Cuando Hanti Oncel, de profesión camionero, supo que en su pueblo habían abierto el primer cibercafé lo tuvo claro. Tras un viaje fallido a Siria en busca de una nueva esposa, el ciberespacio salía en su ayuda a 50 céntimos la hora de conexión. «Pensé que si la gente usaba Internet para encontrar amigos, yo podía hacer lo mismo para buscar esposa» …
Lea el artículo completo en www.elpais.es