La Asociación Taurina Parlamentaria, presidida por el socialista Miguel Cid Cebrián, según Público
Si no les van los toros o quieren ahorrarse las cosas que han escrito algunos para justificar -en su mayoría- o criticar -los menos- la prohibición de las corridas de toros en Cataluña en ciertos medios de comunicación es mejor que pasen a la página siguiente. Porque hoy llevamos un monográfico. No por propia voluntad, sino por la de terceros.
Comencemos por La Vanguardia de los Godó, cuyo director, José Antich, consideraba la votación del miércoles un «innecesario acto de tensión». «Empieza a ser agotador el permanente deseo de las autoridades de prohibir cosas que en otros sitios son normales y que afectan de una manera intrínseca a la libertad individual. Y se puede censurar, finalmente, que un negocio ruinoso en Catalunya -excepto en las corridas de José Tomás- se utilice la bandera por el estamento político para ocultar la ausencia de respuesta ante la falta de liquidez del sistema financiero, la demora en los pagos de las cuentas de la Generalitat, las carencias del sistema educativo catalán -como se ve año tras año en el informe PISA- y así muchas otras cosas», escribía Antich. Lo que ya es un triunfo muy digno de tener en cuenta conociendo el contexto del periodismo catalán y, concretamente, el de La Vanguardia.
LA TONTUNA DEL ALGUACILILLO
Quizá para compensar, además de una columna de Pilar Rahola, ya estaba su delegado en Madrid, Enric Juliana. Representante modélico de esa casta de periodistas que pontifican y hablan ex cátedra, el alguacilillo de La Vanguardia en la ciudad de Las Ventas se las daba de graciosillo con un tema que tenía maldita la gracia: «Hay que vivir en Madrid los meses de julio y agosto para llegar a la conclusión de que con aire acondicionado, un cierto margen de libertad sexual y la posibilidad de insultar al prójimo en los foros de Internet, España muy posiblemente se habría ahorrado el amargo trance de la Guerra Civil. Cuando el aire del Rif penetra en la meseta, hay algo en la atmósfera que incita a la sublevación. Y al desvarío». Y si no hay ese aire, no hay nada como enchufar Onda Cero cuando habla Juliana. Aviso: las turras que pega perjudican seriamente la salud.
PUNTILLAS Y PETARDOS
«Cataluña da la puntilla a los toros», se leía en la primera plana de El País. Y luego llegaba un petardo perpetrado por Josep Ramoneda, en su papel de mulillero, del que nos quedábamos con esta frase: «En la medida en que los toros son un espectáculo en vías de extinción, preferiría que, como el boxeo, acabara muriendo por inanición, sin necesidad de decretar la siempre antipática sentencia de muerte». En la muerte por inanición del boxeo, a todo esto, tuvo mucho que ver Luis Solana, que se lo cargó de la televisión pública -la única que había entonces- porque le salió de la entrepierna.
Para no quedar mal del todo, porque vayan ustedes a saber si no hay taurinos entre los compradores de El País, el editorial era una suma de bandazos. «Era una fiesta condenada a su desaparición», explicaban. Entonces, ¿por qué darle eutanasia? Claro que para el sesudo editorialista de turno, sólo Mariano Rajoy contribuía a incrementar la «tensión a las relaciones entre el Estado central y las autonomías». Al menos guardaban las apariencias -que no han guardado otros, y que son las quehan empujado a tildar de ‘político’ el paripé del miércoles- echando mano de los ‘correbous’, «tradición taurina del sur de Cataluña que rivaliza en crueldad con las corridas». Pero esos no se tocan. Y ahora que no nos cuenten milongas de que tras esto no hay un interés ‘identitario’.
VUELVE LA INQUISICIÓN
La nota discordante la ponía el filósofo Fernando Savater, que resaltaba cómo a costa del Estatut se ha puesto de moda un «intervencionismo realmente maníaco en los aspectos más triviales o privados de la vida de los ciudadanos». Para Savater, «el Parlament de Cataluña prohíbe los toros pero de paso reinventa el Santo Oficio, con lo cual se mantiene dentro de la tradición de la España más castiza y ortodoxa».
OLÉ Y PP
En el periódico de los monosabios de ZP, Público, la primera plana era un «Olé» -se les cayeron dos más respecto a su edición digital del miércoles- y un «El PP agita de nuevo la ruptura de España». Su director, Jesús Maraña, se diversificaba en varias plazas. Así, en RNE echaba mano de su nuevo argumento tótem para justificar lo del Parlamento catalán: «La argumentación es la misma por la que en 1991 se prohibieron las corridas de toros en Canarias». Con apoyo del PP, cierto. Pero es que en Canarias no tiraban tampoco toros al agua. Ni les colocaban teas en la cornamenta. El argumento es tan falaz como rebatir a estos defensores de la dignidad animal que quizá coman pollo de campo de concentración o beban leche de vacas exprimidas hasta la última gota.
Aunque, para curioso, esto: resulta que la Asociación Parlamentaria en Defensa de los Derechos de los Animales (APDDA) sólo cuenta con un parlamentario en activo como miembro. Por contra, la Asociación Taurina Parlamentaria agrupa a 70 miembros y «está presidida por el socialista Miguel Cid Cebrián».
TOROS A LA CATALANA
Dos columnistas de Público coincidían en sendas cosas: dar cera a los populares -les va de suyo y se entiende- y sacar a relucir las contradicciones de una prohibición. Así, Juan Carlos Escudier señalaba que habrá toros en Cataluña «a los que se podrá seguir tirando al mar para que se refresquen o embolando sus defensa porque la tradición obliga y da dinero». Le seguía Ignacio Escolar: «Señores diputados de CiU y de ERC: enhorabuena por su voto de ayer (y visca Catalunya). ¿Para cuándo otra ley que prohiba los ‘correbous’ y los toros embolados?». Y pensar que Lluís Companys era aficionado a las corridas taurinas. O que el Ejército republicano contó con la Brigada de los Toreros.