El conde de Godó tuvo que ver en el cierre de Antena 3 Radio para dar alas a las SER
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Expiden certificados de conducta periodística desde su atalaya de la Diagonal y enviando a su periódico, La Vanguardia, como un portero de discoteca, de esos que deciden quién entra a la fiesta y quién se queda fuera. Así actúan los Godó, representantes de una saga ilustre caracterizada ante, sobre y por encima de todo por hacer del periodismo la defensa de sus intereses. Y, por supuesto, al servicio del poder, sea del signo que sea.
«Desde sus orígenes La Vanguardia es también un símbolo de la sociedad civil catalana y española», puede leerse en la historia oficial del periódico colgada en la web del Grupo Godó. Y así ha sido si por «sociedad civil catalana y española» se entiende el poder gobernante de turno. Un poder al que hay que procurar no molestar. Y si hay que hacerlo, se hace con mesura y comedimiento. Al fin y al cabo, el Poder (sí, Poder, con P mayúscula) guió desde siempre la empresa periodística de los Godó.
Esa misma historia oficial, por ejemplo, describe al primer responsable de la redacción, Modesto Sánchez Ortiz, como «un director andaluz que Amadeo Sagasta [¿Práxedes Mateo Sagasta?] recomendó a Carlos Godó», es decir, que el líder del Partido Liberal sugirió al editor a quién colocar al frente del periódico. Al menos no se le podrá negar a La Vanguardia un deseo de mantener las tradiciones: en la primavera del año 2000 situaron como director a José Antich, hombre muy cercano a Josep Piqué, y biógrafo ‘cariñoso’ de Jordi Pujol, en lo que fue interpretado como una maniobra para congraciarse con un Gobierno, el de José María Aznar, con una mayoría absoluta recién salida de las urnas.
EL TÍO DE JUAN LUIS CEBRIÁN
El rotativo catalán ha destacado siempre por ser poco amigo de la polémica salvo cuando sus intereses entran en liza. Quizá por eso la ya citada historia ‘oficial’ que mantiene en la web del editor da un salto desde el año 1931, en que se proclamó la II República, hasta 1936, en que estalló la Guerra Civil.
Sin embargo, sí se hace una referencia, casi elogiosa, a la incautación del periódico por la Generalidad y las ilustres firmas que pasaron por él entonces, de Max Aub a Ramón J. Sender, entre otros. «Con la victoria del bando franquista, la propiedad recuperó el control financiero del diario, pero, a causa de la censura, no podía influir en la línea editorial. El diario fue obligado a cambiar su histórica cabecera por la de La Vanguardia Española», relata a continuación.
Quizá por eso, apenas un día después de la llamada liberación de Barcelona, La Vanguardia, «Diario al servicio de España y del Generalísimo Franco», aparecía con una primera plana a todo trapo: «Barcelona para la España invicta de Franco. En este momento histórico La Vanguardia dice: ‘¡Presente!'».
No acaba ahí la cosa, porque la manipulación y el borrado de datos es de tal calibre que induce al bochorno ajeno, como puede leerse en esta descripción a raíz del cese como director del periodista Luis de Galinsoga tras unas gruesas palabras contra Cataluña: «En 1963 le sucedió en la dirección Javier de Echarri, que permaneció en el cargo hasta 1966. En aquella difícil etapa de cierta transición política el nuevo director, Horacio Sáenz Guerrero, inició una valiente apertura encaminada a conseguir un diario plural y democrático». Pues bien, el relevo de Galinsoga, que tuvo lugar en 1960, no fue Xavier de Echarri -periodista de larga trayectoria falangista, con buenas relaciones con el régimen salazarista portugués y tío del consejero delegado de Prisa, Juan Luis Cebrián-, sino otro periodista afín al régimen, Manuel Aznar Zubigaray, abuelo del ex presidente del Gobierno José María Aznar.
Y eso pese a que, en el obituario de Echarri del 19 de octubre de 1969, el diario de los Godó rememoraba que «en enero de 1963, al dejar la dirección de La Vanguardia don Manuel Aznar Zubigaray para desempeñar el cargo de embajador de España en Rabat, fue nombrado para sustituirle don Xavier de Echarri». Durante sus casi siete años en el cargo, por cierto, apareció en la mancheta como director con su nombre escrito con X, y no con J.
