Los medios entonaron el mea culpa, pero con frecuencia lo hicieron en esa tercera persona que diluye la responsabilidad propia
Sólo ha pasado una semana. Hace siete días, Diego Pastrana, un joven de 24 años, fue detenido por abusar y causar la muerte a una niña de tres años, hija de su pareja.
La autopsia desmintió las acusaciones y el brutal asesinato se convirtió en una monumental negligencia médica.
Pero para entonces el daño ya estaba hecho. Durante un par de días Diego fue el centro de todos los focos, de todos los comentarios, de todas las condenas.
Una sociedad sensibilizada ante el maltrato, especialmente si se ejerce sobre los más pequeños, vio en los ojos de Diego «la mirada del asesino», como tituló algún periódico, y cuando se desveló la verdad buscó como pudo la razón del despropósito.
Los medios entonaron el mea culpa, pero con frecuencia lo hicieron en esa tercera persona que diluye la responsabilidad propia.
Algunos incluso ilustraron el acto de contrición con titulares de otros medios, sin revisar los propios. Y otros publicaron la noticia de la inocencia de Diego junto a una foto en la que se veía al joven esposado y custodiado por guardias civiles.
La reflexión deontológica estalló y se difuminó con la misma velocidad con la que Diego pasó de asesino a víctima, y esa celeridad no garantiza que el escándalo vuelva a reproducirse.
Es más, cada año se celebran en España cerca de 40.000 juicios por violencia de género, de los que entre el 20 y el 30 por ciento terminan con la absolución del imputado.
Por lo que historias como las de Diego, aún sin tanta repercusión mediática, se repiten habitualmente por todo el país.
Hemos avanzado mucho en el tratamiento de las informaciones sobre violencia de género y se han dado pasos importantísimos en la protección mediática de las víctimas y en la sensibilización sobre el fenómeno del maltrato.
Casos como el de Diego nos vienen a recordar que también tenemos que extremar las precauciones cuando informamos sobre los presuntos agresores.
Porque si no lo hacemos podemos convertirnos en cómplices de una forma de maltrato, lo que sería insoportable tratándose de lo que se trata.