Parece inconmovible. Nada lo hace titubear. Ni el escándalo de sol que penetra por la ventana y le baña los ojos celestes y chiquitos lo perturba. El hombre habla pausado sin mostrar fisuras en su discurso, algo tenso. Bebe su té negro, todo con la misma ajenidad y mirada esquiva. Pero habrá un momento en que Rafael Delger entregará su alma al reportaje: cuando reconozca, con ojos húmedos, que los chicos que él entrena en el Virreyes Rugby Club y que vienen de situaciones límite, tristes, de pobreza, es la segunda cosa más importante de su vida …
Lea el artículo completo en www.lanacion.com.ar