Esa ausencia en la historia oficial llama la atención porque, probablemente, Aznar Zubigaray fue uno de los periodistas de mayor fuste de aquella época. Su trayectoria periodística venía avalada por la dirección de, entre otros, el prestigioso diario El Sol. Y no se explica esa desaparición cuando puede observarse la cobertura dedicada en la edición del 11 de noviembre de 1975 -primera plana y cinco páginas- a su fallecimiento. Aznar no era un cualquiera en La Vanguardia, en la que había tomado posesión como director el 29 de marzo de 1960, puesto que ejerció durante tres años hasta ser nombrado embajador en Rabat. Quedó vinculado al periódico como miembro del Consejo de Dirección y por eso la redacción de La Vanguardia en Madrid, con Manuel Pombo Angulo a la cabeza, acudió a presentar respetos al difunto a su domicilio. También lo hizo el vicepresidente del Consejo de Administración del rotativo, Francisco Marzal (que compaginaba el puesto con la presidencia del Consejo Nacional de Prensa). Un entrefilete del periódico recordaba así al que fuera su director: «La Vanguardia quiere expresar su dolor por la pérdida de quien dirigió el periódico con tanta sagacidad como gallardía». Muy sagaz y muy gallardo, pero para La Vanguardia actual no existe.
Pese a todo, el moderantismo del conde de Godó siempre ha brillado por su ausencia cuando eran sus habichuelas las que parecían peligrar. Uno de los asuntos más chuscos de la historia oficiosa de los editores de La Vanguardia consistió en la contratación de los servicios de Lobo, el primer infiltrado en ETA, para llevar a cabo tareas de seguridad de puertas para adentro. Actividad que ocultaba, en realidad, labores de espionaje a directivos y la puesta en marcha de un sistema de grabación para todo aquel que pasara por el despacho del conde. Aquello terminó como el rosario de la aurora, y como nadie debe alegrarse de las miserias ajenas, basta remitir a quien quiera más información al libro de Antonio Rubio y Manuel Cerdán Lobo. Un topo en las entrañas de ETA.
Otro capítulo suficientemente expresivo de la depredación de los Godó es conocido de sobra: su papel en el antenicidio, la liquidación de Antena 3 Radio en una operación empresarial que sirvió, con la aquiescencia del Gobierno felipista, para dar alas a la SER y eliminar su competencia directa. Godó, principal accionista de la cadena, no dudó en pactar un acuerdo con Prisa para conformar Unión Radio, en la que el grupo de Jesús Polanco contaba con un 80% del accionariado y el grupo catalán con un 20%. Después bastó con cerrar Antena 3 Radio y repartirse los postes.
A MANDAR
Acostumbrada desde hace años a ejercer una extraña fascinación entre la clase política madrileña, La Vanguardia ha atendido siempre las indicaciones recibidas desde el Palacio de la Generalidad colocándose en primer tiempo de saludo. Lo hizo hace apenas un año, cuando doce diarios catalanes -algunos muy bien subvencionados por el tripartito- publicaron un editorial conjunto en el que arremetían contra el Tribunal Constitucional ante los rumores de una próxima sentencia sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña. El texto, según se desveló más tarde, había sido redactado por el notario y colaborador de El Periódico Juan José López Burniol y por el delegado de La Vanguardia en Madrid, Enric Juliana, azote de ‘anticatalanistas’ y opinador ex cathedra. No sirvió de gran cosa, aunque sí permitió medir el nivel de una prensa pastueña.
Las servidumbres de Godó, Grande de España y editor de un periódico en castellano, a los últimos Gobiernos catalanes han llegado a extremos como el de ser designado ‘voluntario’ -junto con Planeta, de Lara- para apoyar al Avui, un papel publicado en catalán y mantenido con la respiración asistida dispensada por ambos editores a razón de un 40% cada uno y un 20% de la Generalidad. Durante un lustro, Avui mantuvo el pulso gracias a esas tres aportaciones, hasta que el año pasado lo adquirió la editora de El Punt. Un respiro para Godó, sin duda. Aunque el editor de La Vanguardia quizá tenga presente esa frase que dice «A mandar, que para eso estamos».
NUESTRO QUERIDO CAUDILLO
La Vanguardia el 21 de noviembre de 1975. El motivo era evidente: la muerte de Francisco Franco. Y es que el conde tenía palabras de grato recuerdo para el difunto, «por los sentimientos de amistad que me había siempre demostrado y que venía ratificada por el nombramiento con que he sido honrado en dos ocasiones como procurador en Cortes de designación directa del Jefe del Estado». «Me siento orgulloso de pertenecer y formar parte de la España de Franco. Y, en el tiempo que me quede de vida, he de recordar siempre la fecha histórica del día de hoy, dolorosa para todos los españoles, a cuyas plegarias uno las mías por el eterno descanso del alma de nuestro querido Caudillo», proseguía.
Originalmente publicado en el Semanario Alba (Grupo Intereconomia)