Alfonso Rojo: “Sabíamos que Pablo Iglesias era un cursi y un impostor y ahora descubrimos que encima es un cagón”

Cuando el llorón Pablo Iglesias decía que no le iba el rollo del ‘¡ay, que me han amenazado!’

Dicen los rusos, pueblo viejo, belicoso y duro como pocos, que la trucha acaba asada en la mesa de la cena, porque antes abrió la boca y eso le pasa a Pablo Iglesias.

A llorón líder de Podemos, el que el pasado 23 de abril de 2021 se metía en el generoso regazo de Angels Barceló para que la periodista de la Cadena SER le protegiera de los embates de Rocío Monasterio, a periodista le ha vuelto a jugar una mala pasada la hemeroteca.

El del moño, que lleva una semana clamando histérico contra las inocuas amenazas recibidas a través de cartas, aseguraba hace apenas un par de años que él no tiene «derecho» a quejarse ni a «lloriquear» como hacen otros políticos en estos casos.

Lo hacía acunado por youtuber Fortfast, conocido por su afinidad con la extrema izquierda y su desbocado sectarismo.

Le pregunta untuoso Fortfast si recibe amenazas de muerte y el cónyuge de la ministra Montero responde afirmativamente, pero asegurando que no le gusta hablar del tema.

Y lo explica de corrido, con una caradura que sonroja:

 «Si hablas de las amenazas que recibes estás engrandeciendo al que amenaza, y el que amenaza normalmente es un mierda al que no hay que darle publicidad».

Iglesias asevera rotundo que no le agrada «el rollo victimista de ay, me han amenazado».

Y remata que él, como político, no tiene derecho a «quejarse» ni «lloriquear».

Pues vaya si ha llorado el del moño.

Tanto que hasta nos ha mojado los pies.

El viernes 23 de abril se plantó en el debate de la Cadena SER exigiendo a Rocío Monasterio que condenara que le habían enviado a él una carta con cuatro balas de CETME  en su interior.

La condena se produjo, pero la candidata de VOX a presidir la Comunidad de Madrid, aprovechó para poner en duda la veracidad de la amenaza cuando aseguró que «los españoles ya no nos creemos nada de este Gobierno».

Ante estas palabras, al borde de las lágrimas, un ridículo Iglesias se marchó del estudio radiofónico exigiendo «no banalizar el discurso de la ultraderecha».

Desde entonces, para intentar rascar algún voto jugando a la víctima, asegura estar viviendo una «situación insostenible» que no le permite llevar al parque a sus hijos y que pone en evidencia que «la democracia española se tiene que defender del fascismo».

Y en connivencia con PSOE y Más Madrid, ha montado una campaña contra la «amenaza fascista» que en su imaginario se cierne sobre la región de Madrid.

De coña.

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