La facilidad con la que el conjunto de los medios cae una y otra vez en exageraciones por las que luego tiene que pedir disculpas plantea la necesidad de encontrar mecanismos que eviten la repetición de los mismos defectos
Han pasado ya dos semanas, pero el asunto apesta y lo seguirá haciendo durante mucho tiempo, porque el mal parece intrínseco a los medios de comunicación.
La víctima, esta vez, es Diego Pastrana, un joven de 24 años, que fue detenido acusado de abusar y causar la muerte a una niña de tres años, hija de su pareja.
La autopsia desmintió las terribles imputaciones y el «brutal asesinato» se convirtió en una monumental negligencia médica y en el paradigma del envilecimiento del actual periodismo español.
Para entonces el daño ya estaba hecho. Durante un par de días Diego fue el centro de todos los focos, de todos los comentarios, de todas las condenas.
El acoso fue tan feroz y ha sido siendo tan constante, que Diego ha tenido que huir incluso de su casa.
Que una persona inocente y agredida por los medios de comunicación hasta límites intolerables tenga que dejar Tenerife para eludir la presión que los medios de comunicación siguen ejerciendo en la puerta de su casa debería hacernos reflexionar sobre los límites de nuestra profesión.
Ni siquiera cuando ya ha quedado claro que es inocente, el ensañamiento mediático ha cesado. Una cadena de errores médicos y policiales llevó a la detención de este joven, acusado de la muerte de una niña de tres años, hija de su compañera sentimental.
El acusado pudo ser fotografiado durante la detención y un primer plano de la fotografía tomada por la agencia Efe fue reproducida en casi todos los diarios, e incluso uno de ellos, que habitualmente no lleva los sucesos a su portada, la reprodujo en primera página con esta leyenda: «La mirada del asesino de una niña de tres años».
La presunción de inocencia hecha añicos. Los medios ya le habían condenado. Muchos telespectadores pudieron ver también en televisión imágenes en las que reporteros ávidos de escenas impactantes jaleaban al público.
¿Qué tipo de periodismo es ése?
Los medios han entonado un mea culpa colectivo y las asociaciones de la prensa y colegios profesionales han insistido en la necesidad de adoptar códigos y normas de autorregulación.
Una sana autocrítica…, hasta que surja un nuevo caso y de nuevo vuelvan a caer en los mismos excesos.
De hecho, no hacía tanto del anterior mea culpa, a propósito del tratamiento de la desaparición de la adolescente sevillana Marta del Castillo, en enero pasado.
En muy poco tiempo los medios de comunicación han sido objeto de duras críticas en varias ocasiones y por asuntos muy diversos.
La cobertura exagerada y alarmista de la gripe nueva y el seguimiento del secuestro del Alakrana son los más recientes.
En todos estos casos, las críticas inciden en lo mismo: en la tendencia hacia el amarillismo y la exageración.
La facilidad con la que el conjunto de los medios cae una y otra vez en exageraciones por las que luego tiene que pedir disculpas plantea la necesidad de encontrar mecanismos que eviten la repetición de los mismos defectos.
Milagros Pérez Oliva, Defenso del Lector en El diario El País afirma -«El ‘efecto villano’ del sensacionalismo«- que lo ocurrido obliga a plantearse una reflexión de carácter general. Una reflexión en la que, aunque ella subraye que no ha sido uno más, debe incluirse también el poderoso, influyente y soberbio periódico del Grupo PRISA.
Está claro que si se extiende la idea de que «todos son igual», todos perdemos. Es lo que podríamos denominar el efecto villano. Un descrédito general que merma la confianza.
La industria farmacéutica que trabaja de forma rigurosa y con responsabilidad social, que la hay, sabe mucho de las consecuencias de este fenómeno.
La tendencia general al amarillismo no sólo extiende a todos los medios el efecto villano.
Afecta también de otras formas más sutiles: si el contexto general es de una tolerancia cada vez mayor hacia el sensacionalismo y la espectacularidad, si eso es lo que predomina, ¿no acabará eso condicionando de algún modo las decisiones de los diarios serios?
¿No se primarán los temas más espectaculares y se buscarán los titulares más impactantes para llamar la atención de unos lectores cada vez más saturados de estímulos impactantes?
Defender el rigor exige tratar de mejorar también el ecosistema.