En general, los que tenemos mal carácter lo decimos sin pudor. Lo enarbolamos como una bandera en la caja del supermercado, en la cola del banco, o frente al pobre telemarketer que nos atiende en un 0810. El celoso también suele asumir su condición. Se lo confiesa entre lágrimas a su pareja, a su familia, o a su agotado psicoanalista …
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