«¿Pero qué clase de dignidad puede tener un régimen que se gasta casi 50 millones de euros en remodelar un palacio mientras sus ciudadanos figuran en la cola de todos los rankings de empleo?», se pregunta Ignacio Camacho en Austeridad Palaciega:
Es la manera que José Antonio Griñán, al que le gusta que le llamen Pepe, tiene de apoyar el sector de la rehabilitación en una autonomía con más un millón de parados, el 27% de su población activa.
Si Griñán carece de la sensibilidad suficiente para evitar un dispendio semejante, no quedan muchas esperanzas de que el Gobierno de Zapatero sea capaz de poner freno al despilfarro presupuestario.
En cuanto se suben al coche oficial, hasta los más cabales se consideran a sí mismos una especie de patrimonio inmaterial del Estado y sueñan con oropeles palaciegos incluso en medio de panoramas sociales devastados.
¿Pero qué clase de dignidad puede tener un régimen que se gasta casi 50 millones de euros en remodelar un palacio mientras sus ciudadanos figuran en la cola de todos los rankings de empleo, renta y desarrollo?
Las lámparas de 8.000 euros en San Telmo iluminan la fotografía emblemática del derroche español, ese hipertrofiado fenómeno de malversación moral que compromete el déficit del Estado y lo sitúa al borde del default o quiebra financiera sin que el presidente Zapatero quiera darse por enterado en el interior de su burbuja de autocomplacencia.
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