Son las prácticas habituales de los totalitarismos. La amenaza al disidente se palpa en la sociedad y se padece por quien osa discrepar
Sería liviano decir que lo esencial es el miedillo de artistas, periodistas e intelectuales españoles a que les quiten puntos del ‘carnet de progre‘.
Es algo más. El miedo, con mayúsculas, desde hace años, se ha instalado en Cataluña. Pero desde el comienzo del procés se ha transformado en pánico.
Discrepar de la posición oficial es arriesgado en todos los ambientes públicos. De un debate sereno, de confrontación de posiciones, se ha pasado a una discusión bronca que divide o destruye familias, amigos y compañeros de trabajo.
El «derecho a decidir», para los que lo proclaman es indiscutible. No se tolera que un catalán puede cuestionarlo.
Es condenado a la hoguera: la quema en plaza pública de las redes sociales con descalificaciones personales y profesionales; la acusación de «traidor a la patria»; insultos en su presencia, escarches e incluso agresiones físicas por lanzamiento de objetos, más o menos contundentes.
Son las prácticas habituales de los totalitarismos. La amenaza al disidente se palpa en la sociedad y se padece por quien osa discrepar.
Muy bien, pero angustia pensar que ninguno de ellos se inquietó cuando Boadella tuvo que salir por patas de Cataluña https://t.co/pDzQpqvVYq
— Alfonso Rojo López (@AlfonsoRojoPD) 29 de septiembre de 2017
La situación, como no podía ser de otra manera, ha llegado a los «famosos». Esos que son más conocidos y que, en distinta medida, tienen lo que en el mundo clásico se llamaba «auctoritas», es decir, influencia social.
Los políticos saben bien que una declaración de ellos sobre la independencia o el derecho a decidir tiene enorme repercusión en sus seguidores.
Así sucede con deportistas, cantantes, actores o personas con gran presencia en los medios. En menor intensidad, también con intelectuales, en sentido más estricto, según recoge Rocío F. de Buján en ABC.
Y ante esta situación, quienes están en contra de lo que está sucediendo, unos se pronuncian y otros no. Depende de la capacidad que tienen de resistir la presión, lo que es comprensible. Pero también depende de si hacen prevalecen sus intereses sobre sus convicciones.
Lo cual es humano, pero poco ejemplar. Son los que no se pronuncian porque pierden el favor de los poderes públicos, que los han secuestrado con contratos y subvenciones. Otros se autocensuran a fin de no perder fans pues el posicionamiento se hace en una sociedad catalana dividida y enfrentada.