Juan Luis Cebrián no se corta un pelo.
El que fuera fundador y alma máter de ‘El País‘, hasta que fue echado del medio con cajas destempladas, pasa facturas desde su nueva casa, ‘The Objective‘, a los actuales dirigentes socialistas.
En esta ocasión pone de vuelta y media a los Illa, Sánchez y Zapatero.
Sobre quien será, salvo sorpresa, nuevo presidente catalán, Cebrián recuerda varias cosas jugosas:
Merece la pena resaltar la peculiar personalidad del candidato a president y las declaraciones del Jefe Nacional del PSOE sobre la decisión adoptada. Salvador Illa, tachado de ser el más españolista del socialismo catalán juguetón con la independencia, se ha revestido de un áurea de moderación, como si fuera paladín del tradicional seny y un político atento a las necesidades de la gente. Esa figura impostada concuerda mal con su comportamiento pasado. Abandonó casi furtivamente sus responsabilidades como ministro de Sanidad en plena pandemia, después de una desastrosa gestión que llevó a augurar al director de emergencias sanitarias, un mes antes del decretar el estado de alarma, que en España no habría más de dos o tres casos y no muy graves.
Illa salió indemne políticamente de la hecatombe de su gerencia, sobre cuyas devastadoras consecuencias nunca ha dado la cara que se sepa. Ahora cabe preguntarse si el desvarío antidemocrático de su pacto con Esquerra, que hubiera podido tratar de solventar con una repetición de los comicios, le procurará algún tipo de incomodidad moral cuando se encarame al poder, nada menos que con el calificativo vitalicio de muy honorable presidente. Quizás la palabra honor tenga significado distinto al habitual en el mataburros léxico de su partido.
Tampoco salva el acuerdo suscrito entre Sánchez y ERC
Será por esa visión distorsionada sobre el prestigio moral por lo que Sánchez ha expresado enfático respeto por su nuevo aliado a sueldo, cuando dice que «partidos grandes como ERC con más de 90 años de historia, y el PSOE (PSC) deben entenderse». No es recomendable recurrir a la memoria histórica para elogiar el pasado lejano de esas formaciones. Socialistas y Esquerra Republicana protagonizaron sendos levantamientos armados contra la II República Española en 1934, y los historiadores coinciden en señalar dichos acontecimientos como prólogos de una espantosa guerra civil resuelta por nuestra Constitución vigente, que los separatistas se muestran siempre dispuestos a traicionar.
Y cree que, en el caso de Zapatero, concurren tics de Illa y de Sánchez:
Semejantes felonías políticas palidecen no obstante ante la complicidad del presidente Rodríguez Zapatero con un tirano banderas como Maduro que ha logrado hundir en la miseria, el dolor y la injusticia, a un país de la comunidad mundial hispana, obligando a más de siete millones de venezolanos al exilio en uno de los mayores desplazamientos de población que la historia recuerda. Como Illa, Zapatero abandonó anticipada y apresuradamente el poder después de que su incompetencia le llevara a negar la crisis financiera mundial y fuera incapaz de tomar medidas tempranas que ayudaran a atajar sus consecuencias para España. Como Sánchez, renegó de la socialdemocracia, tachada de felipista, y se entregó a las pulsiones nacionalistas del propio socialismo catalán, a cambio de un puñado de votos que le permitieran encaramarse al poder del PSOE, sin más bagaje intelectual y político que su audacia.
Y lanza una advertencia demoledora:
Sánchez, Illa, Zapatero. Este verdadero Trío de la bencina es bochornoso y patético, por utilizar adjetivos tan gratos al habitante de la Moncloa. Pero lejos de pelearse por la política, como lo hicieran por una dama los protagonistas de la famosa comedia de ese título, han decidido apoderarse de ella, dispuestos al parecer a violar sus normas y renunciar a cumplir sus promesas electorales a cambio de los ensueños y aún los orgasmos del poder. Tan peligroso juego ha acumulado combustible suficiente para que una simple chispa provoque una explosión de considerables proporciones. El fugitivo Puigdemont, engañador engañado, amenaza ahora con arrojar la llama. Si la justicia, la prensa y las urnas no ponen coto al desvarío moral e intelectual de estos personajes, acabarán incendiando peligrosamente nuestra convivencia.