Su hijo James, entre balbuceos, logró transmitir la sensación de intentar ayudar a la investigación
Rupert Murdoch jugó este 19 de julio de 2011 sus cartas con inteligencia. Escribe Ramón Pérez-Maura en ABC que manejó sus silencios mejor que Humphrey Bogart y el lenguaje con maestría de la que carecían sus interrogadores, como cuando el laborista escocés Tom Watson le dijo que los diputados creían que «sus empleados son culpables de amnesia colectiva» y Murdoch replicó:
«Cuando usted dice amnesia quiere decir mentir».
Murdoch padre recordó cómo «The Daily Telegraph» había empleado documentos robados para aventar las vergüenzas económicas de los diputados -y eso tuvo que sonar muy bien a sus interrogadores- y, al tiempo, se parapetó tras el tamaño de su compañía -53.000 empleados- y la insignificancia del difunto «News of the World» -1 por ciento del conglomerado- para justificar su desconocimiento de mucho de lo que se le preguntaba.
Comparado con el distanciamiento que él tomaba de los hechos, su hijo James, entre balbuceos, logró transmitir la sensación de intentar ayudar a la investigación, de saberse los datos y de que los que no se sabía se los haría llegar a la comisión.
Y cuando las cosas no iban tan mal para los Murdoch llegó la agresión al gran barón de la Prensa mundial, en lo que representa la mayor descalificación para la seguridad de la Camara de los Comunes que les citó. Murdoch no salió mal.
Comentar desde Facebook