Levanta la liebre este 1 de diciembre de 2024 el veterano periodista Francisco Mercado:
Arreglar el Barranco del Poyo, causante con su bestial desbordamiento de la mayor parte de los 230 muertos provocados por la Dana en el levante español, costaba lo mismo que lo que costó a RTVE, por órden de Sánchez, fichar al humorista Broncano y montar ‘La Revuelta‘.
Y ese arreglo, con un presupuesto de 35 millones, fue congelado por la socialista Teresa Ríbera.
El trágico balance de la reciente DANA que azotó la Comunidad Valenciana ha puesto sobre la mesa una cruda realidad: la gestión de los riesgos naturales en España deja mucho que desear.
El caso del barranco del Poyo, cuyo desbordamiento ha causado estragos en varios municipios, es un ejemplo paradigmático de cómo la inacción administrativa puede tener consecuencias devastadoras.
Según ha trascendido en las últimas horas, el proyecto para encauzar y desviar el barranco del Poyo llevaba años paralizado en los despachos del Ministerio para la Transición Ecológica.
Un plan que, de haberse ejecutado, podría haber mitigado significativamente los efectos de las lluvias torrenciales. El coste estimado de estas obras rondaba los 20 millones de euros, una cifra nada desdeñable pero que palidece ante los daños materiales y, sobre todo, ante la pérdida de vidas humanas que ha provocado la catástrofe.
Lo más sangrante de esta situación es que, mientras se escatimaban recursos para infraestructuras críticas, el Gobierno no ha tenido reparos en destinar cantidades astronómicas a otros menesteres de dudosa prioridad.
Sin ir más lejos, el fichaje del presentador David Broncano para RTVE se ha cerrado por una cifra que oscila entre los 14 y los 18 millones de euros anuales, según las fuentes consultadas. Es decir, con lo que cuesta un año de «La Resistencia» en la televisión pública, se podría haber financiado prácticamente la totalidad del proyecto del barranco del Poyo.
Esta disparidad en la asignación de recursos no ha pasado desapercibida para la opinión pública. En redes sociales, el hashtag #BarrancoDelPoyoVsBroncano se ha convertido en trending topic, con miles de usuarios criticando las prioridades del Ejecutivo. Un tuitero ingenioso resumía la situación con un meme que mostraba a la ministra Teresa Ribera nadando en un plató de televisión mientras un David Broncano caracterizado como Noé construía un arca.
Pero más allá de la ironía, la realidad es que esta polémica ha puesto en evidencia las contradicciones de un gobierno que se autodenomina «el más ecologista de la historia». La vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, ha pasado de ser la abanderada de la lucha contra el cambio climático a verse cuestionada por su gestión en materia de prevención de desastres naturales.
En una rueda de prensa improvisada, Ribera ha intentado defenderse argumentando que «la protección del medio ambiente no está reñida con la seguridad de las personas». Sin embargo, sus palabras han sonado huecas ante la evidencia de que, en este caso, un exceso de celo conservacionista ha acabado provocando un desastre ecológico y humano de proporciones mayúsculas.
El Partido Popular no ha tardado en pedir explicaciones. Su portavoz en materia de medio ambiente, César Sánchez, ha declarado que «el ecologismo de salón del PSOE ha demostrado ser más peligroso que el negacionismo climático». Una afirmación quizás exagerada, pero que refleja el sentir de muchos ciudadanos que ven cómo las políticas medioambientales a veces parecen más preocupadas por la foto que por los resultados tangibles.
Por su parte, desde Sumar, socios de gobierno del PSOE, han optado por un perfil bajo. Fuentes de la formación han admitido en privado que «es evidente que ha habido un error de cálculo en la gestión de prioridades», aunque públicamente mantienen su apoyo a Ribera.
El debate sobre la gestión de los riesgos naturales no es nuevo en España. Ya en 2019, tras la DANA que afectó gravemente a la Vega Baja del Segura, se pusieron sobre la mesa numerosos proyectos de prevención que, en su mayoría, han quedado en el limbo administrativo. La pregunta que muchos se hacen ahora es: ¿cuántas catástrofes más harán falta para que se tomen medidas efectivas?
