"No queremos que nos quieran los políticos sino los lectores"

‘Camaleón’ Pedrojota Ramírez anuncia que ‘El Mundo’ cambia de piel como él

"No pretendemos organizar una colecta en el ciberespacio sino ofrecer los contenidos del periódico de un modo versátil y flexible"

El director de El Mundo, Pedrojota Ramírez (Logroño, 1952), inmerso en una campaña mediática para levantar la moral de periodistas y directivos de Unedisa (A Pedrojota se le cae el tenderete: Todos los negocios de UNEDISA están en pérdidas), se pasó este sábado 2 noviembre 2013 por el plató del ‘Abre los ojos y mira’ de Telecinco.

Fiel a esa imagen de tipo que nunca pierde puntada, fue para hablar de él y de su nuevo proyecto periodístico, que arranca este lunes y discurre esta vez por Internet y con un enfoque innovador en Esapa: Será de pago y tendrá edición vespertina.

Sobre ese ‘salto‘, que entraña considerables riesgos, escribe Pedrojota una largúsima homilia este domingo en su propio periódico, de la que reproducimos los pricnipales fragmentos, porque son de indudable interés para todos, incluidos los que ya no leen diarios en papel:

Ahora que el desarrollo de la tecnología proporciona a la humanidad instrumentos formidables para el conocimiento corremos el paradójico riesgo de que la Sociedad de la Información consista en que los gobiernos estén cada vez mejor informados de lo que hacen, dicen y piensan los ciudadanos y en cambio los ciudadanos sepan cada día menos sobre los usos y abusos de los gobiernos.

Ese es el trasfondo de las revelaciones sobre las actividades de la NSA y demás servicios de inteligencia, incluido nuestro CNI.

DESPROPORCIÓN DE FUERZAS

Hay tal desproporción entre los medios con los que cuenta el poder político para enmascarar sus actividades más turbias, tengan que ver con el espionaje o la financiación ilegal de los partidos, y la fragilidad del presunto contrapoder que tiene encomendada la función social de descubrirlas y denunciarlas que casi es un milagro que alguna vez se depuren responsabilidades por los actos más reprobables.

Sobre todo en países como éste en los que no hay juez de instrucción -no digamos de la Audiencia Nacional- que no mire permanentemente por el rabillo del ojo a los dirigentes de los partidos de los que, a través del politizado Poder Judicial, depende su carrera profesional.

En España sólo hay cuatro diarios nacionales y sólo tres cuyas ediciones impresas vendan más de cien mil ejemplares entre los quioscos y la suscripción a domicilio, mientras acumulan millones de usuarios únicos en internet.

Eso significa que sólo esos tres diarios disponen de recursos para mantener redacciones en las que hasta trescientos periodistas cualificados realizan una cobertura sistemática y organizada de la actualidad que incluye el escrutinio tanto de los poderes constituidos como de los fácticos.

Es cierto que al mismo tiempo existen la radio, la televisión y las páginas web pero -con honrosas y pujantes excepciones en las que bulle el buen periodismo- basta rastrear las tertulias y los blogs para darse cuenta de hasta qué punto los demás medios son cajas de resonancia de las revelaciones y valoraciones de esas tres redacciones que día tras día marcan la agenda del debate.

Si ese triple despliegue informativo, nutrido y vivificado por la competencia, no existiera, la inquietante tendencia a sustituir las noticias por simple ruido y el comentario de fondo por la banal charla de peluquería se convertiría en algo crónico e irreversible.

Nada frenaría ya el deterioro galopante en la calidad de nuestra democracia. Los poderosos camparían a sus anchas gestionando argumentarios y canutazos para transformar la información en propaganda y a los ciudadanos no les quedarían más alternativas sino el servilismo o la impotencia.

Desde el sentido respeto a la labor de todos nuestros colegas, es público y notorio que uno de esos dos competidores directos se jacta de mirar con ‘el ojo izquierdo’ y el otro proclama siempre su conservadurismo secular.

Sus apuestas informativas acreditan día tras día ese alineamiento de forma que, observándolos, cualquiera diría que los intolerables casos de corrupción siempre ocurren en el bando adversario y las denuncias falsas, exageradas e injustas son indefectiblemente aquellas que señalan al propio.

De ahí que a menudo parezcan actuar pro domo sua o a beneficio de parte, lo que facilita la amortización de sus denuncias por el afectado.

‘El Mundo’ tiene muchos defectos pero no ése. Nunca hemos ocultado ni nuestra ideología liberal ni nuestra actitud centrista en la política, pero supeditando siempre cualquier otra consideración a la satisfacción del derecho a saber de los lectores.

Los compromisos adquiridos el 23 de octubre de 1989 en esta misma página fueron inequívocos:

«‘El Mundo’ jamás utilizará la información como elemento de trueque u objeto de compraventa en el turbio mercado de los favores políticos y económicos. Toda noticia de cuya veracidad y relevancia estemos convencidos será publicada, le incomode a quien le incomode. Toda investigación periodística será culminada, le pese a quien le pese. En este periódico no habrá tabúes, ni cotos vedados, ni zonas de sombra, ni sancta sanctorum».

