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Ni Uds. ni yo hemos vivido en la época feudal, pero ello no nos ha impedido conocer el sistema de vida que imperaba en la Edad Media.
En aquella época, erradicada teóricamente la esclavitud, los humanos se dividían, a grosso modo, en dos clases: Los nobles y los plebeyos. Los primeros gozaban de una posición privilegiada, de carácter sucesorio en la que, merced a los diezmos que cobraban a los segundos por asegurarles la defensa frente sus enemigos y a los rendimientos de sus extensas tierras, trabajadas también por los segundos, iban engordando paulatinamente su fortuna. Y esa fortuna, obtenida de sus súbditos y de sus pillerías, les permitía mantener ejércitos con los que defenderse de sus contrarios y doblegar a sus vasallos. Y ellos mismos ejercían la justicia y decidían las normas de su convivencia.
Por su parte, a los plebeyos, no les restaba otra opción que doblar el lomo de sol a sol, al servicio de los nobles, para poder seguir viviendo.
Hoy, transcurridas algunas centurias, nos encontramos de nuevo en similar situación a la de nuestros antepasados plebeyos, como si de un fenómeno de osmosis del pasado se tratara. Hoy los nobles no se hacen llamar duques o condes o marqueses; hoy los nuevos aristócratas anteponen al sustantivo de señor, los adjetivos excelentísimo o ilustrísimo, y sus correspondientes versiones femeninas y, en función del lugar que ocupan, se hacen llamar presidente, concejal, ministro, conseller, alcalde o… póngale Ud. la denominación que desee. Y al igual que en el esquema sucesorio de la nobleza medieval, los nuevos aristócratas, educan a sus hijos para que les sucedan en sus poltronas.
Y al igual que sus predecesores en ese modo de oligarquía, nos imponen su voluntad por la fuerza, cuya dimensión y manera deciden ellos. Hoy, la vida es un derecho fundamental, especialmente protegido, por eso no nos amedrentan con arrebatárnosla, pero es en la propiedad, que es también un derecho constitucional aunque no fundamental, donde los nuevos aristócratas, que ya no son de sangre azul porque eso está mal visto, encuentran su forma predilecta de someternos.
Hoy, los súbditos ya no se llaman así, ahora nos denominan ciudadanos, como si de un título se tratara. Y nos hacen creer que tenemos derechos. Y nosotros lo creemos. Pero detrás de todo está el artilugio. Y, así, los nuevos aristócratas nos inundan con leyes, decretos, ordenes, circulares y demás mecanismos legales, que nunca se aplican a ellos mismos. Y para imponernos su voluntad y oprimirnos, se rodean de la fuerza humana y material que sea necesaria y, al igual que los antiguos nobles tenían sus ejércitos, los nuevos aristócratas tienen sus equipos de policías y recaudadores que se ocupan de que no nos desviemos un ápice de la líneas que nos han marcado. Y lo mas absurdo de todo es que los ejércitos de los nuevos aristócratas se pagan con el dinero que consiguen exprimiendo a los esclavos (perdón por el lapsus, quería decir ciudadanos).
Que quieren mas dinero: Se suben los impuestos o se inventan otros nuevos (como en la Edad Media). Que no pagamos: Se aplica el régimen sancionador, creado ad hoc. Que no tenemos dinero para pagar: El ejército de recaudadores se pone en marcha y, directamente, nos quitan hasta el aliento. Si les parece que exagero, lean el Lancelot de la pasada semana (pueden verlo en Internet) y valoren lo que le pasó a Don Epifanio Hernández al que desde aquí, como si esto fuera un programa radiofónico, le envío mis mas cariñosos saludos.
Muchos de nosotros hemos caído en el engaño de pensar que la democracia era la solución a la arbitrariedad, pero es evidente que esta forma de democracia está llena de trampas, la mayor parte de ellas creadas por el ingenio de los nuevos aristócratas, que son únicos para esto de inventar putadas (no se escandalicen Uds., porque el término viene perfectamente definido en el diccionario de la RAE).
Y mas de uno nos preguntamos si existe alguna forma de acabar con esta opresión a que nos tienen sometidos los nuevos aristócratas. Porque Robin Hood ya no existe. La respuesta es contundente y afirmativa. Y muchos la conocemos. Lo difícil es ponerla en marcha. Esta solución se la vamos a dar desde este semanario y desde otros muchos medios de comunicación regionales y nacionales. Pero tendrán que esperar porque en este número ya no me queda espacio para mas. Y como muchos de Uds. me han expresado a través del correo electrónico su simpatía por mis despedidas chistosas, termino con aquel chascarrillo que dice:
¿Sabe Ud. cual es el colmo de un mendigo?. Pues que le quiten lo bailao.