Sin algún gesto de austeridad no nos presta ni Warren Buffett, con las ganas que tiene el hombre
A ver, que yo me entere: ¿qué pasó el lunes?
¿Debo creer que “Rubalcaba evita la fractura del PSOE pese a las críticas internas”, como abre el diario de Liberty?
¿O me decanto por ‘ABC’ y deduzco que “Zapatero impone su disciplina”?
¿Interpretaré, con ‘El Mundo’, que “Rubalcaba se presenta ante el PSOE como víctima de Zapatero”?
¿Es la noticia que “Rubalcaba convence al PSOE de no ir al referendo”, como quiere ‘El Periódico de Catalunya’?
¿O tal vez debo quedarme con la versión de ‘Público’ y concluir que “El PSOE cierra filas entre reproches”?
Hacía tiempo que una misma historia no encontraba interpretación tan diferente en periódicos que la tienen todos por la más importante.
No deja de sorprenderme hasta qué punto los medios hemos decidido que la política es siempre lo más noticioso, que les damos la primera incluso cuando pedalean en la nada, con mucho ruido y cero nueces.
Porque si el propio Manuel Rico, subdirector de ‘Público’ –el diario que está en el ojo de la revolución en marcha contra esta reforma– tuvo el otro día el acierto de equiparar esta iniciativa con el “los españoles serán justos y benéficos” de la Pepa, subrayando así su carácter de hueca declaración de intenciones, ¿a qué tantas alharacas?
La reforma ya pasó su primer trámite, con PSOE, PP y UPN arrasando con el ‘sí’, y el clima es inquietantemente prerrevolucionario en punto a declaraciones subidas de tono, así que busco sosiego en el aburrido progresismo ‘chic’ de ‘El País’, al que una revolución le viene ahora fatal de fechas.
Desgraciadamente, más que sosegarme, “Una iniciativa peligrosa”, el editorial en el que pretenden nadar y guardar la ropa, me duerme.
Será por la hora, pero, no mucho después del subtítulo –“Un referéndum sería un factor adicional de incertidumbre que penalizarían los mercados”–, me pasa como a Rubalcaba en el Congreso, que necesito un café.
Además, he comprendido la inevitable decadencia de Prisa. Para la derecha ha sido de antiguo puro veneno, y ¿a qué izquierdoso no le chirriará esa preocupación por lo que puedan decir “los mercados” (¡buuuu!)?
En la Red hablan alegremente de “golpe de Estado” y de echarse inmediatamente a la calle. Los términos se usan con esa flexibilidad léxica que caracteriza a la izquierda extrema –mis fuentes: Izquierda Anticapitalista– para legitimar la algarada.
Después de repasar la Constitución y el Reglamento del Congreso, tengo que concluir que “golpe de Estado” es toda decisión que, pese a ser tomada conforme a derecho, ponga nerviosa a la izquierda.
Si no es así, que alguien me lo explique.
Vuelve a pasarme con Manuel Rico, que otra vez abre con su billete la sección de ‘Opinión’ de ‘Público’ (“Atrapados”), lo que el otro día, que expone la coyuntura magníficamente en el primer párrafo para después ponerse ideológico y no dar una.
Empieza:
“Los socialistas están atrapados en una ratonera. Han decidido asumir que tienen que aprobar la reforma constitucional porque la situación económica es muy grave, pero al mismo tiempo creen que ni Zapatero ni Rubalcaba pueden lanzar públicamente ese mensaje. La consecuencia es que sus explicaciones son muy difíciles de entender: apoyan una medida excepcional –reformar la Constitución sin debate, con unas Cortes agotadas, con un consenso menor que el de 1978 y sin referéndum–, pero no aportan argumentos excepcionales que pudieran justificar tal decisión”.
Impecable, es así. Luego, en cambio:
“Pero la pregunta entonces es obvia: ¿acaso la certidumbre de los especuladores debe prevalecer sobre la opinión del ‘pueblo español’, en quien ‘reside la soberanía nacional’?”
A ver, don Manuel. En teoría democrática, la soberanía nacional, que efectivamente reside en el pueblo, está representada por los diputados.
Lo que ha pasado estaba previsto, y ni se salta regla democrática alguna ni les molestaría lo más mínimo si fuera, no sé, sustituir la monarquía por la república.
Por otra parte, hasta la opinión del pueblo español tiene un claro límite: la realidad. Y la realidad es que, sin dinero, no hay gasto social, y sin algún gesto de este tipo, no nos presta ni Warren Buffett, con las ganas que tiene el hombre de deshacerse de sus millones.
Pero, para aclararme bien de por qué la izquierda ve las cosas como las ve, nadie como ese viejo león, Carlos Carnicero. En su “La crisis de la intermediación y la imprescindible transformación de los medios’, nos cuenta que:
“la legitimidad de la representación está cuestionada por la incapacidad de la política para controlar la economía. Los representantes políticos de los ciudadanos obedecen a los mercados y no a los mandatos de sus representados. La reforma constitucional para apacigar [sic] a los mercados es un mensaje nefasto: es el reconocimiento más brutal de que ni el Gobierno ni la oposición tienen capacidad frente al poder de los especuladores. ¿Por qué la sociedad tendría que respetar a quien es impotente para gobernar?”.
Obvien lo farragoso del lenguaje y quédense en la idea de que si la política no ‘controla’ la economía, está deslegitimada. Algo ha llovido desde el 89, pero no creo que tanto que hayamos olvidado en qué consiste la ‘economía de control’ y el excelente resultado que ha dado en todas partes; para los desmemoriados, ahí están los gloriosos ejemplos de Corea del Norte y Cuba. Es la plantación, una plantación donde el Estado ejerce de ‘massa’ blanco.
Más: no es que el Gobierno o la oposición no tengan capacidad frente al “poder de los mercados”; sencillamente, no son capaces de suspender las leyes metafísicas que dictan que, de donde no hay, no se puede sacar.
Un país puede, digamos, garantizar en su Carta Magna el derecho universal a la sanidad gratuita y sus políticos toda la voluntad de que se cumpla, pero si no hay médicos, va a ser difícil aplicar la ley.
¿Es algo tan simple tan difícil de ver?