El presidente-editor de La Vanguardia, Javier Godó, ilustraba este domingo 27 de febrero a sus lectores con un artículo –‘La Vanguardia’, una mirada al mundo en dos lenguas– donde adelanta la intención del rotativo catalán de empezar en breve con una edición en la lengua catalana.
Godó considera que, más de tres décadas después de recuperar la democracia en España, iba siendo preciso dar un paso más:
Ofrecemos una mirada universal sobre todo aquello que sucede a nuestro alrededor, buscando siempre la máxima complicidad y conexión con nuestros lectores, la primera y última razón de ser de nuestra labor profesional. Ahora, tras más de tres décadas de recuperación de la democracia en España y de la autonomía de Catalunya, deseamos ofrecer la posibilidad de que La Vanguardia también pueda ser leída en catalán, la lengua materna de muchos de nuestros lectores, suscriptores y anunciantes, y el idioma propio y oficial de este país junto a la lengua castellana, que es nuestro rico puente principal hacia el exterior.
El presidente de La Vanguardia subraya que:
La Vanguardia refleja, con su nueva oferta, la plural y tranquila normalidad lingüística de Catalunya, algo que nos recuerda que nuestro centenario rotativo nació precisamente cuando la Renaixença cultural, económica y política catalana empezaba a dar sus primeros frutos.
Pese a la insistencia de Javier Godó sobre un clima de normalidad lingüística, los hechos no le pueden dar la razón. Por un lado, la persecución al idioma castellano ha llegado a tales límites de surrealismo que el Ayuntamiento de Barcelona decidió en su momento hacer de tripas corazón y quedarse sin cobrar las multas de tráfico antes que rotular las señales en el idioma oficial, tal y como marca además la propia ley –El Ayuntamiento de Barcelona prefiere no cobrar las multas de tráfico antes que señalizar en castellano–
Pero hay más. En los colegios se marca con pegatinas rojas (menos mal que no son estrellas amarillas, que recordarían a tiempos nada agradables, precisamente) a aquellos alumnos que hablan castellano en el recreo, como le sucedió a un estudiante de cinco año en un centro de Sitges –«¿Qué he hecho mal, mami?»: marcado con una pegatina roja por no hablar catalán en el patio-. Esta es la normalidad lingüística de la que habla Javier Godó. Una falacia de campeonato.
VERDAD MENTIRA