El PSOE no sabe dónde esconder a Zapatero durante la campaña de las municipales
Una de las triquiñuelas de las que se vale la izquierda para ganar siempre consiste en jugar con dos barajas. La misma acusación que arrojan contra el enemigo político no es válida nunca contra la progresía porque, cuando cometen el acto que antes censuraban, ya han cambiado las reglas. Lo veíamos cuando, después de rasgarse las vestiduras alegando que el PP no respetaba el poder judicial cuando algún representante de la oposición sugería alguna leve objeción a las decisiones de un tribunal, se pasa la independencia de los togados por el arco del triunfo cuando se trata, digamos, del juez Garzón, porque todos sabemos que la justicia revolucionaria pasa por encima de cosas tan triviales como códigos y sumarios. Como en los regalos del Día de la Madre, aquí lo que cuenta es la intención.
Lo mismo ahora, cuando el encausado es santo de su devoción, por emplear una expresión irónica al caso, como sucede con un payaso como Leo Bassi, payaso nunca contaminado por el humor o la gracia y que alcanzó la fama en televisión por el talentoso procedimiento de poner petardos en excrementos de vaca. Quizá para compensar su absoluta incapacidad para provocar la risa, ha encontrado su camino directo a la fama por el sencillo procedimiento de blasfemar, una curiosa modalidad artística que la izquierda atesora como si fuera el súmmum del canon occidental. El payaso ha agotado la paciencia de grupos de católicos, que le han acusado formalmente de injurias y delitos contra los sentimientos religiosos. Hasta ahí, nada anormal. Lo paródico es que la progresía quiere convertirle en un mártir del laicismo.
ODIOSA COMPARACIÓN
Que Público titule la noticia con unas declaraciones del imputado («Bassi: Se enfrentan a los bufones que decimos las cosas claras») tiene un pase y es, casi, lo esperable. Que Pedro Schwartz, director de ‘Opinión’ del diario, le dedique el minieditorial que le dedica, pues ya es más chusco.
En «Leo Bassi y la intolerancia«, Schwartz supera con mucho la capacidad paródica del sujeto del que habla, al comparar el caso Bassi con el de Bertrand Russell. Mire, no, comparar el feo que pudieran hacerle a su muerte a un premio Nobel que fue filósofo, matemático e historiador con un pelanas que ha sido acusado de un delito (¿ahora no toca hacer caso a los jueces, señor Schwartz?) sobrepasa la categoría de esperpéntico.
«Resulta inquietante» -escribe Schwartz- «que tras 30 años de democracia, un valor fundamental como la libertad de expresión pueda verse limitado por sentimientos religiosos, máxime cuando la Iglesia que los representa se caracteriza por mantener actitudes incendiarias y reaccionarias frente a la expansión de los derechos civiles». Vaya. Corríjanme si me equivoco, por favor; ¿no era este mismo el periódico el que pedía el cierre de Intereconomía por no inclinarse ante los dogmas de la religión oficial, la santa progresía, y ha aplaudido todo intento de multar a la cadena por inexistentes delitos de opinión? Por supuesto, Público no está solo en esto. Diario Crítico («Leo Bassi, culpable por disentir«) parodia también la situación al escribir: «Ahora resulta que la parodia ya no es el resultado de la libertad de expresión y de opinión sino que es un ‘arma’ que debería estar prohibida». Seamos serios. Lo que se está haciendo no es un ejercicio de libertad de expresión o disidencia contra la Iglesia católica. Esa es la postura ‘por defecto’ de la élite política y cultural. Se trata de ofensivas y provocaciones que ya rozan la persecución, y si les cuesta entenderlo basta que piensen en alguna de las blasfemias más graves de Bassi y sustituyan el contenido cristiano por otro musulmán o judío. Por ejemplo, otro titular de Público: «Cómo se fabricó el mito del cristianismo’. Ahora bien, si la intención fuera meramente informativa, este titular sería absurdo. Porque el asunto ni siquiera es la opinable tesis de un sesudo historiador agnóstico sobre los orígenes del Cristianismo, sino… una novela, ‘El Buen Jesús y Cristo El Malvado’, de Philip Pullman. Pero ahí queda eso…
La sucesión-sí, sucesión-no de Rodríguez Zapatero sigue centrando la atención de los diarios, al igual que colea el espaldarazo de algunos grandes empresarios a su permanencia al frente del Gobierno. ‘El País’ adopta su más insufrible tono de condescendencia progre-capitalista en su editorial «Primero, la estabilidad», subtitulado: «Los empresarios respaldan la política económica, frente al pueril ejemplo de confrontación del PP». Banqueros, grandes empresarios y la izquierda mediática: eso sí es una buena pinza.
Mientras, «El PSC secunda a Chacón para pedir a Zapatero que aplace la sucesión», titula Público. Y la ministra de Defensa vuelve a ser titular un poco más adelante: «Rubalcaba y Chacón consolidan sus opciones». Vamos, que la ministra quiere que se posponga la sucesión, no que se anule. Y entra en la liza sucesoria-crisis de identidad socialista el columnista Juan Carlos Escudier (El pensamiento único naufraga): «Empeñados como están en que Zapatero firme cuanto antes el testamento, algunos dirigentes de su partido siguen sin asumir que lo que más lastra un proyecto es no tenerlo, al margen de quien lo lidere». El social-liberalismo es un engendro finiquitado. Sepan que, entre dos haces de heno iguales, el asno de Buridano no supo por cuál decidirse y se murió de hambre. De las municipales, dos noticias. Para el PSOE: «Zapatero limita su presencia en los actos electorales de las municipales». Decir que el PSOE esconde como puede al presidente sería más preciso, pero no hay que pedir demasiado. Y para el PP, carbón (y añejo): Blanco: «Rajoy debe explicar por qué se subió a sabiendas a un barco de narcos». ¿Y por qué no se las pidió Blanco cuando sucedió la cosa, hace dos años?