El orgullo acabó con el salario del hambre. Sacó de la oscuridad a un pueblo hundido en la explotación de los nobles ideales de vampiros, hienas y chacales. Hizo de la revolución una acción calculada, sin margen a la espontaneidad ni la improvisación. El orgullo también abrió horizontes a aquellos hombres que, amaestrados para trabajar desde la niñez, se ilustraron y llevaron a cabo unas prácticas sociales y culturales que les enseñaron el sentido de la justicia y la dignidad …
Lea el artículo completo en www.publico.es