Al borde ya del cuarto de siglo de vida nos sentimos orgullosos de que ni nuestros mayores enemigos puedan poner un solo ejemplo consistente de que hayamos quebrantado esas promesas.

Una y otra vez hemos publicado noticias inconvenientes para nuestros propios intereses comerciales, revelaciones desagradables para personas a las que apreciamos y exclusivas embarazosas para la credibilidad de gobernantes para los que habíamos pedido el voto.

Eso explica a la vez el recelo e inquina con que se nos ve desde las alturas y la confianza de los millones de lectores que nos han situado como uno de los dos diarios más vendidos en los quioscos y como el líder mundial en español tanto de la información en internet como del emergente mercado de las réplicas digitales a través de Orbyt.

No queremos que nos quieran los políticos sino los lectores pero esta opción, tan diferente a la de otros, nos obliga a ser rentables porque sin rentabilidad no hay independencia posible.

Hoy en día a ninguno de esos tres únicos diarios que mantenemos grandes redacciones -como a la mayoría de nuestros principales colegas occidentales- nos salen los números.

La coincidencia entre la crisis económica, especialmente aguda en España, y el cambio de los hábitos de consumo de información fruto de las nuevas tecnologías -o sea, el terremoto dentro del tsunami- ha deteriorado gravemente nuestras cuentas de resultados y eso nos hace más vulnerables que nunca frente a las maniobras y presiones del poder.

De ahí que en lo último que piense el actual Gobierno sea en fomentar, como sus homólogos europeos, la reconversión de la prensa pues prefiere nuestra debilidad y por ende la de la opinión pública.

Más allá de los esfuerzos de eficiencia, de los ajustes de plantilla y del imperativo de trabajar más ganando menos, común a tantos españoles, la continuidad de un proyecto intelectual como éste sólo estará garantizada si somos capaces de transformar el modelo de negocio tradicional, consiguiendo que la tecnología resuelva los problemas que en parte nos ha creado la tecnología. Es en esa dirección en la que estos días nuestro periódico está dando un gran salto hacia delante bajo el lema ‘El Mundo’ cambia de piel. Todos ganamos’.

Ningún cambio de piel es brusco -siempre se produce por metamorfosis- pero el futuro será digital o no será. Esto no significa que vayan a desaparecer las ediciones impresas de los periódicos.

Al contrario: la reproducción en un soporte material como el papel será un servicio más que podremos ofrecer a los lectores, cada vez en mejores condiciones, si somos capaces de obtener nuevos ingresos a través de la distribución masiva y a muy bajo coste de nuestros contenidos en los soportes digitales y muy especialmente en los dispositivos móviles.

Aunque, como vengo diciendo, aquí hay grandes valores en juego, no pretendemos organizar una colecta en el ciberespacio sino ofrecer los contenidos del periódico de un modo versátil y flexible, de forma que cada lector elija cuánta información quiere recibir, cuándo quiere recibirla, cómo quiere recibirla y cuánto está dispuesto a pagar por ella.

‘El Mundo’  cambia de piel y todos ganamos porque a partir de mañana quienes compren la edición impresa del periódico o se suscriban a ella estarán comprando también un código que les permitirá acceder sin recargo alguno a todos los contenidos adicionales de Orbyt, a ‘El Mundo’ de la Tarde, primer diario español concebido específicamente para tabletas, a la revista digital que con el nombre de LOC lanzaremos este mismo mes, a las aplicaciones para teléfonos móviles de información general y deportiva que acabamos de poner en el mercado y a todas las maravillas que seguirán llegando.

Camino de cumplir 34 años como director de periódicos mi carrera está hecha; todas mis ambiciones y vanidades, más que colmadas. Y creo que ese mismo es el sentimiento de los compañeros que comparten conmigo las tareas directivas clave en ‘El Mundo’.

Nunca me llamaron la atención las coles de Diocleciano, pero la luz de la biblioteca por la noche, que diría Alberto Manguel, cada vez es un imán más irresistible. No es un legítimo afán de protagonismo, ni la saludable pretensión de mantener unas bien ganadas posiciones de influencia, lo que nos motiva.

Luchamos por este periódico porque luchamos por el periodismo. Estamos desembarcando en Normandía no sólo porque queremos desfilar en París sino porque consideramos imprescindible que haya desfile en París; que cuando llegue esa nueva edad de oro de los diarios que está a la vuelta de la esquina -ya veremos de cuál- los jóvenes que sigan contagiándose del virus de contar lo que los poderosos quieren mantener oculto puedan tomar el relevo y recibir el legado de los veteranos dentro de unas redacciones tan volcadas en la excelencia informativa como indiferentes al número de ministros que acudan a sus conmemoraciones.

Sabemos que hemos entrado en ‘terra incógnita’ y que, como a todos los buques rompehielos, se nos puede partir la quilla. Seguimos siendo, y a mucha honra, un rotativo; pero no está en nuestra naturaleza quedarnos pasmados, como el bueno de don Termópilo, contando los ejemplares que salen del vientre de los modernos dinosaurios de metal. Hoy como hace veinticuatro años seguimos creyendo que «es poco atractivo lo seguro» y que «en el riesgo está la esperanza».

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