Segundo episodio dedicado a La División Azul, después de la primera entrega.
Ya saben que este Franco, memoria viva de España es una auténtica referencia audiovisual para aquellos que gustan de conocer la historia tal cual fue, sin relato modificado por nadie, y se lo servimos en Periodista Digital.
La excelencia de la División Azul no se limitó al terreno estrictamente militar, sino que se hace extensiva a sus relaciones con los civiles rusos en las zonas donde los españoles estuvieron destacados.
Acudiremos para relatar este aspecto de aquellos españoles que marcharon a luchar a Rusia contra el comunismo y no contra los rusos, a un historiador precisamente ruso, Boris Kovalev, del Instituto de Historia de San Petesburgo, miembro de la Academia Rusa de Ciencias y Profesor de la Universidad Estatal de Novgórod. Es especialista en la ocupación de su país durante la IIGM.
Kovalev considera a los finlandeses y a los letones como los ocupantes más crueles, y a los españoles como los más humanos. Los divisionarios mantuvieron relaciones con la población civil en términos que van más allá de la mera corrección, por lo que este historiador ha calificado a los soldados de la División Azul como “los ocupantes bondadosos”.
Y es que no era inusual que los españoles compartieran con los civiles sus raciones y que trabajaran en labores del campo junto con ellos a cambio de acercarse a las estufas que los rusos hacían arder en sus isbas, por lo que eran conocidos como “los soldados de las botas quemadas” inevitable resultado de quedarse frecuentemente dormidos.
La intimidad de los divisionarios con las mujeres rusas fue frecuente, y contó con el permiso de sus familiares, que aceptaron de buen grado los hijos nacidos de los soldados españoles; algunos guripas incluso se casaron con aquellas mujeres, algo que estaba prohibido por las autoridades alemanas.
En sus relaciones con las mujeres, los españoles eran apasionados, a veces muy celosos, pero incapaces de pegar a una mujer. Las rusas los preferían, con mucho, a los soldados alemanes.
En un conflicto en el que hubo millones de menores muertos, y en el que otros muchos millones quedaron huérfanos ante la indiferencia general, muchos españoles adoptaron a los niños que vagaban por los campos, a los que solían cargar en brazos o sobre los hombros y llevar con ellos para ponerlos a salvo.
El Cuerpo Médico de la División Azul desarrolló un programa de nutrición para aquellos niños a costa de las raciones de los propios españoles. Además, potabilizó las aguas para consumo civil e hizo una campaña de regalos para los niños rusos en Navidad.
En el diario de una mujer rusa que fue testigo de cómo un capitán español se jugó la vida por salvar a un niño vagabundo en pleno bombardeo, puede leerse: “¿Cómo no va a amar la gente a esos locos?”
Por otro lado, los conflictos con los alemanes fueron continuos. Los sábados, cuando los divisionarios engullían su ración semanal de vino, solía haber pelea entre unos y otros. Cualquier excusa era buena, pero con frecuencia la causa era la protección de la población civil, particularmente de las mujeres, los ancianos y los niños, y no pocas veces también de los judíos, a los que no pocos españoles se habían acercado atraídos por sus mujeres.
Los españoles, carentes de alimentos suficientes y de ropa de abrigo, no obstante, compartían estos con los civiles. Les robaban los gatos, para comérselos, pero cuando disponían de carne de caballo les entregaban buenas porciones a los civiles: y era muy habitual que las raciones de los muertos en combate, ya sobrantes, terminasen en los estómagos de aquellos pobres rusos no mucho más muertos de hambre que los propios divisionarios.
Cuando fueron destinados al frente de Leningrado, en agosto de 1942, se hizo habitual que la comida que los divisionarios recibían desde España, que complementaba la que les proporcionaba el ejército alemán, se repartiera con los civiles.
La mejor prueba de lo que decimos es que, tras la guerra, no hubo denuncias ante las autoridades soviéticas de la población rusa que estuvo en la zona de frente ocupada por los españoles.
Setenta años después de terminada la guerra, el historiador ruso Boris Kovalev tuvo ocasión de recabar numerosos testimonios que le impresionaron por el cariño con el que aquellos niños, ya ancianos, que un día conocieron a esos extraños soldados venidos desde tan lejos, recordaban a los españoles; muchos de ellos aún eran capaces de cantar “Mambrú se fue a la guerra” o “La Tarara” en un español más que aceptable.
La humanidad, tanto como el heroísmo, fue el legado para la Historia de la División Azul en Rusia.