Cuando dejó un puestazo como director de Comunicación del BBVA en febrero de 2009 tras un periplo de doce años en el cargo sus amigos le preguntaron si se había vuelto loco. «La cabra tira al monte», les respondía Javier Ayuso (Madrid, 1956), al explicar la decision de prejubilarse para volver al periodismo activo.
«Quería vover a dar guerra», dice con humildad este veterano periodista que dentro del sector de la comunicación en la banca llegó a lo más alto. Cerrada esa etapa, se tomó dos años de reflexión y viajes para volver al periodismo free lance en la que considera su casa, el diario El País y donde ahora coordina el foro de debate económico ‘Economismo‘.
Pese a su intimidante trayectoria periodística – EFE, Multipress, El País, ABC, Cinco Días y Revista Mercado (en estas dos últimas como director) – el periodismo al que regresaba Ayuso no era el mismo que había dejado en 1997. ¿O sí?
«Habían cambiado los canales pero en esencia el periodismo es el mismo en la era de Gutenberg que en la de la Red. Un periodista debe tener los mismos principios éticos, el mismo olfato y el mismo fin, trabaje para el papel o las pantallas: buscar la verdad y contarla con rigor e interés».
Con la ilusión de los chavales que recién empiezan le propuso al director de El País, Javier Moreno, una serie de reportajes sobre la probreza en el mundo. La idea gustó en Miguel Yuste y al poco tiempo Ayuso enfiló hacia el Tercer Mundo para mirar a los ojos a la pobreza extrema.
«Al final, los periodistas tendremos que seguir haciendo lo de siempre: buscar una buena historia y saber contarla».
Sin clase business ni hoteles de lujo, como en su época de dircom en la banca, Ayuso cuenta que ese sufrimiento ‘en los agujeros negros del planeta’ fue el mejor tratamiento de choque: «Me dije a mí mismo: chaval, has vuelto al periodismo. —Los agujeros negros del planeta—
En esos viajes, además de redescubrir la grandeza del periodismo, pude comprobar que no sólo es posible, sino muy recomendable, mezclar el papel con las pantallas.
«Echados sobre el suelo, como despojos humanos, duermen cientos de personas en los andenes de la estación de tren de Chittagong, la segunda mayor ciudad de Bangladesh».
Es la diáfana prosa de este chaval casado, con dos hijos y un nieto, que al igual que esos niños amontonados en la oscura miseria del subdesarrollo, no se podía permitir el miedo. Había vuelto para dar guerra.
