Los argumentos de la izquierda no son necesariamente malos, sólo inaplicables a este mundo

La zurda goza en su realidad ‘ad hoc’

Los del 15-M ponen a caer de un burro a los políticos a los que quieren dar mucho más poder del que ya tienen

“El principio de realidad” El titular de la columna de Juan Carlos Escudier me dejó parado ayer mientras repasaba la prensa progresista. Más que nada, porque en lo que llevo paseando por la izquierda, lo que más me ha llamado la atención no ha sido la estupidez ni la malicia, que creo sinceramente minoritarias, sino el casi absoluto distanciamiento de la realidad, de cómo funcionan las cosas en el mundo real. Los argumentos de la izquierda no son necesariamente malos, sólo sus premisas, y bien podrían ser perfectamente aplicables a alguno de los universos paralelos que postula la Teoría de Cuerdas. De hecho, el espectro ideológico de la izquierda de moderada a extrema puede clasificarse según contenga más o menos dosis de realidad. Cosas como Izquierda Anticapitalista, por ejemplo, es beatíficamente ‘reality-free’.

RICOS Y NEOLIBERALES

Por supuesto, la columna de Escudier no se dirige a ensalzar, sino a denigrar ese “principio de realidad”: “El principio de realidad es un misil en la línea de flotación de las ideologías. Pulveriza otro principio, el de la izquierda transformadora, y limita la acción política a la mecánica burocrática de un jefe de negociado. Si desde la política no se puede cambiar la realidad sino someterse a ella, ¿para qué sirve? ¿No sería mejor elegir a un tecnócrata con buenas calificaciones en Harvard?”. ¿No es perfecto? Y, para dejar claro que la realidad es sólo un estorbo para un pensador de izquierdas, concluye: “La derecha y la izquierda no son caminos que conducen por vericuetos distintos a un mismo destino. Su meta y sus intereses son contrapuestos, como lo son los de los ricos y los pobres”.

En ‘su’ realidad, los ricos son neoliberales, se supone. Es un axioma extraño en un periódico propiedad de un multimillonario trotskista, pero que se ve también reflejado en la viñeta del mismo diario, de Manel Fontdevila. En ella, tres tipos muy trajeados que s in duda personifican a los misteriosos ‘mercados’ dicen cosas como: “¡Privatizar, privatizar y privatizar!… Y cuando todo esté privatizado, ¡entonces ya no hará falta hacer la Declaración de la Renta!”. Creer que los grandes empresarios son ultraliberales es una broma: les gusta la libre competencia menos que al último de los ‘indignados’, y pululan en torno a los políticos porque se nutren de subvenciones y ayudas.

EL OTRO DEBATE

Es como el drama griego. La izquierda quiere gritar: “¡Pobrecitos griegos!”. Y culpar de toda su tragedia a los financieros. Pero los más inteligentes y/o mejor informados entre sus comentaristas advierten que el Estado griego había creado un indecente Patio de Monipodio, endeudando a los griegos de por vida para comprar sus votos. Entonces, ¿quiénes son los ‘malos’? –preocupación obsesiva de la izquierda, ese residuo del maniqueísmo medieval–. La idea de que ambos puedan tener su parte de culpa, la idea de que, a espaldas de la escena retórica de las urnas, Estado y Gran Capital –por emplear la nomenclatura al uso– están a partir un piñón, parece superarles.

Es esa misma ignorancia de la realidad la que les lleva a atribuir a las algaradas de Sol una representatividad, una seriedad y una relevancia que ni su número ni su evolución justifican en absoluto. Que un diario tan serio y mirado como el de Liberty dedique una de sus cotizadas páginas a “El otro Debate del Estado de la Nación” –con una foto, además, que denuncia lo escasamente multitudinario del evento– sería una broma en circunstancias normales. Saca a sumario, no sabemos si en un arranque de ironía, el hecho de que “Un ponente propuso cambiar el color de los billetes de 500 euros” –“para que quienes tienen maletines repletos se los coman y revienten”–.

Uno sospecha que si al interfecto le llegara uno de esos míticos maletines, contendría el hambre inmediata y empezaría a pensar que “otro mundo es posible”, pero ya. Debajo, un Benjamín Prado riza el rizo de la perfecta irrealidad con una tribuna, “El sol nunca se pone en la Puerta del Sol” –lástima que no se reunieran en Olavide o Atocha: nos ahorraríamos un sinfín de juegos de palabras–. Es tan verboso que resulta algo difícil de seguir. Podría quedarme en el sumario que destaca el editor: “Qué se puede esperar del Ejército de cínicos que insiste en que abaratar los despidos crea empleo”. Eso no lo cree “un Ejército de cínicos”; eso lo sabe cualquiera, hasta un niño de 7 años si se le explica, por la misma razón que compraremos más de un bien cuanto más barato sea. Otra cosa, don Benjamín, es que sea moral o inmoral, justo o no; pero que funciona así, no hay la menor duda.

RECETA

Más incongruencia, miren lo que tiene que decir de los políticos, “esos extraños seres que en mitad de los partidos se cambian su camiseta por la del contrario y le meten un gol a su portero, lo cual queda ampliamente demostrado por el hecho de que sean rivales feroces en unos Parlamentos y aliados en otros, porque en su mundo de demagogias e intereses oscuros lo que es verdad en Madrid es mentira en San Sebastián o en Cáceres”. Con esa descripción, uno pensaría que su receta es menos política, ¿no? Pues al contrario: quiere que este “mundo de demagogia e intereses oscuros” domine mucho más nuestra vida.

Lea el artículo en La Gaceta

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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