Carles Puigdemont, que sueña con romper con España en poco más de quince días, tiene sus raíces en Jaén y Almería
Carles Casamajó Ballart, su abuelo materno, su referente -según contaba el propio president en su blog personal- fue un exiliado político por la guerra civil.
Huyó a Francia en el invierno de 1939 y pasó por diferentes campos de refugiados.
Sus últimas noticias datan del campo de concentración de Noé, cerca de Toulouse, «donde habían ido a parar refugiados de la guerra civil española enfermos y también de edad avanzada y judíos desplazados de otros campos».
El nombre de Carles se lo pusieron como homenaje al abuelo, «para que no se olvidara nunca que sufrió lo inimaginable».
Casamajó Ballart se enamoró de la joven Manuela Ruiz Toledo, nacida en Jaén aunque hija de almerienses.
Según recoge Marta Espartero en un espectacular trabajo publicado en El Español, para el que se traslada a Sierra Morena para rastrear los orígenes de la herencia andaluza del mayor promotor de la independencia catalana.
A José Ruiz Valdivia, bisabuelo materno del president, lo vieron nacer las calles de Dalías, un pequeño pueblo blanco enmarcado entre las lonas del mar de plástico andaluz.
El oficio de quienes no sabían más que picar las entrañas de los montes lo aprendió de su padre, Gabriel.
El hambre es al hombre lo que la mina a la necesidad. Así que, a finales del siglo XIX, este minero emigró, como tantos otros, en busca de prosperidad. En Dalías actualmente residen poco más de tres mil personas, menos de la mitad de los que la habitaban hace un siglo.
Su mujer, Joaquina Toledo Valero, vino al mundo en el extinto Cuevas de Vera, según se recoge en los documentos oficiales de la época.
En la actualidad, este foco poblacional es Cuevas del Almanzora, un municipio que delimita por poco con el mar Mediterráneo y donde la tierra pasa a ser Murcia.
Ciudad de emigrantes, como todo el interior andaluz, con la llegada del siglo XX redujo su población paulatinamente desde los 20.000 habitantes hasta los poco más de 13.000 que viven ahora.
En Cuevas del Almanzora la noticia de que entre los suyos surgió el germen del brazo catalán que mantiene un pulso con el Estado ha caído como un jarro de agua fría.
«Toledo y Valero son apellidos bastante comunes aquí. Ninguna de las familias tiene relación con el presidente catalán ni se identifica como sus familiares».
En Dalías, igual:
«No teníamos conocimiento del vínculo y nadie sabía que era así. Suponemos que emigraron, que se fueron de aquí como otros».
Que emprendieron el viaje hacia un futuro mejor.
En 1915, Manuela Ruiz Toledo partió desde Sierra Morena con dirección a una fulgurante Barcelona. No era la única andaluza que dejaba su tierra con la mirada puesta en el empleo que creaba la Expo Universal de 1929. En prosperar, en una vida mejor.
Manuela tenía diez años y se instaló con otros miembros de la familia que ya habían sido la avanzadilla de la histórica emigración andaluza a Cataluña. Pero antes de establecerse en la Ciudad Condal, donde Manuela se casó, la familia Ruiz Toledo vivía en la Plaza de la Aduana de La Carolina.
«En el número uno», indica a este periódico la alcaldesa carolinense, Yolanda Reche (PSOE).
De la regidora socialista surgió la idea de llevarle al president la partida de nacimiento de su abuela como regalo institucional, ya que el líder separatista se iba a reunir en junio de este año con los alcaldes de las Nuevas Poblaciones en el palacio de la Generalitat.
En gran parte de la provincia de Tarragona fluye por sus venas sangre de estos jóvenes municipios.
En Valls, por ejemplo, 1.200 de sus 24.000 habitantes nacieron en las Nuevas Poblaciones.
«Fue algo accidental que naciera aquí, sus padres vinieron en busca de trabajo, siempre en busca de mejores oportunidades y estuvo aquí hasta cierta edad que ya emigró a Barcelona. Nos enteramos y decidimos entregársela como un regalo institucional».
«Cuando Puigdemont tuvo en la mano los papeles que acreditaban su ascendencia andaluza, se sorprendió un poco, se emocionó al leerla, se tomó su tiempo para leerla porque desconocía la procedencia de los bisabuelos. Ellos sabían que la abuela era de La Carolina pero el vínculo ya se había roto, habían perdido el hilo».
El detalle entre administraciones no tuvo buena acogida entre los carolinenses. Así lo afirma el exalcalde de La Carolina y actual líder de la oposición municipal, Francisco Gallarín (PP):
«Nos pareció absurdo a nosotros como oposición y se lo pareció a la gente que se dediquen a ese ‘turismo’ con los problemas que hay en el pueblo. ¿Qué aporta a La Carolina ese viaje?».
El sentimiento es compartido por todos los habitantes consultados.
«La gran proeza de nuestra alcaldesa fue irse a alabar a Puigdemont, vaya», también comenta irónica la vecina Margarita Maseres.