Lo que estaba en juego era el orgullo herido de Estados Unidos, que buscaba de modo incesante reparación desde el mismo día 11 de septiembre de 2001
No todo son aplausos. A diferencia de nosotros, que como medio de comunicación hemos recibido con alborozo la noticia de la muerte de Osama Bin Laden y vemos con admiración la tenacidad de EEUU, la firmeza del presidente Obama y la quirúgica precisión de los comandos Seals, son bastantes las voces que se alzan en el mundillo periodístico español calificando de ‘crimen de Estado‘ la operación contra el jefe de Al Qaeda.
Carlos Carnicero escribe en El Periódico de Catalunya que Barack Obama ha perdido su inocencia:
El premio Nobel de la Paz ha ingresado en el panteón de los presidentes USA que se han tomado la justicia por su mano.
Miguel Angel Aguilar en El País, en una clara referencia a los que ocurrió cuando se destapó en España el ‘caso Gal’, se pregunta:
¿Imaginan qué andarían bramando quienes aquí estos días aplauden al comando de EEUU si fuera nuestro?
Miguel Higueras, analista político y bloguero de PD:
La misión de los soldados era «matar» a Bin Laden, sin los engorros formalistas de detenerlo, conseguir su extradición, acusarlo, garantizarle defensa legal, someterlo a juicio, lograr su condena, permitirle agotar sus posibilidades de recurso contra la sentencia y solo después, y en el caso de que la condena hubiera sido a muerte, ejecutarla.
Bien está, y si hasta el propio Bin Laden se vanagloriaba de los crímenes por los que le han dado muerte, sería absurdo insinuar su inocencia.
Pero, si lo que ha hecho Barack Obama le parece bien a los que les cae en gracia -a la progresía de diseño-no se entiende que comprendieran a Felipe González cuando impidió que mataran a la jefatura de ETA.
Arcadi España hace el El Mundo un analisis profundo, turbador, que comienza con una frase draconiana:
Ante el cadáver liquidado de un asesino yo siempre me inclino, primero, por el Vaticano: «Un cristiano no se alegra nunca de la muerte de un hombre»
Antonio Casado en Elconfidencial dice queacontecimientos de este calibre nos retratan a todos:
Celebrar la caída del jefe de Al Qaeda -aunque no se puede hablar de una organización jerarquizada, así lo percibía la opinión pública mundial-, equivale a celebrar también los métodos utilizados. O, al menos, dedicarles una mirada distraída.
PREGUNTAS EN EL AIRE
Carnicero es especialmente duro con ciertos políticos y periodistas que, en su opinión, usan una doble vara de medir:
Han arrojado el cuerpo al mar para cumplir el precepto islámico de un enterramiento en 24 horas. Conociendo los usos de Guantánamo casi enternece tanta ternura. Ni autopsia, ni fotos del cadáver para evidenciar su estado. Las versiones son contradictorias: tenían orden de matarlo, pero murió en un enfrentamiento. Han acabado con un terrorista peligroso, pero han generado un mártir del que siempre se sospechará que fue asesinado a sangre fría. El GAL era perverso, pero la CIA es milagrosa. Un calidoscopio con dibujitos para cada situación. Una moral de conveniencia. ¿No es así, Pedrojota?
Tras afirmar que Bin Laden vivo hubiera podido suministrar ayuda decisiva en la ingente tarea de la desarticulación de Al Qaeda -menos que el gran terrorista hubiera pasado a ser irrelevante- Miguel Angel Aguilar sentencia:
Pena da que Estados Unidos derive hacia la elementalidad de las tropas de choque del antiguo KGB soviético, que abandone la sutileza por el músculo, que se aleje del modelo Joseph Conrad, Graham Greene o John Le Carré.
No se trata de «dar una bofetada en la cara del viento dominante», de la que hablaba C. P. Snow, pero esta war on terror, a base de Abu Graib o Guantánamo y de tribunales militares sigue una senda de deshonor. En todo caso, ¿imaginan qué andarían bramando quienes aquí estos días aplauden al comando de EE UU si fuera nuestro?
Arcadi España subraya que guerra contra el terrorismo tiene siempre un carácter ambiguo (cada pie a un lado de la ley), y ése es uno de los triunfos principales del terrorismo.
Añade que las democracias no han sabido organizar una común y nítida respuesta jurídica a los crímenes contra el Estado; no han decidido, por ejemplo, si esa violencia es una forma de delincuencia o de guerra:
Ante la incertidumbre, las respuestas del Estado han sido diversas. La de los GAL, por ejemplo, evitó la responsabilidad política mediante la maniobra de creación de un grupo clandestino.
En consecuencia el presidente González nunca tuvo que aparecer ante los ciudadanos para anunciar un acto de justicia. Jamás se dio por enterado, esa fórmula léxica mediante la que el gobernante ratifica la pena de muerte que han impuesto los jueces.
En el extremo opuesto está el conocido ejemplo de Margaret Thatcher ante los tres cadáveres de miembros del IRA, asesinados por los servicios secretos británicos en Gibraltar: «Disparé yo». También Obama dice ahora que él disparó. Y de una manera altamente enfática. Podría haberse escudado en una acción de la CIA.
Aparecer ante los ciudadanos como tomando gris y sobria nota de los hechos. Pero la cabellera del indio era un trofeo demasiado tentador. Para lucirla sin apuros tuvo que adosarle la palabra justicia escondiendo la mano.
Antonio Casado, que titula su columna «Ejecución extrajudicial de Bin Laden y razón de Estado«, comenta:
Todo esto se presta al juego de las comparaciones en clave doméstica. Largas y penosas reyertas dialécticas nos contemplan por cuenta de la guerra sucia, los atajos, el terrorismo de Estado, la cal viva y, más recientemente, el vuelo del faisán y la vigilancia policial a los etarras voladores, en nombre de los principios del Estado de Derecho.
Principios seriamente averiados en el debate derivado de la lucha por el poder porque se invocan al gusto del consumidor y, por tanto, quedan despojados de su carácter universal, permanente y no negociable.