidad Complutense.

No ha pasado ni un mes y las tropelías del exministro Ábalos han caído ya en el olvido, de la misma forma que no se ha vuelto a hablar de la turbia consultora montada por Pepiño Blanco, en asociación con Elena Valenciano y Antonio Hernando para apañar, gracias a sus conexiones con el Gobierno Sánchez, el reparto de fondos europeos entre los amiguetes.

Habrá quien diga que no se mueve el tema porque Pepiño ha tenido la habilidad de meter en el negocio a algún pez gordo del PP, como Alfonso Alonso, como hacía Bono cuando se lo llevaba crudo, pero hay más motivos.

Tenemos ahora el escándalo de la empresa del padre de Pedro Sánchez, a la que se ha subvencionado a lo grande con dinero público y desde que el líder del PSOE está en La Moncloa se está forrando.

 Clama al cielo, porque es una vergüenza, pero ya verán lo rápido que se desvanece el affaire y como no hay un solo socialista que lo critica.

¿No les llama a ustedes la atención que el PP, cuando manda, mantiene siempre en los medios públicos a los presentadores, directores y tertulianos que miman PSOE y Podemos?

¿O que, a la hora de repartir trozos de la siempre suculenta tarta publicitaria oficial, jamás excluyen a la Cadena SER y a los medios que más se ensañan con ellos?

Pues sí y les voy a explicar la razón. Con contadas excepciones, entre las que destacó Esperanza Aguirre, le tesis dominante en el centroderecha español, a la hora de lidiar con los medios de comunicación, es la de que hay que apostar por el ‘apaciguamiento’.

Y en la práctica, lo que hacen –desde los ayuntamientos a las comunidades autónomas, pasando por los ministerios cuando los controlan- es lo mismo que aquel naufrago al que todas las mañanas despertaba un pequeño cocodrilo mordisqueándole los pies.

Para calmar al bicho, el náufrago le tiraba un trozo de carne, hecho lo cual, se daba la vuelta y seguía durmiendo.
Y así un día y otro día, hasta que el cocodrilo se hizo tan grande, tan gordo y tan fuerte, que, en lugar de conformarse con morderle los pies, se lo comió entero.

Si el náufrago, en este caso el PP, en lugar de un trozo de carne, le hubiera sacudido un buen zapatazo en la cabeza al bicho, un día y otro y cada vez más fuerte, seguro que la historia habría terminado de otra manera.
En la vida y eso incluye el periodismo, si quieres que te respeten, te tienes que hacer respetar.

Y no ser un ingrato.

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