Los obispos, como hombres que son (¡ojalá fueran también mujeres!), son tan diferentes entre sí como todos los demás
Callarse o romper. Obedecer o abandonar el convento. Seguir con sus hermanos franciscanos en el santuario de Aranzazu o irse a un piso, solo.
La decisión de José Arregi (Azpeitia, Guipúzcoa. 1952) ha sonado como un mazazo en los campanarios del catolicismo. Otra crisis, otro teólogo que dice basta a los inquisidores …
Lea el artículo completo en www.elpais.es