Su naturaleza convierte al periodismo en un oficio de cínicos
Era el único chico de su barrio que sabía leer. Por culpa o gracias al asma que le retenía en casa y por ser un «gran oyente de radio». Aquello le llevó a amar la cultura de la palabra. Y desde que con trece años escribía crónicas deportivas en su pueblo canario han pasado más de 40 años en los que ha vivido muy cerca el pulso de la literatura y el periodismo.
Juan Cruz, en su nuevo libro «Egos Revueltos» (Ed. Tusquets), confiesa que uno no escribe para amarse sino para desvelarse.
«Uno escribe porque no sabe quién es y en ese intento por completarse, por responder a esa pregunta acabas escribiendo para herirte.»
Durante seis años (entre 1992 y 1998) fue el director de la editorial Alfaguara pero confiesa que mucho antes de aquello ya tuvo que lidiar con los «egos revueltos» de muchos escritores.
De sus dos mundos profesionales, editor y escritor-periodista saca una diferencia sobre las demás.
«El periodista tiende a ser cínico, a no creer en aquello que está haciendo. Mientras que el editor tiene que mostrar entusiasmo porque sin entusiasmo no hay libro.
El periodista hace una historia e inmediatamente se va a otra. La vida se parece mucho al periodismo en su cinismo. ¿Quién se acuerda hoy de Haití?
El periodista, independientemente de que sea buena o mala persona, la naturaleza de su oficio le convierte en cínico. Ahora bien, como eso lo transmitas al lector, éste acabará abandonándote.»