CAPÍTULO XIII

‘FRANCO, MEMORIA VIVA DE ESPAÑA’: Franco y África

«Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo, ni me explico cumplidamente a mis compañeros de armas».

La frase, dicha por Franco al periodista Manuel Aznar, revela un aspecto esencial de su personalidad: fue en África donde se forjó como militar y como hombre.

Bienvenidos al capítulo número trece de esta incesante saga de ‘Franco, Memoria Viva de España’, protagonizada por Eduardo García Serrano, el historiador Fernando Paz y la realización de Carlos Pecker.

Al salir de la Academia de Infantería tuvo que pasar dos años en El Ferrol antes de conseguir su deseado destino en África. Desembarcó en Melilla en febrero de 1912, siendo adscrito al 68º Regimiento de Infantería. Con 19 años ya era teniente, y pidió el traslado a Regulares, un cuerpo en el que las bajas eran terroríficas; en octubre de 1913 le fue concedida la Medalla al Mérito Militar por su valor en combate.

En febrero de 1914 ya es capitán, ascenso conseguido por los méritos de guerra contraídos en la batalla de Beni-Salem, en Tetuán, no sólo por su probada valentía, sino por su conducción de la tropa en el combate, siempre ordenada y disciplinada. Franco encabezaba los asaltos contra el enemigo, que solía llevar a cabo haciendo calar la bayoneta a sus hombres, en la confianza de que se desmoralizaba al enemigo, un enemigo por cierto de enorme dureza.

Franco tenía especial preocupación por la logística y los pertrechos de sus hombres, y solía emplear tácticas sorpresivas para ahorrar vidas a sus unidades.

En junio de 1916 una herida en los combates de El-Biutz estuvo a punto de acabar con su vida. Salvado in extremis, ascendió a comandante: sólo tenía 23 años.

Los moros decían de Franco que tenía “baraka”, esto es, una suerte de protección especial, de suerte, que le hacía invulnerable a la muerte. Franco no se protegía en la batalla, y comenzó a montar en un caballo blanco para hacerse más visible en el combate. Un enemigo suyo, Arturo Barea, que había combatido a sus órdenes, escribió: “Yo le he visto marchar a la cabeza de todos, completamente derecho, cuando ninguno de nosotros nos atrevíamos a despegar los morros del suelo, de lo espesas que pasaban las balas…créeme, es un poco duro ir con Franco”.

En 1920, la fama de Franco se había extendido por todas las unidades que combatían en Marruecos, de modo que cuando se creó la Legión, su fundador, Millán Astray, pensó en él como segundo jefe del cuerpo. Ascendió a teniente coronel a comienzos de 1922 y, al frente del Tercio de Extranjeros, se convirtió en una celebridad: fue objeto de entrevistas y hasta de una portada en ABC.

El nombre de Francisco Franco se hizo conocido en todo el país, hasta el punto de que fue apadrinado en su boda por el mismísimo rey Alfonso XIII y su esposa la reina Victoria Eugenia.

En junio de 1925 ya era coronel, y su mando durante las operaciones de Alhucemas al frente de la vanguardia legionaria le valió el reconocimiento de sus superiores; además de recibir la Legión de Honor francesa, mediado 1926 fue ascendido a general; apenas contaba con 33 años. Se había convertido en el general más joven de Europa.

Franco abandonó Marruecos en 1926 y nunca más volvió a África; dejó una huella casi tan indeleble en el África marroquí como la que África dejó en él.

Desde ese momento, y en los años que estaban por venir, muchos quisieron contar con él en sus aventuras políticas. Franco las rechazó todas.

Pero el ejemplo de su valor y de sus dotes de mando impresionó lo bastante a sus futuros enemigos para que, una década más tarde, quien habría de ser uno de sus más jurados enemigos, el socialista Indalecio Prieto, escribiese en vísperas de la guerra civil, advirtiendo sobre la peligrosidad de tenerle enfrente:

“Le he conocido de cerca, cuando era comandante. Le he visto combatir en África; y para mí, el general Franco, que entonces peleaba en la Legión a las órdenes del general Millán Astray, llega a la fórmula suprema del valor: es hombre sereno en la lucha, tengo que rendir este homenaje a la verdad…”

Anteriormente había dicho sobre él que, en el combate, Franco era “un hombre frío, sereno y de valor indiscutible”. Y estando ya en exilio, y pese a su aborrecimiento por el Generalísimo, aún tendría tiempo de admitir que “Franco tuvo siempre el temple de los que no se descomponen ante el fuego”.

No cabe mayor homenaje que el que procede del enemigo.

Aunque, como se ha dicho, jamás volvió a África, Franco, en cierto modo, siempre fue “el africano”.

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