Expertos en hidrología como el profesor Joaquín Melgarejo, de la Universidad de Alicante, señalan que «el problema no es solo de inversión, sino de enfoque». Según Melgarejo, «se ha impuesto una visión romántica de la naturaleza que a veces choca con la realidad de los territorios mediterráneos, donde la convivencia con el riesgo de inundación es histórica y requiere de intervenciones humanas inteligentes».
Esta visión es compartida por el geógrafo Jorge Olcina, quien en declaraciones recientes ha afirmado que «el ecologismo bien entendido no consiste en no tocar nada, sino en gestionar el territorio de forma sostenible y segura». Olcina ha criticado la «parálisis por análisis» que sufren muchos proyectos de infraestructura hidráulica, atrapados entre informes de impacto ambiental y disputas competenciales entre administraciones.
El caso del barranco del Poyo es especialmente sangrante porque, según ha podido saber este medio, el proyecto de encauzamiento contaba con todos los informes favorables desde 2020. Sin embargo, una serie de recursos presentados por grupos ecologistas locales, sumados a la falta de voluntad política para desbloquear la situación, han mantenido las obras en un cajón durante años.
Mientras tanto, los vecinos de municipios como Catarroja, Massanassa o Alfafar han visto cómo sus hogares y negocios quedaban anegados por unas aguas que, con toda probabilidad, podrían haber sido controladas si se hubiera actuado a tiempo.
La ironía de que el coste del proyecto fuera similar al fichaje de un presentador de televisión no ha escapado a nadie. Juan Carlos Moragues, alcalde de Catarroja, ha sido especialmente duro en sus declaraciones: «Parece que para este Gobierno es más importante entretener que proteger. Con lo que van a pagar a Broncano en un año, podrían haber salvado cientos de viviendas y, quién sabe, quizás alguna vida».
La polémica ha trascendido incluso las fronteras nacionales. Medios internacionales como The Guardian o Le Monde han publicado artículos analizando lo que califican como «la paradoja del ecologismo español»: un país a la vanguardia en energías renovables pero que descuida aspectos básicos de la gestión del territorio.
Ante esta situación, el Gobierno se encuentra en una encrucijada. Por un lado, mantener su discurso ecologista de cara a la galería internacional y a su electorado más concienciado con el medio ambiente. Por otro, dar respuesta a una ciudadanía que exige soluciones prácticas y efectivas a problemas reales y acuciantes.
La ministra Ribera, que hasta ahora había gozado de una imagen positiva incluso entre votantes de la oposición, se enfrenta al mayor desafío de su carrera política. Su gestión de esta crisis determinará no solo su futuro personal, sino posiblemente el rumbo de las políticas medioambientales en España en los próximos años.
Mientras tanto, los habitantes de la comarca de l’Horta Sur siguen con el agua al cuello, literal y metafóricamente. Y es que, como reza un viejo refrán valenciano, «quan el barranc va ple, més val estar lluny» (cuando el barranco va lleno, más vale estar lejos). Una sabiduría popular que, lamentablemente, nuestros gestores públicos parecen haber olvidado.
En conclusión, el caso del barranco del Poyo se ha convertido en un símbolo de las contradicciones y deficiencias de la política medioambiental española. Un recordatorio doloroso de que el ecologismo, para ser efectivo, debe ir más allá de los grandes discursos y las buenas intenciones. Requiere de una gestión rigurosa, basada en datos científicos y en el conocimiento del territorio. Y, sobre todo, necesita de una clase política capaz de priorizar el bien común por encima de los titulares fáciles o los gestos mediáticos.
Queda por ver si esta catástrofe servirá como punto de inflexión para un cambio de rumbo o si, como tantas otras veces, quedará sepultada bajo el aluvión de la siguiente noticia del día. Lo que está claro es que los ciudadanos, especialmente aquellos que han sufrido en primera persona las consecuencias de esta inacción, no olvidarán fácilmente. Y es que, como dijo el filósofo George Santayana, «aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». Esperemos que, en este caso, la memoria sea larga y las lecciones, bien aprendidas.