Los jerarcas nacionalistas catalanes están, como en la canción, que se van y se van y se van y no se han ido

¿Cataluña libre? Genial, pero, ¿qué tal si hacemos primero libres a los ciudadanos catalanes?

La progresía no entiende que la ideología no explica toda la complejidad de las pasiones humanas

Si hay algo peor que un divorcio es alguien que se pasa la vida amenazando con irse de casa en un chantaje emocional non stop. Eso no hay cristiano que lo aguante. Y lo mismo, corregido y aumentado, puede decirse referido a un país. No puede durar, no hay sistema que aguante este frívolo juego de «no me voy porque no quiero liarla, pero estoy deseando» que se traen tantos políticos catalanes. Es potencialmente explosivo, irresponsable y cobarde.

La Vanguardia, decana de la prensa española y diario catalán en español, se suma a este juego en un editorial pretendidamente serio pero inevitablemente tramposo. En «Las consultas» –Las consultas-, que tiene por asunto los plebiscitos independentistas no vinculantes que se están reproduciendo por toda la geografía catalana con entusiasmo perfectamente descriptible, el editorialista sostiene que «hemos asistido estos meses a una imaginativa campaña de propaganda de los partidos del derecho a decidir.

Esto es, del derecho de la sociedad catalana a plantearse en algún momento de su historia cotas mucho más altas de autogobierno y de soberanía». Que el intento citado, que podríamos calificar en lenguaje leguinesco como ganas de j…, no es serio puede comprobarse en las líneas siguientes, donde se recuerda que Artur Mas ha dicho que «bajo su actual mandato no se llevarán a cabo iniciativas institucionales que puedan provocar la división de la sociedad catalana», una forma farragosa de decir que ni de broma se plantea la independencia.

Algo que sería elogiable, por sensato, si no se añadiera que «Mas ha expresado su simpatía con la iniciativa emitiendo un voto afirmativo, como han hecho el ex presidente Jordi Pujol, ex presidentes del Parlament, prácticamente todos los miembros del Govern o ex consellers del PSC como Antoni Castells».

Fantástico: altos dirigentes de la estructura de un Estado, el español -porque eso es lo que son y lo que han aceptado ser, quieran o no-, expresan públicamente en una mascarada política que desearían no pertenecer a ese mismo Estado. A eso se le llama comerse el pastel y guardarlo para luego, o alzarse con el santo y la limosna.

MEJOR, CATALANES LIBRE

Sigue el texto: «La abadía de Montserrat rezó ayer sus preces dominicales para que cada pueblo y nación puedan decidir libremente». Uno se explica que, cuando los sacerdotes y religiosos de una fe universal como la católica se meten en semejantes berenjenales exclusivistas, no es extraño que la tierra en la que predican sea la más apartada de la práctica religiosa por detrás sólo del País Vasco -otro que tal baila-.

Pero las palabras del monje también recuerdan a este trasgo lo que tiene de tramposo, falso y totalitario el nacionalismo, que pese a todo su supuesto amor por la autonomía y la autodeterminación nunca la reivindica para la unidad natural, el ciudadano, al que busca subsumir en el ‘alma nacional’, sino para un colectivo lo bastante artificial y brumoso como para tener que ir inventándolo cada día.

¿Cataluña libre? Genial, pero, ¿qué tal si hacemos primero libres a los catalanes?; libres de políticos que les usan como coartada para justificar sus rapiñas y posturas arrogantes y cuya libertad tratan de recortar día a día en el nombre de una entelequia. Y no estoy llamando entelequia a la entrañable tierra catalana, si no a ese Estado antihistórico y de opera buffa que intentan pergeñar.

MÁS SOSTRES

Sostres, increíblemente, sigue siendo noticia: para la izquierda es delicioso tener un hereje que rostizar a fuego lento. Marco Schwartz lo compara a Hanna Arendt –De «normales» y «monstruos»-, que también hizo hincapié en la ‘normalidad’ del mal en el caso nazi, pero enseguida entona el «no es eso, no es eso»: «El problema de Sostres es que no es Arendt, y en vez de aportar una reflexión sobre los efectos nocivos de la cultura machista en jóvenes…».

Ya adivinan todo lo demás. Pero es que, con toda probabilidad, Sostres no creía que el crimen fuera consecuencia de cultura machista alguna, y hace muy bien. Esa es la falacia de la progresía en este asunto. Si mañana un tipo es despedido por su jefe y se lía a tiros con él, todos coincidiremos en que su acción no es justificable, pero espero que nadie lo achacará a una cultura antigerencial o directófoba. Es idiota tratar de reducir la inmensa complejidad de las pasiones humanas y el terrible misterio del mal a meras cuestiones ideológicas. Un feminista puede matar a su mujer sin dudar un segundo que sea su igual, lo mismo que Al Capone eliminaba a sus rivales sin necesidad de despreciarlos.

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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